Reflexión 8 Jueves 23 de marzo de 2006

Compendio de la D.S.I. Nº 21-22

En la reflexión anterior repasamos el Nº 20 del Compendio de la D.S.I. y alcanzamos a estudiar el Nº 21. Repasemos la sesión anterior, para continuar luego con el Nº 22.

Las maravillas de la naturaleza camino para conocer a Dios

Veíamos que el ser humano busca en lo más íntimo conocer quién es, cuál es su papel en el universo y busca también su origen y un contacto con ese Ser trascendente que lo creó. El ser humano puede acercarse al conocimiento de su Creador por las huellas que Dios dejó en la creación. Las maravillas de la naturaleza son señales, huellas de Dios. Parece que así llegó Abraham a un conocimiento inicial de Dios; por la contemplación de las estrellas. En ese conocimiento elemental de Dios, como sería el alcanzado por una intuición a través de las huellas divinas que se pueden observar en la naturaleza, nos dice el Compendio, que el hombre alcanza a captar también que él ha recibido gratuitamente su existencia; que existe, porque el Creador de todo lo que está a su alrededor le ha comunicado el ser también a él. Y alcanza a vislumbrar algo más; al sentir por experiencia que él no es el único ser sobre la tierra; que con él viven otros que igualmente han recibido el mismo don de la existencia, puede intuir que la creación que lo rodea no es un regalo para él solo, que es también de los demás. Por lo tanto, tiene que administrarla de modo responsable, teniendo en cuenta a los demás. Tiene que administrar la creación, en comunión, – de manera convivial, – es la palabra que usa el Compendio. Es decir como la persona invitada a un banquete con muchos más, convidados también, como él.

Necesitamos a la comunidad pero en la práctica la tratamos mal

 

Como complemento de esta idea inicial sobre el destino universal de los bienes, vimos otro punto que nos explica el Nº 20 del Compendio, y es que la solidaridad, la comunión en que deberíamos vivir, es algo que, en lo más íntimo, todos deseamos y esperamos de los demás, La aceptación universal de esa actitud hacia los otros, se refleja en la llamada Regla de Oro, tomada en el cristianismo del Evangelio según San Mateo 7,12 y que dice: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Nos dice el Compendio que es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Como muestra de esta realidad leímos la formulación de la Regla de Oro, en 6 grandes religiones, distintas del cristianismo.

También reflexionábamos, que lo normal debería ser que nos tratáramos bien unos a otros, porque ese es el íntimo deseo en todo ser humano; pero hay una contradicción en la forma como nos comportamos. Por una parte buscamos la solidaridad, y estamos dispuestos a ofrecerla cuando los demás nos necesitan. Pero por otra parte, en la vida diaria buscamos sólo lo que nos conviene, sin tener cuenta si perjudicamos a los demás; y hay continuas guerras por todas partes y la pobreza no cede. Si de verdad fuéramos solidarios, no habría tantos pobres y el mundo viviría en paz.

Comentábamos que esa falta de coherencia, por la cual no vivimos según lo que decimos creer y desear, es la misma de la que habla San Pablo en Rom. 7, 15, cuando dice: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Esto sucede porque el plan de Dios para el hombre se rompió con el pecado. Por eso el desequilibrio, por eso nuestra contradicción, de ahí nuestra lucha. Y por eso vino Dios en la persona de Jesucristo a recomponer el plan original. El que en nosotros obra en contradicción, es el que el Apóstol llama “el hombre viejo”.

El Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, nos ofrece sobre esta situación de contradicción en que vivimos, una bellísima explicación que leímos en la Reflexión pasada, del libro Dios y el Mundo[1]. Dice allí el Papa que hay una perturbación en la creación. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Además de la tendencia…hacia Dios, la frena esa otra (tendencia), la de apartarse de Dios. En este sentido, el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico. Eso quiere decir que a lo largo del tiempo, el hombre se ha ido apartando del plan original. Podríamos decir que la naturaleza humana tiene un peso, que le impide volar

Continúa el hoy Benedicto XVI que, Si nos examinamos con atención, también observaremos esta paradoja, esta tensión interna de nuestra existencia. Por una parte consideramos correcto lo que dicen los diez mandamientos. Es algo a lo que aspiramos y que nos gusta. Concretamente ser buenos con los demás, ser agradecidos, respetar la propiedad ajena, encontrar el gran amor en la relación entre los sexos que implicará una responsabilidad mutua que durará toda la vida, decir la verdad, no mentir…

Más adelante dice: esta paradoja muestra una cierta perturbación interna en el ser humano que, lisa y llanamente, le impide ser lo que querría ser. Hasta allí el Cardenal Ratzinger.

 

Somos obreros del Reino

 

Como ya vimos en un programa anterior, y lo encontramos en Efesios, 1, 3-23,la realización del plan de Dios será en la plenitud de los tiempos, cuando se dará la unión del mundo entero, de toda la creación, en Cristo, primogénito de toda criatura y centro de la historia. Pero eso no quiere decir que podemos sentarnos cruzados de brazos, esperando inactivos hasta cuando llegue el Reino de Dios. Ya hemos visto que de nosotros, laicos, sacerdotes y religiosos, se espera que seamos instrumentos en la construcción del Reino, que será un Reino de amor. Tenemos que construir el Reino en nosotros mismos, y facilitarlo en los demás. Los obreros que construyen tienen que trabajar, no esperar pasivamente que el Maestro de obra o el arquitecto hagan todo el trabajo.

 

Si uno cree o no en Dios se refleja necesariamente en la manera que uno escoge de vivir

 

Antes de volver sobre el Nº 21, vale la pena confirmar cómo la búsqueda incesante de Dios no es sólo de los hombres de tiempos antiguos. En nuestra época, en que parece hubiera cada vez menos creyentes, la búsqueda de Dios continúa. A veces encontramos gente que dice no creer en Dios, aunque por dentro lo esté buscando y sienta el vacío que quisiera llenar. A mí no se me olvida cómo un médico, ante la muerte de un ser querido me dijo una vez: “Lo envidio a usted que cree. Yo no creo”. Vamos a hacer un paréntesis, para comentar una noticia que la Agencia de noticias Zenit nos ofreció sobre este asunto, el lunes 20 de marzo.

Antonio Monda, un profesor de dirección de cine en la Universidad de Nueva York, crítico de cine y organizador del festival cinematográfico para el Museo de Arte Moderno de esa misma ciudad, y el Museo de Guggenheim, ha escrito un libro que tiene por título, en español: “¿Crees? Conversaciones sobre Dios y la religión”. El título original es en italiano, Tu credi? ¿Tú crees? Ese libro contiene las confesiones públicas de un grupo de personajes, sobre sus convicciones acerca de Dios y la fe.[2]

Es interesante la observación del autor de este libro, quien dice que ¿Tú crees?, es la gran pregunta,y que lo que lo desconcierta es que ya no se hable de ello. Y añade: “Me parece que fue el filósofo católico Jean Guitton quien observó que la fe es un tema del que no se habla  pero que, en realidad, está detrás de cada argumento y en el fundamento de cualquier conversación».

Y continúa la agencia de noticias con esta afirmación, digna de nuestra mayor atención: Dice: Teniendo en cuenta que cualquier opción existencial, artística o política, deriva directamente y de modo imprescindible de la respuesta que se da a la «gran pregunta», Monda ha pedido a sus interlocutores  que respondan con toda honestidad si consideran que Dios existe y cuál es su consecuente opción de vida. Es bueno tener en cuenta que, según el presupuesto del autor, si uno cree o no en Dios se refleja necesariamente en la manera que uno escoge de vivir.

Esta afirmación se relaciona con la del Compendio de la D.S.I., en el Nº 15, donde dice que, La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Cuando estudiamos el Nº 15, proponíamos que “la doctrina cristiana, que basa la dignidad del hombre en su origen divino, por ser hijo de Dios, criado a su imagen; que enseña que el amor es el primer mandamiento y que nuestra existencia y el mundo en que vivimos tienen sentido, solo si se orientan a su último fin,  todo esto tiene que marcar nuestra conducta, nuestro estilo de vida, nuestros objetivos, nuestros deseos. No son palabras vanas. Una persona toma caminos distintos en su vida, según crea o no en Dios.

En la situación de cambios fundamentales en la sociedad, por ejemplo en la institución de la familia, con la supuesta defensa de los derechos de los homosexuales, al querer equiparar a esas parejas con las del matrimonio, es importante atender a la afirmación de este profesor de la Universidad de Nueva York. Es una afirmación que está en consonancia con la reflexión del Compendio de la D.S.I. que acabamos de examinar. Volvamos a leer lo que nos dice el autor de “¿Tú crees?: ”cualquier opción existencial, artística o política, deriva directamente y de modo imprescindible de la respuesta que se da a la «gran pregunta». La gran pregunta que él formula es: ¿Tú crees? La elección que hagamos entre las opciones de vida que se nos presenten, depende de la respuesta que demos a esa pregunta. El modo de vida que escojamos, depende de si creemos o no en Dios.

Antes de seguir a ciegas a alguien, tener encuenta qué respuesta da a la “gran pregunta”

Vayamos a la vida práctica; hoy se sigue con demasiada facilidad a personajes de la política, de la farándula, de la radio o de la TV, porque se presentan como tolerantes, defensores de la libertad, inteligentes, o simpáticos. La gente se deja cautivar por el timbre de su voz, por su apariencia física, por la habilidad para argumentar, para preguntar o responder…Qué importante es tener en cuenta, antes de seguir a ciegas a alguien, que la orientación que una persona dé a su vida artística o a su vida literaria o a sus proyectos políticos, está necesariamente influenciada por la respuesta a la gran pregunta de si cree o no en Dios.

Como la actitud de los personajes de nuestra vida pública, no sólo de la política sino también de los medios de comunicación, del arte y de la literatura, su posición como creyentes o no, se va dejando conocer cada vez con más claridad, es bastante previsible lo que podemos esperar de ellos, si en sus actividades tratan de influir en nuestra vida en sociedad. La respuesta a la pregunta de si creen o no en Dios va a marcar, no sólo sus opciones de vida privada, sino que también podemos suponer que, los no creyentes que lleguen a ocupar cargos de influencia, pretenderán construir una sociedad de acuerdo con su posición de no creyentes. No nos engañemos; el comportamiento de los intransigentes con la fe, es muy contradictorio; ellos exigen que en política no se tenga en cuenta a Dios, argumentando que vivimos en un país laico y libre, pero si llegan a gobernar, procuran imponer para todos, leyes de acuerdo con su no creencia en Dios. Lo estamos viendo en países como España. Son expertos en aplicar la ley del embudo.

Nos dice la noticia sobre el libro “¿Tu crees?”, que en las conversaciones con esos personajes que aceptaron responder a la pregunta sobre su creencia en Dios, los entrevistados revelaron enfoques muy diversos, que van desde la persona que mantiene un coloquio cotidiano con Dios, pasando por la perplejidad respecto a su existencia real, hasta los convencidos de su total y heladora ausencia. Son palabras del autor, como las presenta la agencia de noticias,

Monda, el autor del libro, reconoce que «ninguna respuesta le ha parecido banal. Y entre las personas que entrevistó nombra a Grace Paley, una judía que se dice atea, pero que afrontó con gran pasión el tema y que, mientras hacíamos el libro,- dice el autor, – empezó a interrogarme, con curiosidad, sobre la fe. Me ha contado también que participa y admira el Catholic-Worker-Movement (Movimiento de Trabajadores–Católicos)».

Puede haber judíos ateos

A algunos les puede parecer raro que haya judíos ateos. Los hay. No siempre hay coincidencia entre ser judío en sentido nacional y en sentido religioso.[3]

«El escritor judío Nathan Englander -sigue revelando el autor del libro- me dijo que besa la Biblia cada vez que la ve, que vive su dedicación a escribir casi como una religión y que, a su juicio, quienquiera que haya escrito la Biblia es Dios. Añade que entre judíos y cristianos hay una especie de íntima coalición  y cuando se le pregunta si existe la vida tras la muerte, responde: “Me inclinaría a pensar que no, pero si me preguntas dónde está mi abuelo, sé que está en el Paraíso”».

El autor cuenta también que «el escritor Saul Bellow dice creer  pero que no quiere molestar a Dios. Por ello confiesa que reza pero que considera la oración como una acción de gracias por la existencia».

«El poeta, dramaturgo, pintor y premio Nobel, Derek Walcott, admite creer y rezar sólo cuando está necesitado».

Las respuestas más sólidas,- según el entrevistador,- las dio el premio Nobel Elie Wiesel, quien, como creyente judío, afirma que «la ausencia programada de un Dios, o por lo menos  la ilusión  de combatir su presencia, lleva sistemáticamente al horror».

«En este sentido Wiesel asegura que “los horrores del siglo que acaba de pasar,  han sido perpetrados por una dictadura pagana como el nazismo, o atea como el comunismo”».

Wiesel confiesa que él, que es judío, debe a un católico ferviente, que se declaraba enamorado de Cristo, François Mauriac, «el haberse convertido en escritor».

El camino del sufrimiento

Es interesante confirmar que el sufrimiento muchas veces es el camino que, o lleva a la fe en Dios o la confirma. Wiesel, como el conocido Víctor Frankl, pasó por la dolorosa experiencia de los campos de concentración nazis. En Auschwitz, donde Wiesel estuvo confinado con su familia, murieron su mamá y una hermana. Él sobrevivió, lo mismo que su padre, quien murió al poco tiempo de su liberación. Después de la Guerra, Elie Wiesel estudió en París, y más tarde fue periodista. Durante una entrevista, el escritor católico François Mauriac lo persuadió de que escribiera sobre su experiencia en los campos de la muerte. El resultado fue su libro, La Nuit or Night, (La Noche), obra que se ha traducido a más de 30 lenguas. Elie Wiesel es escritor, profesor universitario, luchador por los Derechos Humanos y la paz. En 1986 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz.

La revelación progresiva de Dios

 

Luego de este paréntesis, sigamos con el Nº 21 del Compendio, que nos muestra cómo en respuesta a la inquietud incesante del hombre en busca de su origen y de su destino, Dios toma la iniciativa para entrar en contacto con él.

Recordábamos que Abraham probablemente llegó a un primer conocimiento de Dios por la contemplación del cielo estrellado, y luego, Dios se comunicó directamente con él, como podemos leer en el capítulo 12 del Génesis. Más tarde, con el encuentro de Dios con Moisés, empezó a ser realidadla promesa a Abraham; “de ti haré una nación grande y te bendeciré”, palabras que le había dicho el Señor, y podemos leer en Gen 12,2. El cumplimiento de la promesa se concretó con la escogencia de un Pueblo. Volvamos a leer el Nº 21 del Compendio, que dice así:

Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal (…), se destaca la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde de un modo inesperado y sorprendente a la búsqueda humana de lo divino, gracias a las acciones históricas (…), en las que se manifiesta el amor de Dios por el hombre.

Repitamos la reflexión que hace una semana hacíamos sobre esa actuación amorosa de Dios. Decíamos que es Dios mismo quien en la historia se va revelando progresivamente al hombre, con hechos concretos, a través del pueblo de Israel. Dios no se esconde del hombre; a su búsqueda incesante de lo divino, Dios responde al hombre con amor. ¿Cómo responde? Escogiendo a un pueblo afligido, para ayudarle en su aflicción, y así a través de él meterse en la historia de la humanidad y seguir con ella. Un día llegará a la acción inverosímil de encarnarse; se hará como uno de nosotros y se las “ingeniará”, en su creatividad infinita, para quedarse con nosotros hasta el fin del mundo.

¿Por qué escogió Dios al pueblo de Israel?

 

Pero no nos adelantemos, sigamos en el Antiguo Testamento. La misteriosa elección de Israel la hace Dios, no porque se trate de un pueblo poderoso y grande. Uno se puede preguntar ¿Por qué escogió Dios a ese pueblo y no a otro? Eso no estamos en capacidad de saberlo, pero Él nos revela en la Escritura, que la razón fue el amor: el Señor le dijo a Moisés: No os he elegido porque seáis un pueblo especialmente grande. O especialmente importante, ni porque tengáis esta o aquella cualidad, sino porque os amo, por libre elección.”[4]

En la reflexión anterior recordábamos cómo, para que el Pueblo supiera que Dios estaba con ellos, hizo visible su presencia en forma de una nube o de fuego, en el campamento, durante la marcha por el desierto. Los israelitas sentían así que la gloria del Señor llenaba la tienda que Él había pedido le fabricaran como su Morada. Era un Dios cercano, familiar a su Pueblo. En el capítulo 35 del libro del Éxodo, encontramos esa bella historia del amor de Dios, que hace sentir su presencia a su Pueblo. Decíamos que la luz que iluminaba la Tienda en el campamento del pueblo israelita nos recuerda a nosotros la lamparita del Sagrario, que ahora atestigua la presencia real del Señor, en los templos católicos. También nuestros templos, lo mismo que las humildes capillas están llenas de la gloria del Señor por la eucaristía que se reserva en el sagrario.

Con Israel entonces, y con todos los hombres a través del Pueblo escogido, la cercanía gratuita de Dios se manifestó en acciones: en la liberación de la esclavitud y en la promesa de una tierra que Él les donaba. Son acciones históricas, que manifestaron que Dios estaba allí, cercano, con su Pueblo. Hasta allí alcanzó nuestra reflexión anterior.

 

La Alianza fue iniciativa de Dios

Sigamos ahora con el Nº 22 del Compendio, que continúa desarrollando la idea de La Acción Liberadora de Dios en la Historia de Israel  y la cercanía gratuita de Dios. Nos explica el libro, que la acción gratuita de Dios, que fue históricamente eficaz, – como lo atestigua la liberación de la esclavitud, por ejemplo, – está constantemente acompañada por el compromiso de la Alianza. Una Alianza que fue propuesta por Dios; de manera que fue Dios, – otra vez,- quien tomó la iniciativa de convenir la Alianza, y el Pueblo de Israel la asumió, la aceptó, se comprometió a guardarla.

Y esa Alianza, iniciativa de Dios, toma forma en el Monte Sinaí, con la entrega de los 10 Mandamientos.[5] Les sugiero que lean en el Catecismo de la Iglesia Católica, desde el Nº 2056 en adelante, la explicación de lo que significa el Decálogo. Esa parte lleva el título: El Decálogo en la Sagrada Escritura. Allí nos explican el profundo amor de Dios, manifestado en ese regalo de los 10 Mandamientos. Porque estamos acostumbrados a ver los 10 Mandamientos sólo como una lista de prohibiciones, y no es eso.

Nos dice el Compendio, siguiendo al Catecismo, que “Las diez palabras”, como también se llama a los 10 Mandamientos en la Biblia, expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios, instituida por la Alianza. Es que cuando uno declara una Alianza con alguien, cuando se compromete con la esposa o el esposo, por ejemplo o con una organización con la que de veras tiene sentido de pertenencia o cuando se convierte en ciudadano de un país, esa alianza, esa pertenencia, tiene consecuencias, tiene implicaciones: amor y fidelidad, seguir las leyes, las normas, los reglamentos, los estatutos, la Constitución. Así, los 10 Mandamientos, expresan, de parte del Pueblo que los recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias, dicen el Catecismo y el Compendio. Y continúan con esta frase, muy importante: Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia.[6] Hemos hablado varias veces de los planes de Dios, del designio de Dios; del hombre como Dios lo quiso.

 

Cumplir los 10 Mandamientos es hacer posible la realización de los planes de Dios

 

Yo creo que no pensamos mucho en ese significado de los 10 Mandamientos: cumplirlos, es hacer posible la realización de los planes de Dios sobre la humanidad. Si la humanidad siguiera el derrotero de los 10 Mandamientos, qué distinto sería el mundo: una humanidad, según los planes de Dios.

Y sigue el Compendio: Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural.

Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana.[7]

Los 10 Mandamientos connotan la moral humana universal. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (cf Mt 19,18), los diez mandamientos “constituyen las reglas primordiales de toda vida social.”[8] Estas últimas palabras las toma el Compendio, de la encíclica Veritatis Splendor, El Esplendor de la Verdad, de Juan Pablo II en el Nº 97.

 

¿Qué son los 10 Mandamientos?, ¿qué significado tienen?

 

De manera que, en resumen, ¿qué son los 10 Mandamientos?, ¿qué significado tienen? Nos dice el Compendio que los 10 Mandamientos expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. Expresan también, de parte del Pueblo que los recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es una respuesta que significa reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Seguir en la vida los 10 Mandamientos es cooperar con el designio – con los planes que Dios se propone en la historia. Y además: Nos enseñan la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana.[9]

“En el centro, en el evento mismo de la Alianza están enclavadas las “Diez Palabras”, el Decálogo (…): preceptos que expresan los principios éticos y religiosos universales, una ética básica, situada bajo la voluntad de Yahvé (El Decálogo es una) instrucción: (la) orientación para llevar una vida verdaderamente humana, exigida y hecha posible por Dios”.[10]

Es muy importante que comprendamos los 10 Mandamientos desde una visión positiva, y no como si coartaran la libertad. Juan Pablo II en la citada encíclica El Esplendor de la Verdad, nos explica por qué la firmeza de la Iglesia en defender las normas morales universales. Nos dice que esa firmeza Está sólo al servicio de la verdadera libertad del hombre. Y continúa: Dado que no hay libertad fuera o contra la verdad, la defensa (…) sin concesiones o compromisos – de las exigencias absolutamente irrenunciables de la dignidad personal del hombre, debe considerarse camino y condición para la existencia misma de la libertad.

Unas líneas más abajo, dice Juan Pablo II: que estas normas universales, es decir, – El Decálogo, – constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana, y por tanto de una verdadera democracia, que puede nacer y crecer solamente si se basa en la igualdad de todos sus miembros, unidos a sus derechos y deberes. Y esta frase que sigue, explica muy bien, por qué, por ejemplo, la Iglesia defiende la vida siempre, sin excepciones: Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco  no hay privilegios ni excepciones para nadie, son las palabras de Juan Pablo II.

Parece que ni el actual Procurador General de la Nación ni el Defensor del Pueblo de Colombia, (los que ejercían el cargo en Colombia en 2006), quienes se han manifestado partidarios del aborto, no comparten estas ideas, y por lo visto tampoco están de acuerdo con estas otras palabras, del mismo Juan Pablo II, quien nos dice que los 10 Mandamientos: protegen la inviolable dignidad personal de cada hombre, ayudan a la conservación misma del tejido social humano y a su desarrollo recto y fecundo. Y añade que En particular, los mandamientos de la segunda tabla del Decálogo…constituyen las reglas primordiales de toda vida social. “No matarás” está en la segunda tabla. Este precepto obliga a todos…En su cumplimiento la Iglesia no puede hacer concesiones.[11] Quien quiera defender al Pueblo no debería defender el aborto, yendo contra los más débiles de la humanidad. Son los que de veras no tienen voz.

 

El hombre moderno no comprende los mandamientos

 

Decíamos entonces, siguiendo el Compendio y las palabras de Juan Pablo II, que el Decálogo, entregado por Dios, también expresa, de parte del Pueblo que lo recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor, y que: Es una respuesta que significa reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias, y repitamos también con el Papa y con el Compendio, que vivir de acuerdo con los 10 Mandamientos, es cooperar con el designio – con los planes- que Dios se propone en la historia.

 

Los mandamientos, si se miran en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad


Precisamente en la Eucaristía del domingo pasado,[12] nos leyeron y comentaron la entrega del Decálogo, en Ex 20,1 a17. Hoy no me resisto a traer algo de lo que Benedicto XVI comentó al respecto, lo mismo que algunas palabras del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa. Empecemos por algunas palabras de este predicador, quien dijo:

El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre. «Cuida de practicar lo que te hará feliz»(Dt 6,3): éste y no otro, es el objetivo de los mandamientos .De manera que el objetivo de los 10 Mandamientos, dice el P. Cantalamessa, es hacernos felices. Y Benedicto XVI, también en su homilía en la Misa del 19 de marzo, dijo:

Hemos oído juntos una página famosa del Libro del Éxodo, aquella en la que el autor sagrado relata la entrega a Israel del Decálogo de parte de Dios. Un detalle impacta inmediatamente: la enunciación de los mandamientos está introducida por una significativa referencia a la liberación del pueblo de Israel. Dice el texto: «Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de la servidumbre» (Ex 20,2). El Decálogo, por lo tanto quiere ser una confirmación de la libertad conquistada. En efecto, los mandamientos, si se miran en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los malintencionados. Los «no» de los mandamientos son otros tantos «sí» al crecimiento de una auténtica libertad. Hay una segunda dimensión en el Decálogo que también hay que subrayar: mediante la Ley dada por mano de Moisés, el Señor revela que quiere cerrar con Israel un pacto de alianza. La Ley, por lo tanto, más que una imposición es un don. Más que mandar lo que el hombre debe hacer, ella quiere hacer manifiesta a todos la elección de Dios: Él está de parte del pueblo elegido; lo ha liberado de la esclavitud y lo rodea con su bondad y misericordia. El decálogo es testimonio de un amor de predilección.

 


 

[1]Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 43

[2] «Tu credi? Conversazioni su Dio e la religione», editorial Fazi. Información tomada en internet, de la agencia Zenit.

[3] Cfr. Hans Küng, El Judaísmo, Pasado, Presente, Futuro, Editorial Trotta, C. Judíos, musulmanes y Futuro del Estado de Israel ,4. ¿Quién es realmente judío?, Pg. 497ss

[4]Cfr. Ratzinger, opus citatutm, Pg. 137, y Deut. 7, 7

[5]Ex 20, 1-17, 34,28, Dt 4,13, 5, 1-22 y 10,4

[6] Catecismo 2056ss y Compendio Nº 22, Pg. 30

[7]Catecismo 2070

[8]Juan Pablo II, Encíclica. Veritatis Splendor 97

[9]Catecismo 2070

[10] Hans Küng, El Judaísmo,, Pg. 55 El subrayado es mío.

[11]Veritatis Splendor 96s, citado en el Mensaje de la Conferencia Episcopal con ocasión de las Elecciones

[12] Esta reflexión se transmitió en el programa del 23 de marzo, 2006