Doctrina Social de la Iglesia – Reflexión 103

Julio 3 de 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

El Desprendimiento (“Letting go”)

En nuestro estudio sobre la naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia dedicamos la consideración anterior a reflexionar sobre la compasión como la puerta de entrada en el Reino; hoy vamos a dedicar este espacio a meditar sobre el desprendimiento, como un requisito para ser compasivos y por lo tanto para merecer el Reino de Dios. Todo esto hace parte de nuestro estudio sobre la naturaleza de la D.S.I. Ya nos va quedando muy claro que la D.S.I. no es un asunto que pertenezca al campo de la política, ni de la economía, sino que corresponde al campo religioso, específicamente a la teología moral. Se trata de una moral que va más allá de la ética natural, porque incluye exigencias del Evangelio. A los cristianos el Señor nos pide más.

Hemos visto que el cristianismo es la religión del amor y que la puerta de entrada al Reino de Dios es la compasión. Se podría pensar que el mandamiento del amor no debería ofrecer dificultades en su cumplimiento, porque estamos hechos para amar, como imágenes de Dios, que es amor; sin embargo, como el amor cristiano es exigente, porque no se trata de un amor de palabra sino de verdad; – por ejemplo, el amor cristiano nos pide que perdonemos a quien nos ha ofendido y que amemos también a nuestros enemigos, – quizás por eso, porque el amor cristiano es exigente, – faltamos mucho contra el amor. Y, podría uno pensar que si no amamos a los demás de verdad, ¿por qué por lo menos no somos compasivos? ¿Qué nos impide ser compasivos? El P. Peter McVerry, de cuyo libro me he servido en los programas anteriores, nos ofrece unas reflexiones sobre el desprendimiento, que vamos a compartir hoy. Parece que una de las causas de nuestra falta de compasión es nuestro apego a lo terrenal. No somos compasivos cuando la compasión nos exige ceder en algo de nuestros intereses personales.

Es conveniente, entonces, que reflexionemos sobre el desprendimiento, porque, si no nos desprendemos de muchas cosas que nos sujetan a la tierra, esos apegos se convierten en obstáculos para ser compasivos, y se pueden convertir también en obstáculos para llegar al Reino de Dios.

¿De qué cosas nos debemos desprender?

Una de nuestras oyentes preguntaba al aire, en el programa radial anterior, de qué cosas, fuera de las cosas materiales, nos debemos desprender. Es una muy buena pregunta. Vamos a reflexionar sobre qué es eso del desprendimiento, y a qué cosas nos solemos apegar, que se puedan convertir en impedimentos o en limitaciones para nuestro crecimiento personal o para nuestra vida cristiana.

Comencemos por definir o describir de alguna manera el desprendimiento. Todos tenemos que ser desprendidos en circunstancias muy variadas, de modo que para entender hasta donde llega el desprendimiento, debemos utilizar ejemplos de varias circunstancias. En general, podemos hablar del desprendimiento como del acto de soltar el control que queremos tener de las personas, de las situaciones, de los lugares, de las cosas. Desprendernos de algo es aceptar que no necesitamos ejercer todo el tiempo el poder, el control de la gente, de los lugares, de las situaciones y de las cosas.

Desprendernos es soltar el control

Desprendernos quiere decir soltarnos de personas, lugares, y cosas en las que estamos o hemos estado emocionalmente enganchados, de manera que nos pueden hacer daño. Estamos en el camino del desprendimiento, cuando comprendemos y aceptamos que, lo que necesitamos no es el control de lo que está fuera de nosotros, sino el control sobre nosotros mismos, sobre nuestra vida, y que así podremos vivir con gran libertad de espíritu, y sin sentimientos de culpa por haber abusado del poder o del control con otras personas, situaciones o cosas.

Desprendernos de las personas y de las cosas es dejarlas libres, haciéndonos conscientes de que nosotros no les somos indispensables y que pueden crecer o progresar sin nosotros. Ese desprendimiento es un acto de control de nosotros mismos, de libertad de espíritu, que a su vez a nosotros nos permite crecer espiritualmente.

Nuestro apego a las personas, a las situaciones o a las cosas, nos hace sentir que controlamos algo que está fuera de nosotros, y nos hace creer que somos poderosos: nos parece que tenemos un territorio propio, donde mandamos a discreción, donde nada se escapa a nuestra decisión. Y al contrario, si admitimos con sencillez, con claridad mental, que no somos tan poderosos, esa actitud nos ayuda a controlarnos nosotros mismos, y al soltar lo que nos ata, nos sentimos libres.

No somos tan poderosos ni necesarios

El desprendimiento consiste en poner todas las cosas de la vida en el lugar que les corresponde y en caer en la cuenta de que no somos tan poderosos, que no podemos pretender que sea necesario nuestro control para que las demás personas y situaciones marchen bien.

Desprendimiento es también aceptar que hay realidades de la vida que no podemos ni debemos intentar controlar, y que debemos, no sólo soltarlas, sino alejarnos de ellas, para no hacerles daño ni hacernos daño nosotros.

Podemos apegarnos a algunas personas o situaciones con una dependencia excesiva que nos enreda, que nos limita lo que podemos hacer por nuestro propio desarrollo psicológico o espiritual. El desprendimiento de esas personas o situaciones nos ayudará a ser libres con la libertad de hijos de Dios. Para lo que Él quiera.

Apegarnos es ponernos límites

Si queremos sentirnos en paz, si queremos sentir el amor de Dios en nuestro corazón, si queremos saborear el momento presente, tenemos que empezar por soltar las amarras que nos hemos impuesto. Apegarnos es amarrarnos, es ponernos límites. Para volar tenemos que soltarnos de la tierra.

A lo largo de la vida se nos pide una y otra vez que nos desprendamos, que nos soltemos. Ese soltarnos de las personas, de las cosas, de las situaciones, es parte del proceso de nuestro crecimiento. Así nos cueste y nos duela, no podemos progresar si permanecemos atados. Recorramos algunas situaciones que todos vivimos.

No es fácil despedirnos de los parientes y amigos que se van. Para los padres de familia es una dura lucha personal, soltar a los hijos cuando dejan de ser niños y piden que los dejemos crecer. Para los padres, nos es difícil también aceptar que un día llega a su fin el papel principal de ser los papás que mandan, que guían, que reprenden. Si nos dejan, podemos intentar seguir en nuestro papel de guías, podemos orientar, dejando, eso sí, la libertad de que acepten o no, nuestros puntos de vista. A las mamás y papás nos puede parecer que cuando nuestros hijos crecen y se van, se desvanece un poco nuestra identidad de madres y padres. Algunos padres y madres se han identificado y aferrado de tal manera a su papel maravilloso de padres que, cuando sus hijos se van, se sienten inseguros sobre cuál es el nuevo papel que deben desempeñar en la familia.

Podemos crecer mientras estamos vivos

Y sucede que siempre podemos seguir creciendo mientras estamos vivos, también los adultos mayores; pero para seguir creciendo espiritual o psicológicamente, tenemos que aceptar los nuevos papeles y caminos que la vida, es decir, Dios, va señalando a los demás y a nosotros. Para que también otros puedan crecer, tenemos que abrirles campo.

Una autora de habla inglesa, llamada Leslie Lobell ofrece una comparación bella sobre este dejar ir, sobre el soltar, en lo cual consiste el desprendimiento… Dice:

Muchos de nosotros tratamos de mantener un firme control de cosas que están fuera de nuestro control. Eso es como tratar de agarrar el agua que corre en un río. Meta sus manos en el río. Si trata de agarrar el agua cerrando los dedos, el agua se escurre de las palmas de sus manos. En cambio, si usted, con tranquilidad, abre las manos y con ellas entreabiertas forma una copa, el agua entra en ellas. Cuando estamos tranquilos, abiertos y ofrecemos confianza podemos conservar mejor lo que apreciamos. Si soltamos, dejamos que los misterios de la vida nos llenen.

Dejar que se vayan cuando se tienen que ir

Si la vida llama a todos a una actitud de desprendimiento, de dejar que las cosas se vayan cuando se tienen que ir, con igual razón o quizás con razones más altas, podemos afirmar lo mismo del cristiano. La espiritualidad del cristiano, en la comunidad cristiana, está marcada por el desprendimiento, por el dejar ir: nos pide que nos desprendamos de las posesiones materiales, que no nos apeguemos al ‘estatus’ que el trabajo, el cargo o el dinero puedan darnos; que no nos aferremos al poder. Uno se siente muy bien con el poder en la mano. Sin embargo, la espiritualidad cristiana nos pide que nos desprendamos de lo que, por lo menos aparentemente, son nuestros seguros, de lo que nos da tranquilidad, olvidándonos del único seguro que podemos tener, de Dios. Que en vez de encerrarnos en una zona terrena de seguridad, nos abandonemos en las manos de Dios.

El Evangelio nos recuerda que todo lo que tenemos es un regalo de Dios. Nuestra vida, nuestra salud, nuestra educación, nuestra familia, nuestros amigos, nuestras propiedades, – pocas o muchas, – nuestras cualidades, nuestro trabajo; en resumen, todo lo que tenemos y poseemos es un regalo que Dios nos dio, sin merecimiento nuestro. Y no podemos olvidar nunca, que Dios nos entregó todo eso prestado. Todos los regalos que recibimos de Dios se los tenemos que devolver. Nos los prestó para que los usemos y claro, para que los usemos bien. Un día diremos al Señor: Vos Señor me lo disteis, a Vos, Señor lo torno, todo es vuestro. Veamos algunos ejemplos de esos préstamos que tenemos que devolver:

Devolver a Dios lo que Dios nos ha dado

Llega un momento en que tenemos que devolverle nuestros padres a Dios. A medida que aumenta nuestra edad, vamos entregando nuestra propia salud, y llega el día en que de igual forma nuestro trabajo se va, hasta cuando llega el momento en que devolvemos todo lo que nos queda, la vida misma, junto con lo que tengamos. Si nos queda alguna propiedad la tenemos que soltar, lo mismo que nuestras cualidades y nuestra salud. Desprendernos de lo que tenemos, soltar lo que tenemos, es la espiritualidad que conforma la esencia de nuestra existencia como seres humanos, destinados a ir creciendo, a ir envejeciendo y un día a morir. La vida es un devolver a Dios lo que Dios nos ha dado. Precisamente en dejar ir, en soltar, en desprendernos, no en acumular o en aferrarnos a algo es donde podemos encontrar la verdadera felicidad y donde nos sentiremos a plenitud.

Hace unos días, una oyente de la catequesis del P. Germán Acosta, dijo una frase que había escuchado a alguien y es excelente para este momento. Dijo ella que, cuando uno se va, – cuando uno muere, – se lleva lo que dio y deja lo que tiene. Es un pensamiento muy sabio. El dicho popular es que no hay entierros con trasteo, pero este es mejor: uno sí se lleva algo, poco o mucho: se lleva lo que dio. Lo que conservó para sí, lo deja.

¿Qué nos enseñó Jesús sobre el desprendimiento?

Recordemos el Evangelio en Lc 12, 13-21:

Uno de entre la muchedumbre le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.» 14. El le contestó: «¡Hombre! ¿quién me ha hecho a mí vuestro juez o repartidor?»

15. Y les dijo: «Cuidad y guardaos de toda avaricia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.» 16. Les propuso una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; 17. y pensaba para sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?”18. Y dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, 19. y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe y alégrate.”20. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en Dios.»

Nuestras propias seguridades

El desprendimiento, como aparece en el Evangelio, es ante todo la renuncia a nuestras falsas seguridades. Si la vida es un constante dejar ir los dones que Dios nos ha dado, es también un soltarnos de las seguridades que esos dones traen consigo. Ese soltarnos empieza desde el momento mismo de nuestro nacimiento, cuando nos soltamos de la seguridad y el calor que el vientre de nuestra madre nos brindaba; luego, cuando éramos niños pequeños, caminábamos seguros, tomados de la mano de nuestra madre; pero, cuando nos sentimos grandes, – no necesariamente cuando ya fuimos grandes, – nos soltamos para caminar solos. Llegó un día en que ya adultos, dejamos la seguridad del hogar paterno, y creamos nuestra propia familia. Finalmente, llegará un día en que tendremos que dejar ir la última seguridad que nos quede, a la cual nos aferramos: nuestra vida. Pero la realidad es que desprendernos de todas las seguridades de nuestra vida, nos permite poner nuestra seguridad solamente en Dios. Cuando lleguemos, por fin, a ese puerto donde Dios nos espera, estaremos seguros para siempre.

Jesús nos enseñó que no nos deberíamos preocupar por tantas cosas que nos inquietan. Recordemos sus palabras en Lc 12, 22-34:

22 Dijo a sus discípulos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: 23 porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido;
24 fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!
25 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un codo a la medida de su vida?
26 Si, pues, no sois capaces ni de lo más pequeño, ¿por qué preocuparos de lo demás?
27 Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.
28 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! 29 Así pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos.
30 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso.
31 Buscad más bien su Reino, y esas cosas se os darán por añadidura. 32 “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.
33 “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla;
34 porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Valores cristianos en la cultura capitalista

El Evangelio nos enseña la doctrina sobre el desprendimiento. En verdad se trata de una doctrina con la que no están de acuerdo los valores de nuestra cultura capitalista, que se basa en la necesidad del consumo.

La economía capitalista que nos ha tocado vivir, y de la que se ufana casi todo el mundo, se basa en el consumo. Es el consumo lo que le permite crecer. Si no se consume, el crecimiento de la economía se estanca y finalmente podría colapsar. Por eso la publicidad se enfoca a persuadirnos de la necesidad de comprar mucho y con frecuencia. La industria no fabrica ya bienes que duren, y nos dicen que la razón para ofrecer cada vez y con más frecuencia modelos nuevos y modificados, es que así nos proporcionan una tecnología más avanzada. Cuando se trata de ropa, los creadores y promotores de la moda, sacan del mercado muy pronto la ropa perfectamente utilizable, para reemplazarla por los nuevos estilos. Se encargan de promover el uso de la moda nueva, con la presentación de modelos que supuestamente son las personas de éxito. Nos dicen que si queremos ser personas de éxito, tenemos que imitar a esos personajes vestidos a la moda.

El contagio de la industria farmacéutica

Hasta la industria farmacéutica se contagió de los criterios de vender más. En estos días, el diario El Tiempo publicó una página completa sobre el negocio de los medicamentos. Según ese periódico, en una evaluación realizada hace dos años por la revista francesa La Revue Prescricre (La Revista Recetar) sobre los nuevos medicamentos, sólo el 10% de ellos eran realmente innovadores y el 69% no tenía nada nuevo. “Los laboratorios, -dice al artículo,- toman las moléculas cuyas patentes están por vencerse, les hacen pequeñas modificaciones y las registran como nuevas.”

Cada área del mercado tiene sus propias estrategias de ventas. Para persuadirnos de la conveniencia de comprar mucho y con frecuencia, la publicidad trata de convencernos de que nos ofrecen productos y servicios que satisfacen nuestras necesidades. Esa sería una filosofía sana: ofrecer a la gente lo que satisfaga sus necesidades. Sin embargo, el veneno está en que al mismo tiempo nos quieren convencer de que sólo podemos encontrar la satisfacción, la felicidad, si tenemos una vivienda más grande, dotada de los equipos más modernos; si además nuestro carro es último modelo, si el TV es también más grande y de la tecnología más avanzada, si poseemos todos los equipos electrónicos acabados de salir al mercado; productos que por cierto estarán desactualizados dentro de seis meses, de modo que habrá que cambiarlos. La publicidad busca convencer, y lo logra en mayor o menor grado, de que la felicidad y la plenitud la encontramos en la compra y el uso de los bienes y servicios.

No es óptima la respuesta capitalista

Tengamos presente que nos ha tocado vivir en este mundo capitalista, después de que el socialismo marxista se desmoronó porque fracasó económicamente con su filosofía colectivista y los pueblos sometidos a él no toleraron más su abuso de autoridad y el atropello de la libertad. Pero eso no quiere decir que el capitalismo sea una óptima respuesta. Una de las más graves limitaciones éticas del capitalismo es su incapacidad para la solidaridad, y junto a ella, su afán desbocado de ganancias. La solidaridad es una virtud cristiana, que tiene numerosos puntos de contacto con la caridad, nos enseñó Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, en el N° 40. No es la caridad una virtud característica del capitalismo. Uno de sus fundamentos es precisamente que son un negocio y es de su esencia el lucro y del lucro se abusa, a costa de los clientes y usuarios.

Las siguientes son palabras de Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus annus, en el N° 19:

Otra forma de respuesta práctica, (al marxismo) finalmente, está representada por la sociedad del bienestar o sociedad de consumo. Ésta tiende a derrotar al marxismo en el terreno del puro materialismo, mostrando cómo una sociedad de libre mercado es capaz de satisfacer las necesidades materiales humanas más plenamente de lo que aseguraba el comunismo y excluyendo también los valores espirituales. En realidad, si bien por un lado es cierto que este modelo social muestra el fracaso del marxismo para construir una sociedad nueva y mejor, por otro, al negar su existencia autónoma y su valor a la moral y al derecho, así como a la cultura y a la religión, coincide con el marxismo en reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales.

Volvamos a la consideración de las estrategias del mercado. En este mundo capitalista que ahora domina a casi todos los países, podemos comprobar que esa manera de vendernos la idea de que la felicidad la encontramos en la compra y el uso de los bienes y servicios es claramente engañosa, porque después de que hemos comprado algo, se espera que en corto tiempo nos sintamos otra vez insatisfechos con nuestra adquisición y la publicidad nos excite de nuevo a comprar. Esa contradicción que experimentamos una y otra vez, ayuda a crear ese vacío que existe en mucha gente, ese vacío que tratan de llenar con más compras de bienes.

Seguridad de nuestras familias

Nos dicen hoy que nuestra seguridad y la de nuestros hijos la tenemos que buscar en términos económicos. Sin duda tenemos que buscar la seguridad de un techo y de un modo de sostenernos; eso supone un salario justo y unos ingresos que en lo posible sean fijos. Infortunadamente nuestra sociedad de consumo no nos ofrece esa seguridad; al contrario, ha impuesto en el mundo un sistema de contratación laboral, que si algo ofrece no es propiamente seguridad ni ingresos suficientes para las familias.

La tan mencionada legislación de flexibilización laboral, lo que buscaba era favorecer a las empresas, de las que se suponía responderían con la reciprocidad de abrir más puestos de trabajo. Eso no sucedió. Los trabajadores se quedaron con unos ingresos reducidos y caminando en la cuerda floja de un trabajo inseguro, los que lo consiguen. Y qué decir de los bancos, que, en Colombia, prestan a intereses altísimos y pagan a los ahorradores unos intereses mínimos, que no alcanzan a compensar lo que los mismos bancos les cobran por el manejo de su dinero. Los ahorradores preferirían manejar sus exiguos ingresos “debajo del colchón”, si el sistema lo permitiera.

Nos damos cuenta, pues, de que el dinero nos ofrece una muy tenue forma de seguridad, pero el sistema en que vivimos nos insiste en que no hay nada que nos ofrezca una mayor seguridad. Es comprensible que así, el vacío en la vida de muchas personas se amplíe y profundice, por la creencia de que el objetivo primordial de la vida tiene que ser acumular todo lo que nos sea posible.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

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Varios de los pensamientos aquí expresados se basan en un escrito de Leslie Lobell que puede encontrarse en Internet: “If you want to be at peace, if you want to feel the love of God in your heart, if you want to savor the present moment, then just let go of all the constraints you have put upon yourself.”Letting go. It is difficult for us in so many ways and on so many levels. Yet life calls upon us to do it, over and over again. Letting go is part of our growth process. We cannot move on to the new while continuing to cling to the old.

He tratado de seguir muy de cerca, con una traducción libre, al P. Peter McVerry, S.J. en su libro Jesús: Social Revolutionary? , Warehouse. Véase en particular el capítulo 10: Reflections on a Spirituality for the New Community.

Too many of us are trying to keep a tight grip on things that are out of our control. This is like trying to grip the water flowing in a river. Put your hands into the river. If you try to get the water by grabbing it and clenching your fists, it goes right out of your hands. If you relax and open, gently cupping your hands, the water flows into your palms. By relaxing, opening, and trusting, we can hold onto more of what is precious to us. By letting go, we actually allow more of the mystery of life to come in for us.

Cf Peter McVerry opus cit.

El Tiempo, lunes 30 de junio de 2008, ‘La consigna es: para cada enfermedad una pastilla’, Pg 1-2.

Cf Ildefonso Camacho, S.J. Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, 1991, Pg. 528

Cf Peter McVerry, opus cit., Pg. 133s