Reflexión 174 – Caritas in veritate (12)

 

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Compromiso con la justicia y el bien común

 

En el programa pasado terminamos de estudiar el N° 6 de la encíclica Caritas in veritate, en el cual el Santo Padre nos enseña que la caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma práctica en los criterios que orientan nuestra conducta. Dice allí el Papa que desea recordar particularmente dos de esos principios, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común. Y reflexionams sobre la justicia, de la que Pablo VI dijo que era la medida mínima de la caridad, lo cual significa que si la caridad no va acompañada de la justicia, si no cumple con esa medida mínima, no hay caridad.

 

Benedicto XVI dice en la encíclica Caritas in veritate, en el N° 6, que amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero el amar nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.

En el N° 7 de Caritas in veritate  el Santo Padre liga la justicia y el amor al principio del bien común.

 

De este principio del bien común trata el Compendio de la DSI del N° 164 al 171 y lo divide en tres puntos: el significado y las aplicaciones principales del concepto bien común, la responsabilidad de todos por el bien común y las tareas de la comunidad política.

 

Vamos a procurar integrar las enseñanzas de la encíclica y las del Compendio de la DSI. Los que tengan el libro del Compendio podrían poner una anotación en el comienzo del N° 164 para recordar que Caritas in veritate trata sobre el bien común en el N° 7. Leamos el N° 7, que es muy claro; creo que más que explicaciones del contenido de este número, lo que necesitamos es reflexionar sobre su mensaje y repetir algunas frases para que las comprendamos bien y si es posible se nos graben.  Primero leamos el N° 7 completo.

 

 

El bien común es el bien de ese «todos nosotros»

 

 

1.     Hay que tener también en gran consideración el bien común. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[1] No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno.

 

La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones[2], dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

 

 

Querer el bien de alguien y trabajar eficazmente por él

 

 

El Papa define en este número algunos conceptos claves: si nos preguntamos qué es amar a alguien, él nos responde: Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Una vez más encontramos la exhortación a amar de verdad, a que el amor no se reduzca a un amar sólo de palabra, a un sentimiento vago y pasivo. Repetimos con frecuencia que obras son amores, que no vanas razones, pero no siempre somos coherentes. Nos ha enseñado Benedicto XVI que el amor tiene que ir acompañado, primero, por la justicia, por dar a los demás lo que les corresponde. La justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella. Ahora añade el Papa que el amor tiene dos elementos: querer el bien de alguien y trabajar eficazmente por él. El amor verdadero no se puede quedar en suspiros y buenas intenciones, hay que trabajar eficazmente por el bien del otro, se entiende que según las posibilidades de cada uno.

 

El Papa avanza, para explicarnos que el amor cristiano es amplio, no se queda en amar a los más cercanos solamente y dice que el trabajar por el bien del otro se extiende, porque, Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.

 

No caben la indiferencia ni el egoísmo frente a la comunidad, frente a la sociedad, si queremos amar de verdad. Como cristianos no es suficiente que trabajemos sólo por el bien individual propio o de nuestros allegados, tenemos que trabajar por el bien común, que es  el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. Es el bien de la sociedad.

 

Nada más alejado del cristianismo que el individualismo.

 

Jesús formó una pequeña comunidad con sus discípulos y les enseñó la norma de normas, la ley esencial, que es la del amor que va hasta el extremo de dar la vida. La comunidad cristiana que nos describen los Hechos de los Apóstoles, en el comienzo de la Iglesia, era una comunidad de amor, solidaria, unida y no sólo de palabra. Recordemos la colecta voluntaria que Pablo promovió para los pobres de Jerusalén, como lo leemos en los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios.

 

Después de afirmar que Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él, el Papa nos enseñó que  Junto al bien individual que se quiere para quien se ama, también hay unos bienes por los que se trabaja para la comunidad que se ama, se trata del bien del que dice el Papa que está relacionado con el vivir social de las personas: el que llamamos “bien común”. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. Explica la encíclica Caritas in veritate, que el bien de la comunidad por el que debemos trabajar

 

No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad.

   

La justicia y la caridad nos exigen que nos esforcemos por el bien común, porque hay muchas cosas que sólo se consiguen con la unión de los individuos, de las familias que conforman la comunidad. Por eso se forman las Juntas de Acción Comunal, las ‘Mingas’, las cooperativas. Muchas de esas cosas las necesita la comunidad en justicia y en caridad.

Cuidar y utilizar las instituciones de la sociedad que la conforman como ‘polis’

 

En este momento que vive Colombia y también otros países que tienen elecciones pronto, leamos con especial cuidado la refexión que a continuación nos hace Benedicto XVI sobre el bien común:

 

Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad.

 

Si nos preguntamos cómo podemos trabajar por el bien común, sin duda pensamos en las obras públicas por las que con esmero trabajan algunas comunidades, y muy especialmente las comunidades rurales que dedican su esfuerzo a construir escuelas, caminos, parques, acueductos. Son ejemplos válidos y dignos de elogio. Hay otra clase de bien común que quizás no tenemos muy en cuenta; el Papa nos habla del cuidado, por una parte y de la utilización, por otra, de ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad.   

 

Tenemos pues que trabajar con esmero por las instituciones que hacen que nuestra ciudad, que nuestro país, se configuren jurídica, civil, política y culturalmente. Más adelante el Papa explica qué pretendemos con el cuidado y la utilización de las instituciones que conforman nuestra sociedad, cuando añade que

 

 La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.

 

Cuando la política tiene la oportunidad de manifestarse por el voto, en los países donde es posible ejercer ese derecho, las voluntades se polarizan y también las inteligencias, que sólo comprenden las razones o los argumentos de los candidatos de su preferencia. Si ellos son realmente los que convienen al bien común se ignora, frente a las simpatías o antipatías personales. No podemos olvidar que nuestra acción política debe estar inspirada por la caridad, para contribuir a la edificación de la ciudad de Dios, la polis, esa ciudad para el hombre, como Dios la quiere.

La vía política de la caridad

 

Benedicto XVI nos enseña que no nos podemos limitar a la caridad individual; que la sociedad, que el bien común, deben ser objeto de nuestra caridad. Por eso las palabras:

 

Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales.

 

El mundo globalizado nuestra patria común: anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

 

 

Benedicto XVI tiene en cuenta que se dirige a todo el mundo, no sólo a una comunidad particular; por eso nos habla del mundo globalizado o en vías de globalización al que debe extenderse la caridad. Se trata de un bien común universal. Volvamos a leer las líneas de Caritas in veritate, en las que habla bellamente del mundo como nuestra patria común:

 

Como todo compromiso en favor de la justicia, (el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad) forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones[3], dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

 

 

Cuando el compromiso por el bien común tiene un valor superior al compromiso político

 

 

Según nos enseña Benedicto XVI en Caritas in veritate, en nuestras decisiones políticas, cuando nuestro compromiso por el bien común está inspirado por la caridad y no se inspira simplemente en ideologías o intereses personales, el  compromiso por el bien común adquiere un valor  superior al compromiso meramente secular y político.

 

La lectura de las enseñanzas del Compendio de la DSI sobre el bien común nos complementa las de Benedicto XVI en Caritas in veritate. Dice el Compendio en el N° 165:

 

Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.[4] La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser «con» y «para» los demás. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.[5]

 

Si una sociedad, entendiendo por tal desde la familia, que es su célula vital, pasando por todos los grupos sociales intermedios, como las comunidades locales, las sociedades, las empresas, la ciudad, la región, el Estado, la comunidad de los pueblos y de las Naciones, y allí entran la OEA, la comunidad Andina, UNISUR, la comunidad europea de naciones, la ONU, todas, si de verdad quieren estar al servicio del ser humano, se deben proponer como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre. Esa es su razón de ser.

 

Ya en otras oportunidades hemos visto que según la fe cristiana, el ser humano es social por naturaleza, como imagen de Dios, UNO y TRINO. Ahora la DSI nos enseña de nuevo que La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás.

 

Implicaciones prácticas de la naturaleza social del ser humano

 

La concepción cristiana del ser humano, de ser sociable por naturaleza, tiene implicaciones prácticas en la búsqueda del bien común, tanto en la vida comunitaria de los pequeños grupos pequeños como la familia y los vecinos, como en la vida de las grandes comunidades como son la ciudad, el país, el mundo globalizado.

 

Veamos ejemplos prácticos de nuestras pequeñas comunidades: se irrespeta el bien común como el derecho al descanso , con comportamientos que parecen sin importancia, como es el escuchar música a altísimo volumen, pitar para que le abran la puerta a cualquier hora del día o de la noche, sin importar cuánto moleste a los vecinos, el desaseo de las calles y el daño a los bienes públicos, a veces objetos preferidos de ciertos vándalos. La conducción de vehícuos en Bogotá es caótica y se ignora los derechos de los demás; a mucha gente no le importa obstruir las bocacalles cuando el flujo vehicular se detiene e impide así el paso de los demás. Son innumerables las conductas que ignoran la obligación de trabajar por el bien común.

 

Tenemos que llevar a la vida real la aceptación de la necesidad de buscar de modo incesante el bien común; que no se quede en simples deseos, en la teoría ni únicamente aplicada a los grandes temas de la humanidad. Nos engañamos a nosotros mismos si no aterrizamos en la vida de todos los días, en lugares donde vivimos, por donde nos movemos, en donde desarrollamos nuestras actividades. Y no pensemos sólo en nuestras necesidades personales; demos campo a las necesidades de los demás.

 

La semana entrante, si Dios quiere, volveremos sobre el bien común y la política.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.

[2] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 268-270.

[3] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 268-270.

[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1912.

[5] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272.