Reflexión 175 – Caritas in veritate (13)

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Trabajar por el bien común: exigencia de justicia y caridad

 

Estudiamos el N° 7 de la encíclica  Caritas in veritate, de Benedicto XVI. Recordemos que el Santo Padre, en la introducción, que estamos ahora estudiando, pone los fundamentos de la doctrina que tratará a lo largo de toda la encíclica. En el N° 6 nos explicó que la caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia. Una vez más nos encontramos con la insistencia de la Iglesia en que el amor al prójimo, que Jesús proclamó como el mandamiento que debe distinguir a sus seguidores, no puede limitarse a un amor sensible y pasivo, sino que tiene que conocerse por hechos de amor. Que Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él, que amar es dar al otro de lo mío y que el amor va unido a la justicia, que es la medida mínima del verdadero amor, de manera que si con el amor no está presente la justicia, tampoco hay amor de verdad. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.

En el N° 7, además de explicar que la justicia es parte integrante del amor,  introduce Benedicto XVI un nuevo elemento al concepto de la caridad: introduce el bien común. Nos enseña el Santo Padre que junto al bien individual, que quien ama busca para otra persona, existe un bien colectivo, el bien que tiene que ver con la vida en sociedad y es el llamado bien común.

Como cristianos que queremos practicar la caridad, no es suficiente que trabajemos sólo por el bien particular de alguien que amamos; tenemos que trabajar por el bien común, que es  el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. Trabajar por el bien común es trabajar por el bien de la sociedad. Dice el Papa que Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Se trata del bien que a las personas solas, individualmente consideradas, les es muy difícil o en la práctica  imposible  alcanzar, para alcanzar el bien de todos se necesita la colaboración de todos, se requiere la unión de la comunidad.

Frente al bien común nos ganan el individualismo y la indiferencia

 

En la práctica somos muy indiferentes frente al bien común; si muchas veces ignoramos las necesidades de los individuos que tenemos cerca, mucho peores somos en cuanto al trabajo eficaz por el bien común, por el bien de la comunidad. En ocasiones especiales, como en ciertas calamidades públicas, nos manifestamos y actuamos solidarios; pero en la vida ordinaria nos ganan el individualismo o la indiferencia. Esperamos que las cosas se arreglen solas o las hagan los demás. Cuesta trabajo conseguir personas que quieran trabajar en las Juntas de Acción Comunal, por ejemplo, y a veces la gente presta el nombre para ser elegida, pero luego no encuentra tiempo para trabajar en lo que le corresponde.

 

Lo que significa llevar la cruz o el rosario al cuello

 

La fe tenemos que vivirla, no sólo por la participación en la Eucaristía los días de fiesta y por nuestras devociones particulares, sino por vivir de acuerdo con el mandamiento del amor, que es por lo que nos deberían reconocer como cristianos. Miren cómo se aman, decían de los primeros cristianos. El llevar la cruz o el rosario al cuello, pueden ser una señal de ser católico practicante; pero no necesariamente se llevan con orgullo como una pública  manifestación de fe, sino que a veces se llevan por moda, especialmente si el rosario es de oro, o hasta por agüero. La forma como se lleva el signo cristiano puede dar pistas sobre la intención de quien lo porta. Lo que no nos deja mentir es la buena acción, el practicar las obras de misericordia, por ejemplo, el perdonar, en una palabra el amar en verdad.

 

¿Amar a las instituciones que conforman la ‘polis’?

 

La encíclica Caritas in veritate presenta un aspecto del bien común en el que se piensa poco o nada y no es raro que algunos inclusive  piensen que eso nada tiene que ver con ellos. Dice el Papa en el N° 7  que debemos cuidar y utilizar las instituciones que estructuran la vida social en lo jurídico, lo político y lo cultural y configuran la sociedad  en la ‘polis’.  Cuidar de esas instituciones es una manera de practicar el amor por la comunidad, de trabajar por su bien, por el bien común. Ya veremos de qué instituciones se trata.

Cuidar de las instituciones que conforman la ‘polis’. ‘Polis’ es una palabra que se repite ahora con frecuencia y parece ser del agrado del Papa Ratzinger. ¿Por qué usar la palabra ‘polis’ y cuál es el origen de esa palabra? Dediquémosle un momento. Creo que se utiliza la palabra ‘polis’ porque engloba varios conceptos y no tenemos una palabra en nuestros idiomas que la reemplace del todo.

 

¿Qué es eso de la ‘polis’?

 

 El diccionario español de la academia dice que ‘polis’, en la antigua Grecia, era un estado autónomo constituido por una ciudad y un pequeño territorio. En esa época no se había desarrollado todavía el concepto de nación ni tampoco su realidad; no había naciones como las tenemos hoy. Un poco más adelante se desarrollaría la idea del imperio, con la experiencia de Alejandro Magno que extendió su dominio desde Grecia hasta la India y se enfrentó a otro imperio, el de Persia. Una explicación sencilla de lo que significa la palabra ‘polis’ es la que nos ofrece el Atlas de las Grandes Culturas, de Margarita Oliphant, editado por Debate y el Círculo de Lectores:

“En el siglo VIII antes de Cristo se desarrolló la ciudad-estado griega o polis: la unidad social y política que caracteriza a la sociedad griega. El terreno montañoso de Grecia y sus limitados llanos y valles fomentó la formación de múltiples estados pequeños en lugar de unos pocos de mayor tamaño. Por regla general, cada ciudad-estado se componía de un centro urbano amurallado, o ciudad, rodeado de tierras de labrantío. Aunque cada ciudad tuvo su forma  peculiar de gobierno, la participación ciudadana en los procedimientos legales y políticos engendró el sentido de comunidad. Los ciudadanos también estaban comprometidos por sus vínculos con la deidad protectora de la ciudad.”  Como ejemplos de esas ciudades-estado, de esas ‘polis’,  podemos recordar a Atenas, a Tebas y a Corinto.

 La ‘polis’ de Caritas in veritate

 

Para entender el sentido de la palabra ‘polis’ en nuestro estudio de la DSI, creo que lo esencial es saber que la ‘polis’  es una comunidad que habita en un territorio particular y tiene su propia organización social, política y religiosa. La ‘polis’ de la que habla la encíclica Caritas in veritate no se refiere sólo a una ciudad, sino que al aplicar el término a nuestra época, se refiere a la sociedad organizada política, jurídica, civil y culturalmente, es decir a un país, cualquiera él sea.

Es muy importante tener en cuenta la caridad que Benedicto XVI nos dice debemos practicar con la ‘polis’. Nos dice que debemos cuidar y utilizar las instituciones que estructuran la ‘polis’. Yo creo que es una manera nueva de presentar la intervención del cristiano en la marcha del país. Tenemos que cuidar y utilizar las instituciones jurídicas, políticas y culturales que hacen a nuestro país lo que es y queremos que sea. Y si somos creyentes, debemos querer que nuestro país sea lo que Dios quiere que sea. De ninguna otra manera nuestro país puede ser mejor.

 

¿La política no es asunto nuestro?

 

Si como católicos nos asaltan dudas sobre la conveniencia de que la Iglesia opine en materia política, aclaremos el asunto. La Iglesia no se debe inmiscuir en política partidista; la política de partido no es de su incumbencia y cuando equivocadamente, miembros del clero se han inmiscuido en política de partido, los resultados no han sido buenos para la comunidad católica. Aclaro: cuando miembros del clero, porque los laicos sí podemos participar en política. Pero opinar y orientar a la comunidad en lo que tiene incidencia en el bien común, que es bien de todos, es no sólo derecho sino obligación de la Iglesia. Los laicos sí podemos y estamos obligados a participar en la dirección del país, según nuestra  vocación y nuestras posibilidades de incidir en la pólis, como nos enseña Caritas in veritate, en el N° 7.

No cerremos puertas a Dios en el manejo del país

 

 

¿Por qué ese rechazo de algunos, a aceptar que Dios tiene que ver en la dirección de nuestra patria? Es nuestra responsabilidad, de ciudadanos creyentes, abrir campo a Dios en lo público y no cerrarle puertas. Los ciudadanos “de a pie” no tenemos la misma responsabilidad de quienes ocupan cargos públicos, pero sí tenemos responsabilidad de dejar nuestra huella, en la porción de patria en donde tengamos alguna influencia. Y la tenemos en el voto: somos los ciudadanos quienes escogemos a los gobernantes, a los legisladores y a través de ellos a los magistrados de la rama jurisdiccional. Esos gobernantes y legisladores parece que olvidaran que, La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa universal ciudad de Dios hacia la cual avanza la historia de la familia humana. Es responsabilidad de los gobernantes, legisladores y magistrados creyentes dar  forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y hacerla  en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios…

 

Actuemos en el tiempo para preparar la ciudad de Dios, el Reino, en la eternidad

 

¿Por qué no queremos entender nuestra responsabilidad como creyentes, en el manejo de la ‘polis’, en el manejo de la patria? Por eso la corrupción en el manejo de los bienes públicos, que son bien común; por eso nos aprueban leyes que atentan contra la libertad, que es un bien individual y un bien común, como en el caso de la prohibición de la objeción de conciencia a los médicos e instituciones de salud que se niegan a practicar abortos; por eso se maneja la salud como un negocio, por eso se dice que se respeta el derecho a la vida, pero sin escrúpulos se acepta el aborto y todavía hay sicarios que se encomiendan a la Virgen, antes de disparar. Dios tiene que estar en nuestra vida privada y pública, si aspiramos a que en el territorio de nuestra patria actuemos todos en el tiempo, para preparar la ciudad de Dios,- el Reino,- en la eternidad. Cuando los creyentes que tienen funciones públicas obran mal, no lo hacen porque siguen la ética natural ni la moral cristiana, sino porque son infieles a ellas.

 

 

La misión irrenuncible de la Iglesia en favor de una sociedad a la medida del hombre, de su dignidad y de su vocación

Como veremos en el N° 9 de Caritas in veritate, la Iglesia no hace política partidista; nos dice allí Benedicto XVI que,  “La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende ‘de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados’. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia  en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación”… “Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable.

 

Lo que sobre el bien común nos enseña el Compendio de la DSI

 

Sabemos que, según nuestra  fe cristiana, el ser humano es social por naturaleza, como imagen que es de Dios UNO y TRINO. La persona humana no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindiendo de su ser « con » y « para » los demás y todas las organizaciones humanas, desde la familia, que es su célula vital, pasando por todos los grupos sociales intermedios, como las comunidades locales, las sociedades, las empresas, la ciudad, la región, el Estado, la comunidad de los pueblos y de las Naciones, como la OEA, UNISUR, la comunidad europea de naciones, la ONU, todas, si de verdad quieren estar al servicio del ser humano, se deben proponer como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre. Esa es su razón de ser.

 

En política tenemos la vocación de ordenar lo creado al verdadero bien del hombre

 

La concepción cristiana del ser humano, de ser sociable por naturaleza, tiene implicaciones prácticas en la búsqueda del bien común, tanto en la vida comunitaria de los pequeños grupos como la familia y los vecinos, como en la vida de las grandes comunidades: la ciudad, el país y aun el mundo globalizado. No podemos ignorar la concepción cristiana del ser humano y del mundo organizado en el cual vive, si de verdad vivimos la fe y queremos cumplir con nuestra vocación que, como nos la explican la Constitución Lumen gentium, Luz de los pueblos (N° 36) y la exhortación apostólica Christifideles laici, Los fieles laicos, de Juan Pablo II (N° 14), como cristianos tenemos la vocación de ordenar lo creado al verdadero bien del hombre.

 

No limitemos nuestra vida de fe a la vida espiritual personal

 

Si, cuando tenemos la oportunidad de contribuir eficazmente a que nuestra sociedad marche según los planes de Dios renunciamos a nuestros derechos de intervenir, estamos renunciando a una parte importante de nuestro deber. Tenemos el don de la fe, hagámosla viva en todas las circunstancias; no la limitemos a la vida espiritual personal.

Hemos integrado en nuestro estudio del bien común que Benedicto XVI asume en su encíclica Caritas in veritate, las enseñanzas de la Iglesia en los documentos sociales anteriores, como se exponen en el Compendio de la DSI, en el capítulo cuarto, que dedica a los principios de la DSI. Continuemos ahora.

El principio del bien común lo divide en 3 puntos: a) Significado y aplicaciones principales, b) La responsabilidad de todos por el bien común y c) Las tareas de la comunidad política.

 

Sólo juntos  es posible alcanzar, acrecentar y conservar el bien común

 

El Compendio presenta en el N° 164 una explicación general del bien común, del cual dice que por bien común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».[1] Aclara luego que el bien común es de todos y de cada uno, que es indivisible porque sólo juntos  es posible alcanzarlo, acrecentarlo y conservarlo.

Sobre la responsabilidad de todos por el bien común, en el N° 166 trae estas afirmaciones el Compendio de la DSI. Como veremos, nos queda más claro por qué trabajar por el logro del bien común es parte de nuestra práctica de la caridad, pues Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él.

 

¿A qué se extiende el bien común?

El bien común comprende exigencias íntimamente ligadas al respeto y a la promoción integral de la persona humana. Dice el Compendio:

Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa.[2]

 

Somos corresponsables de quién llega a dirigir la polis

 

Como podemos observar de todas esas exigencias son responsables diversos organismos del Estado y los ciudadanos somos directamente responsables de quién llega a esos organismos, sea en el más alto cargo ejecutivo como es el del presidente de la república, como, también somos responsables de quiénes ocupan las sillas del Congreso de la república. ¿No tenemos responsabilidad en su escogencia? ¿No será importante que los candidatos entre quienes vamos a escoger, presenten, claramente,  los programas  en asuntos que son del bien común, como los que nombra la DSI en el N° 167 del Compendio, que acabamos de leer? ¿No es urgente que la Iglesia nos oriente en asuntos tan importantes para el bien común?

 

La búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio

 

No es fácil alcanzar el bien común. ¿Por qué la dificultad nos lo explica el Compendio en el N° 167. Leamos:

El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.[3] El bien común exige ser servido plenamente, no según visiones reductivas subordinadas a las ventajas que cada uno puede obtener, sino  basados en una lógica que asume en toda su amplitud la correlativa responsabilidad. El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre,[4] pero es un bien arduo de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.

Como nos ha explicado la Iglesia en su DS y ahora lo corrobora Benedicto XVI, el bien común es de todos. En el Compendio se afirma esto mismo, al referirse a la participación del bien común. Leamos en el mismo N° 167:

Todos tienen también derecho a gozar de las condiciones de vida social/ que resultan de la búsqueda del bien común. Sigue siendo actual la enseñanza de Pío XI: es « necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados ».[5]

 

Las tareas de la comunidad política en la consecución del bien común

Y ahora, en los N° 168 a 170 trata el Compendio sobre Las tareas de la comunidad política en la consecución del bien común. Dice:

168 La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.[6] El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión[7] de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios / no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.[8]

169 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías.

 

Dios tiene un lugar esencial en la sociedad

 

Terminemos hoy con la lectura del N° 170 del Compendio. Escuchemos por qué Dios tiene un lugar esencial en la sociedad:

170 El bien común de la sociedad no es un fin autárquico[9](es decir autosuficiente); tiene valor sólo en relación con el logro de los fines últimos de la persona y el bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas / y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.[10] Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud / la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión puramente histórica y materialista / terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1905-1912; Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 417-421; Id., Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272-273; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46: AAS 63 (1971) 433-435.

[2] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046-1047.

[3] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 417; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46: AAS 63 (1971) 433-435; Catecismo de la Iglesia Católica, 1913.

[4] Santo Tomás de Aquino coloca en el nivel más alto y más específico de las « inclinationes naturales » del hombre el « conocer la verdad sobre Dios » y el « vivir en sociedad » (Summa Theologiae, I-II, q.94, a.2, Ed. Leon. 7, 170: « Secundum igitur ordinem inclinationum naturalium est ordo praeceptorum legis naturae… Tertio modo inest homini inclinatio ad bonum secundum naturam rationis, quae est sibi propria; sicut homo habet naturalem inclinationem ad hoc quod veritatem cognoscat de Deo, et ad hoc quod in societate vivat »).

[5] Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 197.

[6] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1910.

[7] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 74: AAS 58 (1966) 1095-1097; Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-300.

[8] Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 133-135; Pío XII, Radiomensaje por el 50º Aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 200.

[9] Autarquía significa autosuficiencia.

[10] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 41: AAS 83 (1991) 843-845.