Reflexión 155 – Juan Pablo II y el Desarrollo Integral

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¿Es siempre bueno el progreso?

Terminamos la reflexión anterior con un planteamiento de Juan Pablo II acerca del desarrollo. Cuando se habla de progreso  se suele dar por cierto que el progreso es siempre bueno para el hombre; no se suele dudar de la conveniencia del progreso. Se supone que conseguir resultados técnicos nuevos es siempre un avance, sin tener en cuenta si los medios que se utilizan son morales o inmorales. Por esa actitud permisiva se llega a defender “adelantos” técnicos, como la utilización de embriones con fines terapéuticos, como si el fin justificara los medios.

Se pregunta el Santo Padre, en su encíclica Redemptor hominis (15), si el progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana» ¿la hace más «digna del hombre»?Añade el Papa que  No puede dudarse de que, bajos muchos aspectos, la haga así. No obstante esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor. Según explica Juan Pablo II, hacerse mejor es, ser más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos.

Habla Juan Pablo II de “hacerse mejor”; es que no podemos ignorar que no es solo el mundo material, que no es la economía sola, que no son los elementos fuera del hombre los que se desarrollan y progresan, se estancan o se deterioran. En medio de ese proceso del desarrollo de las cosas está también el proceso de desarrollo de la persona humana que, se hace mejor  o se estanca o se deteriora mientras promueve o impide el desarrollo de su medio.Es decir que el ser humano no está aislado e inmune frente a lo que sucede en su mundo.

 

 

Nosotros hacemos al mundo mejor o peor

 

El centro del mundo es la persona humana, y sus deseos y temores, sus pasiones y sus razones, su inclinación al bien o al mal  son parte del proceso de desarrollo de ese mundo. Somos nosotros, los seres humanos, los que hacemos al mundo mejor o peor, y nosotros mismos somos vulnerables frente a lo que hagan los demás que nos rodean. Hay una interacción entre los procesos de maduración de las personas y del medio donde se vive.[1] Por eso es tan importante la pregunta, si el progreso actual hace mejor al hombre.

 

El ser humano tiene miedo de sí mismo

 

Si observamos el progreso tecnológico del mundo, sentimos admiración, pero en nuestros días, hay progresos técnicos que nos inspiran miedo. Hace no muchos años se descubrió la energía atómica y lo que podría haber sido un instrumento para el bien, para usos pacíficos, se convirtió en un instrumento de terror, ante la posibilidad de que el mundo desapareciera por el mal uso de un producto de las manos del hombre. Juan Pablo II, una vez más, en Redemptor hominis, afirma que el hombre vive cada vez más en el miedo (15) y se pregunta de qué tiene miedo el hombre contemporáneo y  contesta:

El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad.

Como el ser humano pareciera olvidar sus experiencias, hay naciones que hoy vuelven a amenazar a sus vecinos con el poderío atómico en sus manos.

Una obra admirable de la inteligencia humana es el desarrollo de la informática, por la cual las comunicaciones se faciltan de manera jamás imaginada, las distancias entre los pueblos y las personas se  borran, las tareas de diversa índole se agilizan y están al alcance de casi todos. Cabe también aquí la pregunta: ¿nos han hecho estos inventos más humanos? ¿El origen del desempleo no se encuentra en buena parte en el reemplazo de las personas por las máquinas?

 

¿Mucho cerebro y poco corazón?

Son inquietudes a las que deberíamos encontrar algunas respuestas, desde la fe y desde la razón. El conocido sociólogo y psicólogo, Erich Fromm escribía en uno de sus libros, que las dificultades cruciales a las que nos enfrentamos hoy, se originan en que el desarrollo de las capacidades intelectuales del hombre han sobrepasado largamente el desarrollo de sus emociones.

Dice Erich Fromm que, mientras el cerebro del hombre vive en nuestro siglo, el corazón de la mayoría de los seres humanos vive todavía en la edad de piedra. Añade que el ser humano hoy, adora el poder y el dinero y sigue solo con los labios las enseñanzas de los grandes líderes espirituales de la humanidad.

 

 

Las preguntas que debemos hacernos los cristianos y también los demás…

Volvamos al pensamiento de Juan Pablo II, quien nos centra en la pregunta sobre si el progreso actual nos hace más humanos; si la vida actual es digna del ser humano. 

   

 Juan Pablo II en el N° 15 de su encíclica Redemptor hominis afirma que son esas preguntas las que deben hacerse los cristianos, precisamente porque Jesucristo los ha sensibilizado universalmente en torno al problema del hombre. Y dice que esas mismas preguntas se las deben hacer todos los hombres y especialmente los que se dedican al progreso y desarrollo.

 

Como dice el Papa, el mundo se deja llevar por el entusiasmo de sus conquistas, cuando todos debemos plantearnos, con absoluta lealtad, objetividad y sentido de responsabilidad moral, los interrogantes esenciales que afectan a la situación del hombre hoy y en el mañana. Y formula de nuevo, el Papa, ampliándolas, las mismas preguntas:

Todas las conquistas, hasta ahora logradas y las proyectadas por la técnica para el futuro ¿van de acuerdo con el progreso moral y espiritual del hombre? En este contexto, el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa, o por el contrario retrocede y se degrada en su humanidad? ¿Prevalece entre los hombres, «en el mundo del hombre» que es en sí mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal?¿Crecen de veras en los hombres, entre los hombres, el amor social, el respeto de los derechos de los demás —para todo hombre, nación o pueblo—, o por el contrario crecen los egoísmos de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados y no el auténtico amor de patria,[2] y también la tendencia a dominar a los otros más allá de los propios derechos y méritos legítimos, y la tendencia a explotar todo el progreso material y técnico-productivo  exclusivamente con finalidad de dominar sobre los demás o en favor de tal o cual imperialismo?

 

Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas

 

Juan Pablo II nos enseña también en la encíclica Redemptor hominis, Redentor del hombre,  en que forma se debe entender el desarrollo integral, que es el verdadero desarrollo humano. En el N° 16 dice:

Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que los hombres pueden servirse. Se trata —como ha dicho un filósofo contemporáneo y como ha afirmado el Concilio— no tanto de «tener más» cuanto de «ser más». 

 [3]

Nos previene el Santo Padre que podemos sentir el peligro de que

mientras avanza enormemente el dominio por parte del hombre sobre el mundo de las cosas; de este dominio suyo pierda los hilos esenciales, y de diversos modos su humanidad esté sometida a ese mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación (…),  a través de toda la organización de la vida comunitaria, a través del sistema de producción, a través de la presión de los medios de comunicación social. El hombre no puede renunciar a sí mismo, ni al puesto que le es propio en el mundo visible, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción y de sus propios productos. Una civilización con perfil puramente materialista condena al hombre a tal esclavitud, por más que tal vez, indudablemente, esto suceda contra las intenciones y las premisas de sus pioneros. En la raíz de la actual solicitud por el hombre está sin duda este problema. No se trata aquí solamente de dar una respuesta abstracta a la pregunta: ¿quién es el hombre?  sino que se trata de todo el dinamismo de la vida y de la civilización. Se trata del sentido de las diversas iniciativas de la vida cotidiana y al mismo tiempo de las premisas para numerosos programas de civilización, programas políticos, económicos, sociales, estatales y otros muchos.

 

Desarrollo y la revelación bíblica

 

Habíamos observado que Juan Pablo II consideraba el desarrollo con argumentos fundamentados tanto en la ética o moral natural, como en la fe, es decir en argumentos religiosos. Las citas que hemos leído de la encíclica Redemptor hominis, la primera de Juan Pablo II, nos muestran que desde el comienzo de su pontificado al tema del desarrollo le concedía gran importancia y que si se considera desde el punto de vista racional, – el de la  ética, – o desde el punto de vista religioso, – el de la revelación, -se concluye que un desarrollo que se quede en sólo el desarrollo material, económico, resulta corto, abarca sólo una parte de la persona humana y por lo tanto no responde a su realidad íntegra, total.

Vamos a leer unas palabras del P. ldefonso Camacho,[4] en  su comentario sobre Sollicitudo rei socialis.Nos ayudan a comprender que es muy valiosa la consideración del desarrollo desde el punto de vista de la fe. Si nos queda alguna duda sobre la legitimidad de que la Iglesia tenga una opinión  en este tema del desarrollo, que algunos pueden considerar exclusivo de los economistas y políticos, estas ideas nos pueden ayudar:

Resulta interesante ver cómo un concepto, que parece tan propio de las ciencia de nuestro tiempo, puede encontrar luz en la misma revelación bíblica. Para ello hay que mirar al designio de Dios sobre la humanidad y al papel que corresponde al hombre en la realización del mismo, teniendo presente una doble perspectiva: la creación y la salvación en Cristo.

En su origen, este mundo ha salido de las manos de Dios. Pero la creación no debe entenderse como una obra acabada, sino en una perspectiva dinámica. Es decir, que es al hombre al que corresponde desarrollar ese germen que Dios le confió en los comienzos: eso significa el encargo de dominar la tierra para alcanzar su plenitud como ser humano. En ese sentido el desarrollo es “la expresión moderna” de una dimensión esencial de la vocación del hombre (SRS 30ª).[5]

 

Vocación del hombre al desarrollo

 

Es de verdad interesante esta reflexión sobre el papel del hombre en el desarrollo, entendiendo ese papel como una vocación, una misión que Dios le encarga;  y cómo el ser humano encuentra su plenitud cumpliendo el encargo de dominar la tierra que le encomendó el Creador. Los economistas y políticos católicos pueden sentirse agradecidos con Dios que los llamó a continuar su obra.  Claro está que su  misión la debe cumplir el hombre con fidelidad a los planes de Dios. En Sollicitudo rei socialis, en el N° 30,  encontramos ésta bella y al mismo tiempo profunda consideración de Juan Pablo II:

Según la Sagrada Escritura (…), la noción de desarrollo no es solamente « laica » o « profana », sino que aparece también, aunque con una fuerte acentuación socioeconómica, como la expresión moderna de una dimensión esencial de la vocación del hombre. En efecto, el hombre no ha sido creado, por así decir, inmóvil y estático. La primera presentación que de él ofrece la Biblia, lo describe ciertamente como creatura y como imagen, determinada en su realidad profunda por el origen y el parentesco que lo constituye. Pero esto mismo pone en el ser humano, hombre y mujer, el germen y la exigencia de una tarea originaria de realizar, cada uno por separado y también como pareja. La tarea es   « dominar»  a  las demás creaturas, «cultivar el jardín»;  pero hay que hacerlo en el marco de obediencia a la ley divina y, por consiguiente, en el respeto de la imagen recibida, fundamento claro del poder de dominio, concedido en orden a su perfeccionamiento (cf. Gén 1, 26-30; 2, 15 s.; Sab 9, 2 s).

Cuando hablamos del ser humano como imagen de Dios, generalmente pensamos en el respeto que debemos tener a los demás, en consideración a su dignidad; es importante que tengamos presente que el respeto tiene que empezar por el respeto hacia nosotros mismos. Tenemos que empezar por respetarnos nosotros. Por eso en el dominio que ejerzamos sobre las demás creaturas, se debe reflejar nuestra dignidad de imágenes del Creador. Nuestras acciones en nuestras relaciones con los demás, deben ser dignas de quienes han recibido del Creador la misión de continuar su obra. No debemos hacer nada que, en nuestro lugar, Dios no haría. Sigamos con las palabras de Juan Pablo II:

Cuando el hombre desobedece a Dios y se niega a someterse a su potestad, entonces la naturaleza se le rebela y ya no lo reconoce como señor, porque ha empañado en sí mismo la imagen divina. La llamada a poseer y usar lo creado permanece siempre válida, pero después del pecado su ejercicio será arduo y lleno de sufrimientos (cf. Gén 3, 17-19).

En efecto, el capítulo siguiente del Génesis nos presenta la descendencia de Caín, la cual construye una ciudad, se dedica a la ganadería, a las artes (la música) y a la técnica (la metalurgia), y al mismo tiempo se empezó a « invocar el nombre del Señor » (cf. ibid. 4, 17-26).[6]

La historia del género humano, descrita en la Sagrada Escritura, incluso después de la caída en el pecado, es una historia de continuas realizaciones que, aunque puestas siempre en crisis y en peligro por el pecado, se repiten, enriquecen y se difunden como respuesta a la vocación divina señalada desde el principio al hombre y a la mujer (cf. Gén 1, 26-28) y grabada en la imagen recibida por ellos.

 

El desarrollo actual empezó en la creación

Vocación del hombre al trabajo

 

Es lógico concluir, al menos para quienes creen en la Palabra de Dios, que el «desarrollo» actual debe ser considerado como un momento de la historia iniciada en la creación y constantemente puesta en peligro por la infidelidad a la voluntad del Creador, sobre todo por la tentación de la idolatría, pero que corresponde fundamentalmente a las premisas iniciales. Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante, de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida,  faltaría a la voluntad de Dios Creador. Bajo este aspecto en la Encíclica “Laborem exercens” me he referido a la vocación del hombre al trabajo, para subrayar el concepto de que siempre es él el protagonista del desarrollo.[7]  

 

Más aún, el mismo Señor Jesús, en la parábola de los talentos pone de relieve el trato severo reservado al que osó esconder el talento recibido: « Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí… Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos » (Mt 25, 26-28). A nosotros, que recibimos los dones de Dios para hacerlos fructificar, nos toca « sembrar » y « recoger ». Si no lo hacemos, se nos quitará incluso lo que tenemos.

Meditar sobre estas severas palabras nos ayudará a comprometernos más resueltamente en el deber, hoy urgente para todos, de cooperar en el desarrollo pleno de los demás: « desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres ».[8] 

 

Nuestra responsabilidad frente a la situación de millones de hermanos nuestros

Realmente, a medida que hemos ido conociendo el pensamiento católico sobre el desarrollo, como Juan Pablo II nos lo explica, en particular en su encíclica Sollicitudo rei socialis y con el fundamento que sobre la persona humana nos enseña en Redemptor hominis, nos llenamos de entusiasmo y agradecimiento por la vocación a que Dios nos llamó al crearnos. Comprendemos mejor nuestro papel en el mundo. Vemos que como cristianos no podemos ser indiferentes ante los problemas del desarrollo, ante la crisis económica. Juan Pablo II nos enseña claramente que, por ser cristianos tenemos la exigencia de proyectar nuestra fe hacia el mundo, es decir de evangelizar. Nuestra obligación es más apremiante cuando está en juego la superviviencia de millones de hermanos nuestros que no gozan ni de los más elementales adelantos de la economía y de la técnica.

 Si es verdad que los economistas, los políticos y cuantos con su palabra y con sus acciones tienen incidencia en el desarrollo, se deben sentir orgullosos de tener una vocación de continuadores de la obra de la creación, también es verdad que en sus decisiones no pueden traicionar ni ignorar los planes de Dios y buscar sólo su propio beneficio.

 

Consumismo, superdesarrollo y subdesarrollo

 

Juan Pablo II denuncia al consumismo, denuncia enérgicamente  los escandalosos contrastes entre el hiperdesarrollo y el subdesarrollo. Dice en el N° 28 de Sollicitudo rei socialis:

Debería ser altamente instructiva una constatación desconcertante de este período más reciente: junto a las miserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie de superdesarrollo, igualmente inaceptable porque, como el primero, es contrario al bien y a la felicidad auténtica. En efecto, este superdesarrollo, consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la « posesión » y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos. Es la llamada civilización del « consumo » o consumismo, que comporta tantos « desechos » o « basuras ». Un objeto poseído, y ya superado por otro más perfecto, es descartado simplemente, sin tener en cuenta su posible valor permanente para uno mismo  o para otro ser humano más pobre.

 

Desarrollo y estructuras de pecado

El  manejo injusto de las posesiones que originariamente entregó Dios para el bien de todos, reflejan un mundo sometido a estructuras de pecado. Es éste un pensamiento cristiano, que tiene en cuenta la voluntad de Dios Creador, sus planes sobre los hombres, su justicia y misericordia. En el N° 36 de Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II afirma que no se puede llegar  fácilmente  a una comprensión profunda de la realidad que tenemos ante nuestros ojos sin dar un nombre a la raíz de los males que nos aquejan.   ¿A qué se refiere? El N° 37 lo termina con esta valiosa explicación:

la naturaleza real del mal al que nos enfrentamos en la cuestión del desarrollo de los pueblos; es un mal moral, fruto de muchos pecados que llevan a « estructuras de pecado ».

Las estructuras de pecado  se originan  en los pecados personales, y están vinculadas a actos concretos de las personas que refuerzan esas estructuras de pecado. Nuestros pecados personales construyen y sostienen esas estructuras.

Los seres humanos nos inclinamos a pensar en los pecados de los demás y no en los nuestros. Examinémonos, a ver si tenemos algo que ver con esos muchos pecados que llevan a « estructuras de pecado », especialmente en nuestra obligaciones de justicia con los demás.La misma encíclica Sollicitudo rei socialis en la nota 65 explica el pensamiento del Papa, como lo expresó en la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 16:

 

« Ahora bien la Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios, o hasta de enteras Naciones y bloques de Naciones, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo por evitar, eliminar, o, al menos, limitar determinados males sociales, omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo; y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior. Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una situación —como una institución, una estructura, una sociedad—no es, de suyo, sujeto de actos morales; por lo tanto, no puede ser buena o mala en sí misma » AAS 77 (1985), p. 217.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Erich Fromm, Escape from freedom, Avon Books,  Forward

[2] Me parece que la traducción española no es correcta, por eso la cambio levemente. El original latino dice: …nimia suae gentis studia,- non vere patriae caritas…

[3]Cf. Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 35: AAS (1966) 1053; Pablo VI, Discurso al Cuerpo diplomático, 7 enero 1965: AAS 57 (1965) 232; Enc. Populorum progressio, 14: AAS 59 (1967) 264. (L.J.Lebret, O.P., Dynamique cocrete du développment, P. 28)

 

[4] Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 511

[5] Cf Ildefonso Camacho, doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 511

[6] Esta cita de Juan Pablo II se refiere a las siguientes palabras del Gén, 4,26: También a Set le nació un hijo, al que puso por nombre Enós. Éste fue el primero en invocar el nombre del Señor (de Yahvé). La Biblia de Jerusalén anota que Las tradiciones “elohista” y “sacerdotal”  retrasan hasta Moisés, Ex 3,14; 6,2 ,la revelación del nombre divino.

[7]  Cf  Juan Pablo II, Laborem exercens, 4; Pablo VI, Populorum progressio, 15

[8]  Cf Pablo VI Populorum progressio, 42