Reflexión 109 Desarrollo y Paz (II)

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El Desarrollo es el Nuevo Nombre de la Paz (II)

En la reflexión anterior empezamos a comentar la interesante ponencia que el P. Sergio Bernal, S.J. presentó sobre Ética y Desarrollo: la Dimensión Humana en el IV Congreso Nacional de Reconciliación, que se dedicó en una buena parte al tema del Desarrollo, nuevo nombre de la Paz. Como esta ponencia contribuye en gran manera a nuestro conocimiento de la D.S.I. continuaremos hoy su presentación.

Repasemos lo que alcanzamos a ver en la reflexión anterior. Comentó el P.Bernal al comienzo de su intervención que, comúnmente se piensa, que la Iglesia se ocupó del desarrollo por primera vez en la encíclica Populorum progressio de Pablo VI, pero la preocupación por el desarrollo está presente desde los primeros documentos que constituyen el patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia y que comienzan propiamente con la Rerum novarum de León XIII (15 de mayo de 1891). Como afirma Juan XXIII en el N° 15 de la Mater et magistra, fue la Rerum novarum “la que formuló, por primera vez, una construcción sistemática de los principios y una perspectiva de aplicaciones de la doctrina social para el futuro.”

Claro que la Rerum novarum no fue el primer documento en que se trataron los principios de la doctrina social católica, y para encontrar sus fundamentos tenemos que retroceder hasta mucho antes de 1891. La D.S.I. está arraigada en el comienzo de los tiempos, pues tiene sus fundamentos en la Revelación, nada menos que en Libro del Génesis, cuando, como dijo el P. Bernal, se manifiesta la voluntad de Dios sobre el

el progreso continuo de la creación y que, a hombres y mujeres se confió la responsabilidad de administrar ese proceso (del desarrollo de le creación) como colaboradores de un Dios quien, terminada su tarea creadora, con la imagen del descanso del séptimo día, descarga, por así decir, la responsabilidad del desarrollo sobre los hombros de los seres creados a su imagen y semejanza. Leamos las palabras que siguen, de la conferencia del P. Bernal, quien dice que en el Génesis: Dios se presenta a sí mismo trabajando: “en el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gen. 1,1) y crea al hombre y la mujer a su imagen y semejanza, estableciendo desde el comienzo una relación del hombre y la mujer entre sí y con el mundo, mediante el trabajo. El libro de la Sabiduría nos recuerda que el Creador formó al hombre para que dominase sobre los seres por Él creados, y administrase el mundo con santidad y justicia (Sab, 9, 2-3).

La preocupación social aparece en nuestra fe desde el Génesis

De manera que la preocupación social aparece en nuestra fe desde el Génesis, desde los albores del universo. Es que los fundamentos de la D.S.I. se afianzan en la Sagrada Escritura. Allí, en el Génesis, desde el principio de la creación, aparece que la voluntad de Dios es el progreso continuo de la creación. Y ya allí aparece cuál es nuestra responsabilidad en ese progreso: administrar el mundo en santidad y justicia.

Como algunas personas pretenden que el maltrato que sufre la naturaleza de parte de la humanidad se debe a que la Biblia presenta a la persona humana como centro de la creación y con poderes para dominarla, comentábamos que la voluntad del Creador, como aparece en la Revelación, es muy distinta; no es que el ser humano disponga de la naturaleza según su capricho. Dios entrega a los seres humanos la responsabilidad del desarrollo de la creación. Parece que el séptimo día, cuando Dios terminó su obra, hubiera dicho: bueno, ya hice mi parte, ahora les toca a ustedes. Trabajen como lo hice yo; las cosas me quedaron bien. Y recordábamos la semana pasada las palabras del Génesis: 1,31: Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. El Señor entregó el jardín del Edén a los seres humanos, no para que lo destruyeran, sino para que fueran sus jardineros. La interpretación correcta de la Escritura es que debemos ser los jardineros, no los destructores de la naturaleza. Y leímos las palabras del Libro de la Sabiduría, en el capítulo 9°, en la oración para alcanzar la Sabiduría, donde nos dice que Dios creó al hombre para que gobierne al mundo con santidad y justicia:

1 “Dios de los Padres y Señor misericordioso, que hiciste todas las cosas con tu palabra,
2 y con tu Sabiduría formaste al hombre,
para que dominara a los seres que tú creaste,
3 para que gobernara el mundo con santidad y justicia
e hiciera justicia con rectitud de espíritu:
4 dame la Sabiduría, que comparte tu trono,
y no me excluyas del número de tus hijos.

Dios trabajador. Nosotros, su imagen

De manera que Dios aparece en la Sagrada Escritura como trabajador, como creador. Por medio del trabajo nos relacionamos entre nosotros y con Dios. El P. Bernal, trata luego, el tema del destino universal de los bienes, que sigue siendo un asunto crucial hoy día:

La obra maravillosa del Creador era destinada a todos y, por tanto, todos tienen el derecho de acceder a esos bienes, estando ya implícito el problema fundamental de la economía: la distribución racional de recursos escasos. El trabajo aparecía desde el comienzo como el medio normal para lograr el acceso a esos bienes.

Siguiendo con el tema del desarrollo, nos explicó el P. Bernal que en la D.S.I. aparece ya tratado ese asunto desde Juan XXIII. A este respecto dice el P. Bernal:

Conviene aclarar que el concepto de “desarrollo”, como lo entendemos hoy, aparece por primera vez en la encíclica Mater et magistra del beato Juan XXIII y ello se explica porque ya para la fecha de esta encíclica la teoría económica se ocupaba del tema como tal, pero concibiéndolo como un proceso que procede por etapas casi mecánicamente y que consiste en el crecimiento del producto nacional bruto que influye automáticamente en la elevación de los niveles de vida de toda la población de un país.

No siempre que hay crecimiento hay desarrollo

Entonces, para la teoría económica, el desarrollo se entendía como un proceso que sucede automáticamente, con el crecimiento de la economía; se suponía que si hay crecimiento hay desarrollo: se confundía, y todavía algunos confunden, el desarrollo con el crecimiento de los bienes y servicios. Se identificaba el crecimiento con el desarrollo. Decíamos la semana pasada que la experiencia nos muestra que puede haber crecimiento sin verdadero desarrollo, que depende de lo que se entienda por desarrollo. Sabemos que así como el crecimiento de los bienes y servicios puede ayudar al desarrollo, también puede ser inequitativo, desigual, y en ese caso no parece adecuado pretender que si hay crecimiento de la economía necesariamente hay desarrollo.

Para el pensamiento liberal, la economía funciona bien sola, sin intervención del estado. Como piensan que sucede con el mercado: que sus errores se corrigen automáticamente. La práctica nos dice que sí hay que orientar la economía, hay que corregir los errores del mercado con normas que no le permitan tomar rumbos equivocados en relación con la equidad y la justicia. No faltan quienes piensan que los negocios lo permiten todo.

Utilizamos la semana pasada una comparación para que nos entendamos sobre el concepto de desarrollo: en el cuerpo humano, puede haber crecimiento armónico y también crecimiento deforme; el sobrepeso, un tumor, pueden ser crecimiento, pero no desarrollo saludable, armónico… No se puede decir que un niño se está desarrollando bien si alguno de sus miembros crece más de lo debido. De manera parecida, la economía puede crecer: puede haber muchos negocios, muchos bienes en el mercado, pero quedarse en las manos de unos pocos… Si es necesario, hay que utilizar medicinas para racionalizar el mercado.

Vamos para atrás, pasó ya la edad dorada del cliente

Algo triste sucede ahora. Parece que ya pasó la época en que se dio mucha importancia al servicio al cliente; cuando la calidad total incluía entre sus características la atención al cliente. Ahora parece imperar la ley del más fuerte. El cliente es el más débil.

Continuó el P. Sergio Bernal en su conferencia, tratando sobre el pensamiento de la Iglesia como apareció en León XIII, autor de la Rerum novarum, y luego en Pío XI, Pío XII y sus sucesores, para ver en qué forma se considera el tema del desarrollo en el magisterio de la Iglesia. Así explica el P. Bernal la situación que vivía el mundo con la revolución industrial y que inspiró a León XIII:

León XIII sintió la necesidad de responder a la situación creada por la revolución industrial, y expresó su preocupación, sobre todo, por la ínfima condición a que habían sido reducidos los proletarios implicados en los procesos de producción capitalista. Se vivían los años de un capitalismo salvaje sin reglas de juego, resultado de la ideología liberal que proclamaba como dogma infalible la no intervención del Estado en materia económica. Dominaba, como parte de esa ideología, la idea de un progreso indefinido, casi automático, producido por el súper hombre absolutamente autónomo y libre sin alguna constricción moral. Como respuesta a esta ideología, el Papa había publicado anteriormente una encíclica, Libertas praestantissimum (1888), en la que refutaba el falso concepto de libertad que pretendía inspirar todos los procesos sociales y hasta el progreso mismo. Al escribir la Rerum novarum / el Papa era motivado no por razones de orden técnico, sino moral, como era el riesgo de la salvación del proletariado. Dominaba entonces una concepción orgánica de la sociedad, que ignoraba el conflicto como elemento inherente a la convivencia, y más bien proponía como ideal la perfecta armonía entre las clases sociales.

Capital, riqueza, distribución, acaparamiento

Ya entonces comenzaba a aparecer un modelo de producción cuyos efectos sobre una gran parte de la población eran francamente funestos. Se ponía, entonces, el problema del crecimiento económico, de la creación del capital y de la riqueza y de su distribución o acaparamiento, elementos inherentes al que hoy llamamos desarrollo.

Y llegó la Gran Depresión

Cuarenta años más tarde el modelo se había robustecido y mostraba sus fortalezas y debilidades, como la gran depresión de los años treinta que arrastró consigo millones de fortunas, reduciendo a muchos a la pobreza. Se trataba de un modelo que el Papa calificó de “horrendamente duro, cruel, atroz” (cfr. Quadragesimo anno, 109). Pio XI ya entonces percibía la estrecha relación que se crea entre el poder económico y el político.

Papel del trabajo para acceder a los bienes escasos

Un poco antes el P. Bernal nos había dicho que desde el Génesis, al manifestar Dios que su obra maravillosa de la creación estaba destinada a todos y, por tanto, todos tienen el derecho de acceder a esos bienes, – ya aparecía implícito el problema fundamental de la economía: la distribución racional de recursos escasos. El trabajo aparecía desde el comienzo como el medio normal para lograr el acceso a esos bienes.

El problema fue que el mundo se preocupó casi exclusivamente de desarrollar el modelo económico desde el punto de vista técnico y no se detuvo a considerar las consecuencias negativas que podría tener ese desarrollo técnico en las personas. La Iglesia, en cambio, afirma el P. Bernal,

tomaba conciencia de la importancia de evaluarlo (se refiere al desarrollo,) desde la perspectiva de la destinación universal de los bienes y de la vocación humana a la plena realización como imagen y semejanza del Creador, lo cual supone la íntima relación con esos bienes confiados a la responsable administración de hombres y mujeres. Pío XII en su famoso Radiomensaje de Pentecostés de 1941 ofrecía el fundamento de la preocupación de la Iglesia por la dimensión económica de la vida humana, que es fundamental, pero no la única dimensión de la persona y que dice una íntima relación a su realización trascendente

Igual seguimos en el siglo XXI: el capitalismo piensa sólo en el crecimiento de los negocios, así sea a costa de un trabajo de baja calidad y mal remunerado. Inventaron el trabajo sin vinculación laboral para evadir los pagos de la seguridad social y la ley de flexibilización laboral, con la excusa de que así las empresas contratarían a más personas. La técnica económica se lleva por delante el trabajo digno a que tiene derecho la persona humana.

Pío XII y el derecho a la propiedad privada

El aporte de Pío XII para comprender el verdadero sentido del derecho a la propiedad privada fue muy importante. En el N° 12 de su mensaje de Pentecostés de 1941, con ocasión del cincuentenario de la Rerum novarum, aclara en qué consiste el derecho a la propiedad privada, puntualizando el papel de los bienes materiales como derecho universal. Nos enseñó Pío XII que la propiedad privada no puede ser obstáculo para cumplir el que es “derecho fundamental y primero”; el de acceder todos al uso de los bienes, como “derecho originario sobre el uso de los bienes materiales.” Nos enseñó que el derecho a la propiedad no es absoluto. Al dar prioridad al destino común de los bienes, se supera el individualismo y la DSI experimenta un avance.[1] Volvamos a leer algunas líneas de la conferencia del P. Bernal que nos aclaran algunas ideas equivocadas sobre el cristianismo, que leímos en la reflexión anterior

Vale la pena notar cómo Pío XII ya había superado ciertas concepciones ancestrales que, interpretando de manera impropia el Evangelio, terminaban casi condenando al cristiano a la pobreza material como signo del seguimiento de Cristo y al mismo tiempo manifestaban un desprecio por los bienes de este mundo. Aquí, en cambio, ya es claro que la dignidad y la vocación de la persona, exigen un mínimo de bienestar material. Gracias a la colaboración de expertos encargados de redactar los proyectos de intervenciones de los Papas, las ciencias sociales fueron contribuyendo a un discurso cada vez más objetivo.

Un mínimo necesario de bienestar material

Sobre el uso de los bienes materiales, o mejor sobre su necesidad, tengamos en cuenta esa enseñanza de Pío XII: que la dignidad y la vocación de la persona, exigen un mínimo de bienestar material. Pensemos en lo que esto significa: ¡cuánta gente en el mundo, en nuestro país, no alcanza a tener ese mínimo de bienestar material que exige la dignidad de la persona humana! La mitad de nuestra gente vive en pobreza… Cuántos no tienen ese mínimo de bienestar material que exige la dignidad humana.

El desarrollo progresivo de la D.S.I. siguió con Pío XI, Pío XII y sus sucesores. Juan XXIII y Pablo VI le dieron un gran impulso. Ni qué decir de Juan Pablo II. A este respecto dice el P. Bernal:

Como hemos notado más arriba, la encíclica Mater et magistra se escribió en un contexto nuevo y recibió la colaboración de expertos varios del campo de las ciencias sociales. Encontramos en esto la explicación del lenguaje y de la temática del documento que introduce en el discurso social católico el método inductivo que parte del fenómeno para luego dar un juicio sobre el mismo.

El nuevo lenguaje de la Mater et magistra

Es interesante esta observación sobre la Mater et magistra, que introduce un nuevo lenguaje y temas nuevos, que deben entender mejor los técnicos de la economía. El método inductivo que menciona el P. Segio Bernal, es el que utilizan las ciencias: consiste en que, de la observación de lo que sucede en muchos casos particulares, los científicos extraen lo que es común en todos ellos y formulan una ley general aplicable a todos.[2] Dice el P. Bernal que Juan XXIII en su encíclica Mater et magistra introduce ese método en la manera de tratar la D.S. Dice el P. Sergio Bernal:

Así encontramos una serie de temas que no aparecían en la tradición anterior y una apertura también nueva, hacia los cambios que se operaban en la sociedad a todos los niveles, como también la necesidad del discernimiento. El modelo de desarrollo estaba caracterizado por los contrastes entre los diversos sectores de la economía, entre las zonas de un mismo país y entre los mismos países. Mientras en algunos se daba un progreso admirable, otros quedaban rezagados en situaciones muchas veces infrahumanas. Las zonas urbanas progresaban velozmente, mientras el campo seguía un ritmo lento quedando marginado del progreso de la nación. Ante este fenómeno el Papa proponía un desarrollo económico y social, anticipando así la contribución de Pablo VI.

Principio fundamental en el orden económico es la libre iniciativa, siempre dentro del respeto de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. No se trata de la consagración del principio liberal capitalista, y por ello se requiere el sano equilibrio entre el respeto a la iniciativa personal y la necesaria intervención del Estado como institución que debe garantizar la convivencia pacífica y el logro del bien común. Se proclama, como conclusión / la subjetividad de la persona a la que corresponde, normalmente, la obligación de ser “el primer responsable de su propia manutención y de la de su familia” (MM 55).

Lo anterior tiene su fundamento en (…) que “en la naturaleza humana está arraigada la exigencia de que, en el ejercicio de la actividad económica, le sea posible al hombre asumir la responsabilidad de lo que hace y perfeccionarse a sí mismo” (MM 82).

Antes fue el método deductivo

Sobre el cambio de método de presentación de la D.S.I. del deductivo al inductivo, nos aclara el P. Ildefonso Camacho:

En su primera época la Doctrina Social de la Iglesia tiene un marcado carácter deductivo. La continua referencia al derecho natural propone que es ése el punto de partida para la elaboración doctrinal: de ahí irán desgranándosel los criterios morales aplicables a los problemas que se consideren en cada momento. No quiere ello decir que no se preste atención a la realidad; pero pesan más los principios abstractos y el método deductivo. Es precisamente una de las mayores cíticas que se han dirigido contra la Doctrina Social de la Iglesia de esa época, ya que se atribuye a ese método gran parte de su inoperancia.

La nueva sensibilidad de Juan XXIII hacia el mundo contemporáneo coincide con un cambio metodológico, que busca más la realidad como punto de partida de la reflexión moral. El interés por detectar cuáles so las grandes aspiraciones del hombre moderno (Gaudium et spes, Octogesima adveniens, por ejemplo) adquiere aquí todo su valor. Juan Pablo II, sobre todo en Sollicitudo rei socialis, sigue también este método inductivo, que no supone, como a veces se le achaca, un mero análisis sicológico no tampoco convertir en principios morales los resultados de ese análisis. (Ildefonso Camacho, doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg. 28ss)  Veáse  también lo que sigue a continuación: Desde el derecho natural hacia lo específico cristiano.

Un orden económico injusto si pone en peligro la dignidad humana

Se nos ofrece así un criterio fundamental para evaluar los modelos económicos dominados por el parámetro de la eficiencia en la producción de bienes y servicios. Dice el Papa que “si el funcionamiento y las estructuras económicas de un sistema productivo ponen en peligro la dignidad humana del trabajador, o debilitan su sentido de responsabilidad, o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay que afirmar que este orden económico es injusto, aun en el caso de que, por hipótesis, la riqueza producida en él alcance un alto nivel y se distribuya según criterios de justicia y equidad (MM 83).

Como hemos observado en otras oportunidades, la Iglesia no ofrece soluciones técnicas y cuando juzga la bondad o no de un sistema, lo hace desde el punto de vista moral, de respeto de la persona. Veamos la verdad de esa afirmación en las palabras de Juan XXIII en la Mater et magistra: que “si el funcionamiento y las estructuras económicas de un sistema productivo ponen en peligro la dignidad humana del trabajador, o debilitan su sentido de responsabilidad, o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay que afirmar que este orden económico es injusto, aun en el caso de que, por hipótesis, la riqueza producida en él alcance un alto nivel y se distribuya según criterios de justicia y equidad (MM 83).

De manera que, aunque técnicamente sea correcto el funcionamiento de un sistema económico, se puede calificar de injusto, si pone en peligro la dignidad de la persona humana.

Centralidad de la persona humana

Sobre el enfoque de la D.S., como aparece en Juan XXIII, que pone en el centro a la persona humana, continúa así en su conferencia el P. Sergio Bernal:

Y así aparece cada vez con mayor claridad la centralidad de la persona en la reflexión sobre cualquier realidad y, concretamente, sobre el desarrollo y los modelos económicos, como también el motivo de esta preocupación.

La doctrina de Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecederas (MM 2).

Por tanto, la santa Iglesia, aunque tiene como misión principal santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres, no sólo de las que afectan a su decoroso sustento, sino de las relativas a su interés y prosperidad, sin exceptuar bien alguno y a lo largo de las diferentes épocas (MM 3).

Sobre la visión de Juan XXIII continúa el P. Bernal:

Juan XXIII era muy consciente de la gravedad del problema de las relaciones entre los países altamente desarrollados y los que apenas entraban en el proceso de crecimiento, de industrialización y de participación en el mercado mundial. Sentía así la necesidad del progreso y de las relaciones equitativas entre los pueblos, las cuales deberían estar caracterizadas por el respeto a las características de cada pueblo, el rechazo a cualquier forma de neocolonialismo resultante de las relaciones de cooperación y ayuda. Advertía también el Papa con una fina intuición profética, el riesgo de que, paralelamente al crecimiento de la economía, de la ciencia y de la técnica se diera una especie de trasvase cultural que en nuestros días se ha hecho evidente. Se trata del materialismo propio de la ideología neoliberal para la cual los bienes supremos son los económicos, con detrimento y aun desaparición de los valores del espíritu.

Una síntesis del magisterio de Pío XII

El Concilio Vaticano II se ocupó del desarrollo, pero tenemos que admitir que, prácticamente, se limitó a sintetizar cuanto había dicho Juan XXIII, quien, a su vez, hizo una gran síntesis del magisterio de Pío XII en materia económica. Con la autoridad propia de un Concilio se ratifica claramente la visión positiva de la realidad, reconociendo la contribución de la ciencia y de la técnica al esfuerzo humano por la transformación del mundo. Considera, además, que las relaciones entre las naciones contribuyen a la formación de una comunidad mundial.

La contribución propia del Concilio fue el énfasis en el mensaje de la Revelación en el que podemos encontrar los elementos necesarios para una lectura integral de la actividad humana, resaltando así la dimensión teológica del discurso social de la Iglesia y proponiendo una visión integral de la realidad, libre ya de la visión dicotómica de la misma: (Lo que leo a continuación es una cita del N° 34 de la Constitución Pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo e hoy, contribución esencial del oncilio Vaticano II):

Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo. […] el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo. (GS 34).

Dios mediante, la semana entrante continuaremos comentando la conferencia del P. Sergio Bernal en el IV Congreso Nacional de Reconciliación.

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[1] Cfr Juan Souto Coelho (coord.), Doctrina Social de la Iglesia, manual abreviado, BAC, Fundación Pablo VI, Madrid, Pg. 63; Ildefonso Camacho, doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 192ss

[2] En el método deductivo, una ley general, por razonamiento se aplica a muchos. Es la aplicación que se utiliza en el silogismo: se afirma una ley general en la premisa mayor y por razonamiento se aplica a otras. (Un ejemplo sencillo: Todo ser humano es racional. Juan es un ser humano, luego es racional).