Reflexión 14 Jueves 11 de mayo, 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 30-31

Vamos a continuar el estudio de la Doctrina Social para lo cual seguimos el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que nos enseña la doctrina social católica oficial. Vamos a comenzar Nº 30, después de un repaso de los últimos programas.

Dios constituye la razón de ser del hombre y de la creación

“La comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida

Estudiamos ya que los 10 Mandamientos son una ética básica universal, que nos indica el camino para vivir una vida de acuerdo con los planes de Dios. Sabemos ya que el diseño del hombre es de Dios; Él nos creó a su imagen y semejanza, y practicar los 10 Mandamientos es hacer realidad esos planes divinos, es defender nuestra imagen original y nuestra libertad. Al cumplir los 10 Mandamientos defendemos al ser humano original, como Dios lo hizo, y Dios hizo al hombre un ser libre. Defendemos nuestra libertad, tanto del daño que nosotros mismos podemos hacerle, si nos volvemos esclavos de nuestras pasiones, -como también los 10 Mandamiento pretenden defendernos del daño que, si no los cumplen, pueden hacernos los demás. En los mandamientos de la segunda tabla hay no son solamente prohibiciones para que nosotros no hagamos daño,- a nosotros mismos o a los demás, – sino para que los demás tampoco nos hagan daño a nosotros.

En el Nº 27 del Compendio estudiamos que, lamentablemente, la imagen original del hombre está distorsionada, por efecto del pecado original. El hombre, haciendo un mal uso del don de la libertad, se quiso independizar de Dios y vivir de acuerdo con sus propios planes. Nos dice el Compendio que en esta ruptura (la del pecado original) se debe buscar la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad. Añade este documento, que La ruptura de la relación de comunión (del hombre) con Dios  provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas. De manera que la ruptura de la relación del hombre con Dios desató una cadena de rupturas de las demás relaciones del hombre con sus semejantes y con la naturaleza.

La ruptura del hombre con Dios tuvo, entonces, tremendas consecuencias: explica el desorden en el mundo, el desorden en las relaciones entre los seres humanos y con la creación. Por eso es necesaria la conversión interior, – volver a la relación con Dios, – para que encontremos nuestra armonía interior y la armonía que debería regir el mundo. Sin conversión el mundo seguirá mandado por el egoísmo. Cada uno seguirá buscando sólo su propio beneficio. Nos quejamos de los desastres naturales, pero los pueblos no toman medidas efectivas para controlar la contaminación, la tala de los bosques, la destrucción de la capa de ozono. Ni qué decir de las actuales guerras y de las amenazas de más guerras futuras. El ser humano destruye a sus hermanos y su entorno. Todo por intereses egoístas.

Después de comprender que Dios constituye la razón de ser del hombre y de la creación, estudiamos en los Nº 28 y 29 cómo  en Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Dios no se contentó con hablar al hombre, con ir revelando su amor a través de Abraham, de Moisés, de los profetas. Como hemos dicho, Dios se metió personalmente en nuestra historia: Jesucristo, Hijo de Dios, vino a comunicarnos su propia experiencia de vida con el Padre, y esa experiencia es de amor.

El Hijo vino a contarnos cómo es Dios

“La única cara de Dios accesible realmente al hombre es la del hombre Jesús”

El P. Carlos Bravo, quien fuera profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Javeriana de Bogotá durante 40 años, expresa esta idea bellamente así, en su obra “El Fundamento de la Fe de Pascua”:

“La única cara de Dios accesible realmente al hombre es la del hombre Jesús. Dios se nos dio a conocer en Jesús como criatura (tomando condición de siervo nació como hombre, Fil 2,17). Dios se nos da a conocer en Jesús como el amigo que ofrece su amistad gratuitamente, incondicionalmente, sin la menor traza de poder y majestad. En todo igual a nosotros menos en la negación de su humanidad: el pecado (Jn 15,14-16)

“Con esta forma de presentación, Dios nos da en Jesús la (…) posibilidad de lo más específico y profundamente humano que es el encuentro en el amor, la amistad, el compromiso y el riesgo compartidos, en la máxima intimidad. Con Cristo resucitado se establece la unión más íntima posible con Dios Padre por el Espíritu, de modo que Pablo puede afirmar: «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (He 17,28). Dios es el Tú de mi propio yo. “[1]

Más adelante añade el mismo escriturista:

El misterio inefable de Dios se nos manifiesta de un modo perceptible únicamente en la figura de un hombre: el hombre Jesús (…) Cristo crucificado y resucitado pasa a ser el paradigma de la fe cristiana, es la clave para conocer la realidad de Dios con relación al hombre y a su mundo.”

Y lo que sigue tiene especial interés en nuestra reflexión de la Doctrina Social de la Iglesia:

(…) “Sólo la resurrección de Jesús crucificado manifiesta que el vivir para Dios y para los otros tiene un sentido indestructible, que la comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida.”[2]

Qué tal estas palabras, que: la comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida. Hasta allí las palabras del P. Bravo.

Los cristianos amamos tanto a Jesucristo porque lo que comunica Jesucristo es amor, porque Dios es Amor. Es eso lo que nos comunica con su vida, con su Palabra, con su muerte y resurrección, y con el bautismo, la Eucaristía y los demás sacramentos. Nos enseña Jesús en el Evangelio, que el Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16, 15); y que Él, a su vez,- (Jesús)- tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres. De manera que lo que el Hijo de Dios hecho hombre vino a comunicarnos es el amor del Padre.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma que nosotros estamos llamados, igual que los discípulos de Jesús, a vivir como Él, – con la ayuda del Espíritu Santo que interioriza en los corazones,- a vivir el estilo de vida de Cristo mismo. Vivir el estilo de vida de Cristo, ¿qué es, sino vivir una vida de entrega, de amor?

La revelación del amor trinitario

Los números siguientes que vamos a seguir ahora estudiando, nos aclararán aún más el estilo de vida a que estamos llamados. El título de estos números es: La revelación del amor trinitario.El estilo de vida de Jesucristo, que es la segunda persona de la Trinidad, tiene que ser la vida propia de la Trinidad. Veamos qué significa esto, que es lo que nos da fundamento suficiente para comprender por qué la solución de los problemas sociales, de los problemas entre los hijos de Dios, que somos todos, se tiene que buscar en la fraternidad, en el amor, es decir, en Dios. Leamos primero el Nº30 completo y luego lo vamos comentando por partes. Dice así:

El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf Rm 8,26), capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. San Pablo escribe: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él  graciosamente  todas las cosas? (Rm 8,31-32).

Un lenguaje semejante usa también San Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación[3] por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). Y continúa el Nº 31:

El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de la salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Dios es trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como un amor fontal del Padre de quien todo proviene (un amor fontal: es decir, un amor de parte de quien es la fuente, el origen del amor);- Volvamos a leer: El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como un amor fontal del Padre de quien todo proviene como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino  que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres.

Esas palabras que acabamos de leer las debemos releer, saborear, nos deben conducir a que oremos con ellas, para prepararnos a siquiera asomarnos a esa profundidad, anchura y longitud del amor de Dios, del que dice San Pablo que excede todo conocimiento (Ef 3,19).

Realmente, el amor de Dios, como aparece en el Nuevo Testamento, es inefable, es decir no se puede explicar con palabras humanas. Que el amor de Dios es insondable, nos dice San Pablo, es decir, es tan profundo, que si se lanzara una sonda para encontrar hasta dónde llega,la sonda no tocaría fondo. Por eso nuestra incapacidad para comprender el amor de Dios, porque excede todo conocimiento,

Ante nuestra flaqueza, dice el mismo San Pablo en Rom 8,26, que el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio. Nuestro entendimiento y nuestras palabras son demasiado pobres, para explicar el amor de Dios, pero intentemos con la ayuda del Espíritu Santo, captar en lo posible el significado del amor de Dios que se manifiesta en la Encarnación del Hijo y cuál fue su misión entre los hombres. Como nos dice el Compendio, En la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, podemos comprender lo que significa que el Hijo se haya hecho hombre, y a qué vino, cuál era su encargo, su misión.

En la Pascua de Jesucristo; es decir en el Señor Resucitado, se nos ilumina todo, como se iluminó el mundo, la vida, para los discípulos que no habían entendido que el Señor tenía que morir y resucitar de entre los muertos. Podemos ver la ceguera de los discípulos antes de la Pascua, por ejemplo en Jn 20,9, y en Lc 18, 31 b – 33.[4] Leamos estos últimos versículos de Lucas:

Mirad que subimos a Jerusalén – (les dijo Jesús)– y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del Hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarlo lo matarán, y al tercer día resucitará. Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía. Hasta allí las palabras del Evangelio.

En más de una ocasión Jesús les previno sobre lo que pasaría, pero los discípulos se ponían tristes: lo querían vivo, triunfante, no entendían el mundo con un Jesús azotado, crucificado, muerto… No les cabía en la cabeza semejante destino de Jesús, por eso Pedro, en Mt 16, 22 se atrevió a decirle: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! Y la reacción de Jesús fue enérgica: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

Los pensamientos de Pedro, antes ser iluminado por la luz de la Pascua, eran como los nuestros, seres limitados, que no comprendemos el amor insondable de Dios; no sabemos pensar en grande. Pero, ¿qué pasó a los discípulos con la presencia de Jesús Resucitado? Recordamos el cambio en los Discípulos de Emaús: cómo se les iluminó el mundo, y su vida, que era triste y oscura, dominados por los pensamientos de la muerte. Ante la presencia del Resucitado comentaban entusiasmados: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32). Y recordemos también la reacción de Pedro, cuando reconoció que era Jesús Resucitado el que les hablaba desde la orilla, en ese bellísimo pasaje de Juan 21,8: Pedro no pudo esperar a que la barca llegara a la orilla y se lanzó al agua para llegar cuanto antes donde estaba Jesús.

El significado último de la Encarnación del Hijo y su misión entre los hombres se nos ilumina en la revelación plena del Amor trinitario, en la Pascua de Jesucristo, nos dice el Compendio de la D.S.I. en el Nº 30 que estamos comentando. Empezamos a comprender el hondo significado de Jesucristo, a la luz de la Pascua, de su Resurrección. El Compendio nos remite a San Pablo y a San Juan para que nos ayudena entender este misterio. San Pablo, en Rm 8, 31s nos dice cómo podemos contar con el amor infinito de Dios: El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? Y sigue el Compendio: Un lenguaje semejante usa también San Juan: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10).

Tomemos de nuevo el Nº 31 leámoslo despacio y por partes. Dice: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación…Como hemos visto, Dios se fue mostrando a la humanidad progresivamente. Primero a través de las obras de sus manos: en la belleza de la creación, que es resplandor de la belleza de Dios.

Los Salmos están llenos del asombro de la criatura ante el rostro de Dios, que va como corriendo un velo para que podamos contemplarlo. El Salmo 19 dice:

Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día  al día comunica su mensaje, y la noche a la noche transmite la noticia. No es un mensaje, no palabras, ni su voz se puede oír, mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.

El hombre se asombra de la grandeza de Dios y de su amor por la criatura, que es tan insignificante…Por eso exclama en el Salmo 8, 4-7:

Al ver el cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides?

En los efectos de la naturaleza el hombre va descubriendo el poder y la majestad de Dios, como lo dice el Salmo 29,3:

Voz de Yahvéh sobre las aguas: el Dios de la gloria truena, es Yahvéh sobre las inmensas aguas.

Ese poder de Dios asombra a la criatura pero no para temerle, porque comprende que Dios lo ama a pesar de su pequeñez, y en su poder más bien encuentra refugio y seguridad. Por eso le canta en el Salmo 46, 1-4:

Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto. Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares, aunque sus aguas bramen y borboten, y los montes retiemblen a su ímpetu.

Así fue descubriendo el hombre el rostro de Dios, un Dios del que exclama: en el Salmo 104, 1b:

¡Yahvéh, Dios mío qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad.

Y lo ve como un Dios que, siendo tan poderoso, es su refugio, porque Dios es amor. El Salmo 103 es por eso un canto al Dios compasivo y misericordioso (103,8):

Clemente y compasivo Yahvéh, tardo a la cólera y lleno de amor; no se querella eternamente ni para siempre guarda rencor; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.

(13-18) Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo.

¡El hombre! Como la hierba sus días, como la flor del campo, así florece; pasa por él un soplo, y ya no existe, ni el lugar donde estuvo le vuelve a conocer.

Mas el amor de Yahvéh desde siempre hasta siempre para los que le temen, y su justicia para los hijos de sus hijos, para aquellos que guardan su alianza, y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas.

Finalmente, en varios salmos, por ejemplo en los Salmos 106 y 136 se canta a Yahvéh porque es Bueno, porque es eterno su amor.

El Rostro de Dios resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo

Ya hemos leído las primeras palabras del Nº 31 del Compendio. Leamos ahora la frase completa: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado.

Dios, que el hombre había conocido por sus obras, aparece ahora sí, visible, en el Rostro humano de Jesucristo, Dios hecho Hombre. Jesucristo, el Verbo, la Palabra, la Expresión de Dios, nos dio a conocer algo que antes de su venida se vislumbraba apenas: que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Esta última frase sobre Dios, que es Trinidad, es muy importante para comprender la Doctrina Social de la Iglesia: Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Es oportuno aclarar que este programa no pretende estudiar la doctrina católica completa, como lo hace el Catecismo, sino solamente lo que se refiere a la Doctrina social. Como la Doctrina Social Católica no es sociología ni política, sino doctrina católica, y por lo tanto debe tener bases sólidas en la Escritura y en la Tradición, hay que tocar puntos teológicos,- sin la amplitud del Catecismo, – pero con la profundidad que requiere quien está interesado en conocer bien su fe en lo tocante a la doctrina social. Tengamos presente, entonces, que la Doctrina Social es doctrina, pertenece al campo de la fe. Tengamos esto presente para entender por qué el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia habla del Amor Trinitario.

Lo importante en este punto es que comprendamos que la Doctrina Social de la Iglesia se basa en Dios como se nos reveló en la Historia de la Salvación. Volvamos a leer en el Nº 31: El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres.

La Trinidad es un misterio que nunca podremos comprender con nuestra inteligencia limitada. Ni siquiera los teólogos más inteligentes pueden hacerlo. Lo importante es saber que la doctrina de la Trinidad surgió de la presencia de Jesucristo, de su palabra y de su vida: Del hecho de que él llamaba Padre a Dios y se calificaba a sí mismo de Hijo – porque Cristo no se autocalifica de «un hijo de Dios»sino de el Hijo,-pues era idéntico a Dios. (…) A esto se añade que Cristo mismo habla del Espíritu del Padre, que al mismo tiempo es su espíritu (…) Pero cuando Jesús habla del Espíritu Santo como (…) el abogado que nos da, como el Consolador, entonces es evidente que tiene el mismo rango y que esa esencia relacional de Dios se expresa en el triple entramado Padre-Hijo-Espíritu Santo. Esta es una explicación de Benedicto XVI en el libro Dios y el Mundo, que hemos citado varias veces.[5]

La Sagrada Escritura no sólo nos revela la obra maravillosa de Dios en favor de los hombres, sino que el Nuevo Testamento nos revela algo, -hasta donde nuestro entendimiento puede captar,- del misterio de Dios en sí mismo, de la vida misma de Dios. Al descubrir el misterio de la persona de Cristo, Hijo de Dios, el mismo Cristo nos reveló al Padre y al Espíritu Santo.[6]

¿A dónde nos dirigimos con esta reflexión? A meditar en que si la vida íntima de Dios, como aparece en la revelación, es una relación de amor de las Tres Personas, y lo que Jesús vino a comunicarnos fue esa experiencia, nosotros estamos llamados también, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, a una vida de amor en nuestra comunidad de hermanos.

Los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de Amor: amor de Padre, amor filial. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh, leímos del Salmo 103. Y lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo Ien su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, basándose en San Agustín y en Santo Tomás, dice que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del E.S. dice el Papa.[7] Y añade: Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas.

Terminemos nuestra consideración con la lectura del último párrafo del Nº 31: Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[8]Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”. (Gaudium et Spes, 10).

Y por hoy es suficiente. Nos vendrá bien repasar tan profunda doctrina.


[1]Carlos Bravo L., S.J., El Fundamento de la Fe de Pascua, Centro Editorial Javeriano, Colección Iglesia Hoy, Nº 1, Pg. 147

[2]Ibidem, Pgs. 149 y 150 En el último párrafo el P. Bravo cita a Kessler, Hans, La resurrección…, pp. 256ss

[3]Propiciación: 1. Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia 2. Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicia divina y tener a Dios propicio. DRAE

[4]Cfr también Mc 10, 32-34;Mt 16,21; 17, 12-22-23

[5]Pg. 250s

[6]Tomo esta explicación y lo que sigue de: Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, Curso de Actualización Teológica, Secretariado del Episcopado Colombiano, Bogotá, 1990, La Teología del Espíritu Santo, por P. José Arturo Domínguez Asensio. En este curso participó el Cardenal Ratzinger.

[7]Ibidem, Pg. 272

[8] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, 4