Reflexión 170 – Caritas in veritate (8)

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Los 5 principios permanentes de la Doctrina Social de la Iglesia y el criterio supremo

 

En la reflexión anterior terminamos de estudiar los N° 2 y 3 de Caritas in veritate, la encíclica social de Benedicto XVI.

Como el Santo Padre afirma que el amor es el principio y criterio supremo y universal de la ética social, recordamos qué es la ética social y vimos que se refiere a los comportamientos de los individuos que tienen consecuencias importantes en la sociedad; también repasamos brevemente cuáles son los principios de la doctrina social católica. Siguiendo las enseñanzas de la Iglesia en el Compendio de la DS, vimos que los 5 principios permanentes de la DS son: la dignidad de la persona humana, el bien común, el destino universal de los bienes y la propiedad privada, el principio de subsidiaridad y finalmente el de solidaridad. A estos 5 principios hay que anteponerles el amor, como principio y criterio supremo y universal.

¿Qué importancia tienen esos 5 principios, y de dónde y cómo se obtuvieron? Nos enseña la Iglesia[1] que esos principios son expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe y que en el primer principio, el de la dignidad de la persona humana, encuentra fundamento cualquier otro principio y contenido de la DSI .

¿Quién inventó los principios de la doctrina social?

 

Preguntar sobre el origen de los principios permanentes de la DSI es preguntar sobre el origen de la doctrina social católica. De manera sintética se puede responder que la DSI y sus principios brotan de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio. En la formulación de los 5 principios intervinieron la razón y la fe; estos principios de la DSI brotan « del encuentro del ser humano real, con el mensaje evangélico y sus exigencias. El ser humano, al reflexionar sobre su vida en sociedad, encuentra que el Evangelio le plantea exigencias que están comprendidas en el Mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la Justicia[2]. (Instrucción Libertatis conscientia (Consciencia de la libertad), de la Congregación para la doctrina de la fe, del 22 de marzo de 1986, sobre la libertad cristiana y la liberación).

El cardenal Renato Raffaele Martino, entonces presidente del Consejo Justicia y Paz, citó esas palabras en la presentación del Compendio de la DSI a la prensa. Explicaba allí el cardenal, que la Iglesia presenta su doctrina social como una enseñanza que nace del discernimiento y que se orienta a favorecer el discernimiento que necesitamos para afrontar los difíciles momentos que caracterizan a nuestro tiempo. Vamos a ver que quiere decir que la DS nace del discernimiento y favorece el discernimiento.

Discernir es distinguir una cosa de otra. Que la DSI nace del discernimiento, quiere decir que se origina en la reflexión sobre el ser humano frente a las exigencias del Evangelio. La DSI nace de la reflexión, de la comparación de las enseñanzas del Evangelio, con la realidad que se vive en la sociedad. Nuestro patrón de comportamiento es el Evangelio. Cuando dudemos sobre qué camino tomar en materia de fe y de moral / no nos equivocaremos si nos preguntamos qué nos dice el Evangelio, qué nos dice Jesucristo que debemos hacer, y si actuamos de manera coherente con su respuesta.

¿Está de acuerdo el comportamiento de la sociedad con lo que el Evangelio enseña?

 

Nuestra medida, como seres humanos, imágenes de Dios, son las exigencias del Evangelio. Lo que se espera de la persona humana es que viva de acuerdo con lo que es, como imagen de Dios. ¿Es mucho pedirnos? Sin duda es una meta difícil, exigente, que sería imposible de conseguir si Dios no nos diera su gracia; pero el Señor no nos pide que hagamos algo imposible; Él no nos falta; más aún, nos alentó a que seamos perfectos como el Padre Celestial es perfecto (Mt 5,48). Nos da los medios para la difícil tarea: la oración, los sacramentos, la Iglesia, que a pesar de sus deficiencias humanas, recibió de Jesucristo la tarea de dispensar la gracia por medio de los sacramentos. El Catecismo nos recuerda que Para llevar a cabo una obra tan grande (…) Cristo está siempre presente en la Iglesia (1087s).

Con la luz del Espíritu, a lo largo de la historia, se han ido configurando los principios

 

Entonces, que los principios y la DS nacen del discernimiento significa que se originan en la reflexión de la Iglesia sobre el ser humano frente a las exigencias del Evangelio. La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu, reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios permanentes de la doctrina social una fundación y configuración cada vez más exactas, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social. ( Compendio de la DSI, N° 160)

Una exigencia de la fe y con la ayuda de la razón…

En el programa anterior vimos que el Santo Padre, en Caritas in veritate, dice sobre la caridad que, acompañada de la verdad, la caridad está libre de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. El fideísmo es una tendencia o un movimiento, que desconfía del poder de la razón y lo limita en su capacidad de conocer las verdades de orden moral y religioso. El Papa nos aclara que si es verdad que el amor es una exigencia de la fe, por la que creemos en Jesucristo, que nos pide lo encontremos en nuestros hermanos necesitados de nuestra ayuda, también la razón nos puede conducir a entender la necesidad de un amor universal. [3]

 

La Iglesia nos dice que la fe es la base, pero que Dios nos dio la razón para que la utilicemos, y la DSI se nos da como ayuda, para que discernamos, distingamos, entre el buen y el mal camino, entre la verdad y la mentira, entre lo justo y lo injusto; para que comparemos nuestro comportamiento con las exigencias del Evangelio y corrijamos el camino. En eso consiste la conversión, en vivir según el Evangelio.

Conversión significa revertir la marcha

 

Al comenzar la cuaresma, en su catequesis del miércoles 17 de febrero (2010), Benedicto XVI nos explica magistralmente estas enseñanzas. Leamos algunas líneas:

Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño ajuste, sino con una verdadera y total inversión de la marcha. Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o en todo caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De esta forma / la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, de rectificar nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna forma sólo cercanas entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el “sí” total de quien entrega su propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que primero se ofreció al hombre como camino, verdad y vida, como aquel que lo libera y lo salva. Precisamente este es el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista Marcos, Jesús abre la predicación del “Evangelio de Dios”: “”El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15).

(…)

Cada día es un momento favorable de gracia (…) aun cuando no faltan las dificultades y las fatigas, los cansancios y las caídas, aun cuando estamos tentados de abandonar el camino de seguimiento de Cristo y de cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, sin darnos cuenta de la necesidad que tenemos de abrirnos al amor de Dios en Cristo, para vivir la misma lógica de justicia y de amor. En el reciente Mensaje para la Cuaresma he querido recordar que “se necesita humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo ‘mío’, para darme gratuitamente lo ’suyo’. Esto sucede particularmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias al amor de Cristo, podemos entrar en la justicia ‘más grande’, que es la del amor (cfr Rm 13,8-10), la justicia de quien se siente en todo momento más deudor que acreedor, porque ha recibido más de cuanto podía esperar”[4]

La razón y la fe se unen para ayudarnos en el camino del Evangelio

 

El amor en la verdad se encuentran con la ayuda de la fe y de la razón. El ser humano está dotado de una naturaleza racional y libre, que le permiten conocer la verdad sobre la vocación a su desarrollo. Pablo VI en Populorum progressio (15), habla de la vocación del hombre a promover su propio progreso, su propio desarrollo. Añade que Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación.

El amor y la verdad tienen mucho qué ver: son la expresión de la humanidad como Dios la diseñó. La caridad practicada de verdad, es una expresión auténtica de humanidad y es fundamental en las relaciones humanas tanto privadas, personales, como públicas. Sin verdad, el amor se queda en sentimientos o como dice Benedicto XVI en Caritas in veritate, en el N° 3, “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo”.

Relativizar la verdad: cada cual inventa su propia verdad

 

 

 

Continuemos ahora con el N° 4 de Caritas in veritate. Veremos allí que la Verdad (el logos) hace posible el diálogo, la comunicación, la comunión. Nos dice el Santo Padre que, en el actual contexto social y cultural, en el que hay una tendencia general a relativizar la verdad,- es decir, a que cada cual invente su propia verdad, – la práctica de la caridad en la verdad ayuda a comprender que la adhesión a los valores cristianos no es simplemente útil sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo integral.[5]

 

Cuando se habla de la adhesión a los valores cristianos, como indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo integral, no se exige la adhesión a la fe católica, sino a sus valores, porque la encíclica Caritas in veritate no está dirigida sólo a los fieles católicos sino también a todos los hombres de buena voluntad.

Dice el N° 4:

 

 

Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, crea comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.

En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral. Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos/ para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad.

Es necesario que la caridad y la verdad vayan juntas y, ¿qué es un valor?

 

 

 

La caridad que está llena de verdad, – la caridad que no es sólo un disfraz de amor,- la podemos comprender en toda su riqueza de valores. La caridad que no podemos comprender es la que no está de acuerdo con la verdad, la caridad que no es verdad.

 

 

¿Cómo puedo apropiarme un valor?

 

 

 

El concepto valor se refiere a una cualidad que se considera deseable porque es valiosa, porque tiene mucho sentido. Un valor atrae y uno trata de conseguirlo para sí. ¿Cómo? Viviendo de acuerdo con ese valor; así lo hace uno propio.[6]

Si tomamos la descripción que San Pablo hace de la caridad, en el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios, podemos comprender algo de la riqueza de que está lleno el amor: el amor es paciente, es servicial; el amor no es celoso ni arrogante o descortés; no busca su interés, no se irrita, ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

¡Cómo nos gustaría apropiarnos, así fuera en un grado menor, de algunos de esos valores, que conforman la riqueza del amor!

 

 

 

 

Podemos hablar solos, pero no conversar solos

 

 

Fijémonos en algunas afirmaciones más de Benedicto XVI sobre el amor en la verdad. Dice que la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión. Diálogo significa conversación. Uno conversa con otros; a veces hablamos solos, pero no conversamos solos. Cuando no hay verdad se rompe la conversación, la comunicación, la comunión. En las parejas, en las familias, en todos los grupos humanos, el don de la palabra, del logos, puede unir, cuando hay verdad, o desbaratar las relaciones y enfriar o apagar el amor si falla la verdad.

 

 

 

Dice el Papa: La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.

 

También en Caritas in veritate dice Benedicto XVI que Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales (es decir, de poca importancia). De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.”

 

No se niega que los no creyentes puedan hacer una labor humanitaria. Las desgracias ajenas conmueven a los seres humanos. Lo podemos ver en la reacción a las tragedias de Haití y de Chile. Cuando no se busca el bien propio sino el de los demás, ese puede ser un camino para llegar a Dios a través de los hermanos, o se puede quedar en sólo la utilización de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social y nada más. Si las labores humanitarias y el desarrollo que se pretende para los pueblos más pobres, no se realizan con el espíritu que impregna el amor cristiano, no se conseguirá el desarrollo integral de todo el ser humano y de todos los seres humanos.

 

 

  

Sin Dios no es posible un desarrollo integral

 

Si del desarrollo se separa a Dios y con Él a lo espiritual, no se busca un desarrollo integral, que por definición, tiene que ser de todo el hombre. Esto es importante, porque se oye a veces citar de manera incompleta la famosa frase de Pablo VI, quien dijo que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. He oído esa cita fuera de contexto, como si el Papa hubiera afirmado que el desarrollo económico es el nuevo nombre de la paz. Un desarrollo económico conduce a la paz si es integral; si no es sólo económico, si es de todo el hombre y de todos los hombres.[7]

 

 

 

El que “sí” es libre desarrollo de la personalidad

 

La encíclica Caritas in veritate seguirá tratando el tema del desarrollo integral, ese derecho y deber del hombre (es la vocación a la que Dios lo llama y a la cual debe responder), a llegar a ser el ser humano pleno, en cada una y todas las dimensiones de que Dios lo dotó en su plan creador. El derecho del ser humano al desarrollo integral se deriva de la concepción cristiana de la persona humana, que requiere vivir en condiciones materiales y espirituales que le favorezcan ese, que sí es, libre desarrollo de su personalidad.

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Compendio de la DSI, N° 160

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 585; Véase el enlace en este blog y también en el Compendio de la DSI, N° 160.

[3] Cfr Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, Pg.176s

[4] L’Oss. Rom. 5 de febrero de 2010, p. 8

 

[5] Cfr Resumen elaborado por “Center of Concern”, publicada en español en la WEB, Instituto Social León XIII, http://www.Instituto-social-leonXIII.org

[6] Cf Manuel García Morente, Lecciones Preliminares de Filosofía, Grupo Editorial Tomo S.S., de C.V., México D.F., Lección XXIV, Ontología de los Valores

[7] Recordemos que Pablo VI se refirió al desarrollo como nuevo nombre de la paz en Populorum progressio, 76-77 y Juan Pablo II la repitió en sus mensajes, por ej. En el Mensaje a la XXXI Conferencia de la FAO, celebrado en Roma, del 2 al 13 de noviembre 2001.

Reflexión 167 – Caritas in veritate (5)

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Marco teológico de Caritas in veritate

 

Antes de continuar con la segunda parte de la introducción de la encíclica – Caridad en la verdad, Caritas in veritate,- repasemos sus puntos principales. Tengamos presente que en su introducción encontramos los fundamentos teológicos de la encíclica o si se prefiere, el marco teológico básico:

 

1.   “La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”.  Según Benedicto XVI, la principal fuerza que impulsa al verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad es el amor, la caridad. No cualquier amor, sino un amor de verdad, no de palabras: Caridad en la verdad. Este es el pensamiento principal; de él se desprenden las siguientes consideraciones:

 

A.  No se trata de un amor cualquiera, sino de uno que mueve a las personas a comprometerse con la justicia y la paz. Se trata de un amor activo, que es capaz de comprometerse. Eso es un amor en la verdad.

 

B.  Este amor tiene su origen en Dios, que es Amor Eterno, Verdad absoluta. No se trata de un amor humano, que hasta se podría considerar como una característica de nuestra personalidad. Se trata de un amor cristiano que se origina en Dios, que es Amor, que nos comunica Dios.

 

Dios tiene un plan de desarrollo integral y global

 

 

Un siguiente punto se refiere al plan que Dios tiene para cada uno de los seres humanos y por consiguiente para el mundo. Se puede resumir en las siguientes ideas:

 

C.  Dios tiene un plan para cada persona; en él encontramos nuestra propia verdad y nuestro bien. De manera que si seguimos el plan de Dios para nosotros, conseguimos nuestra verdad y nuestro bien; nos realizarnos plenamente como personas; es el plan de desarrollo diseñado por Dios. Dios quiere un desarrollo integral: de todo el hombre, en todas sus dimensiones, y de todos los hombres, de toda la sociedad: un desarrollo integral y global. Se trata de un desarrollo fundado en la caridad y en la verdad.  

 

C.  Nos puede ayudar a comprender las implicaciones de esta verdad, la semejanza con la obra de un gran ingeniero, de un gran arquitecto o un genial escultor. Si ellos crean el diseño de una gran obra y lo entregan para que lo realicen otras personas, el éxito en la ejecución de esa obra estará en que los constructores sigan fielmente el diseño original. Si en vez de seguir ese diseño, esos planos, se apartan y siguen su propio capricho, lo que pudo ser una bellísima obra puede convertirse en un trabajo final, por lo menos, mediocre.

 

El origen de la crisis económica mundial

 

 

De esta reflexión nos surge la consideración de que el origen de la crisis económica y financiera por la que pasa el mundo, está en que la humanidad se quiere salir del proyecto de Dios para la sociedad y hacer un proyecto nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y por el egoísmo frente a las necesidades de los demás. Ese mundo, regido por la codicia no es el del plan divino. Las entidades financieras parecen seguir su propio plan y les resultó no sólo mediocre, funesto.

 

Otra consideración es que, si en el plan que Dios ha diseñado para nosotros, encontramos nuestra propia verdad, es decir la realización plena de lo que podemos llegar a ser, – en otras palabras nuestro pleno desarrollo, en todas las dimensiones – estamos llamados a buscar cuál es ese plan y seguirlo, y si nos damos cuenta de que vamos equivocados, debemos corregir a tiempo el camino.

 

 

Nuestra vocación es al amor

 

 

Y, ¿en que consiste nuestra vocación? ¿A qué nos llama Dios? La llamada que nos hace Dios es a amar de verdad,  amar en la verdad.

 

Y, ¿cómo podemos encontrar una guía para no equivocarnos en nuestra respuesta a la llamada que nos hace Dios a la verdad y al amor, para no tomar el camino equivocado? La respuesta la encontramos en Jesucristo, que es el camino, que es la verdad y que amó hasta el extremo.

 

           En Jesús, que con su vida dio testimonio de la caridad y de la verdad, encontramos el ejemplo y la fuerza para responder a la llamada  al amor y a la verdad. Jesucristo es la revelación de Dios, el rostro humano de Dios, y nuestro modelo de vida. A través de Él nos ha dado Dios el modelo de una vida humana plena en este mundo y encaminada a su  destino eterno.[1] Esa es nuestra vocación. Las siguientes líneas de la encíclica resumen el papel de Jesucristo en nuestra vocación:

 

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

 

Escuchar las palabras de Jesus  y ver sus obras

 

 

Seguir la llamada al amor como nos lo enseña Jesucristo con su vida, requiere su fuerza, es decir su gracia, y también nuestra disposición a responder. Es muy revelador encontrar en el Evangelio cómo fue el testimonio de su vida terrenal, de la que nos habla Benedicto XVI.  Recordémoslo:

 

Jesús decía a sus discípulos que miraran más allá de las palabras, el testimonio de su vida. Cuando le preguntaron: Si tú eres el Mesías dínoslo claramente, Él respondió: Yo se lo he dicho y ustedes no me creen. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí. (Jn 10, 24s).

 

Recordemos también que, cuando desde la cárcel, el Bautista le mandó a hacer una pregunta parecida, también Jesús se refirió a sus obras. Leámoslo en el capítulo 11 de Mt.

 

2. Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: 3 “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”.

4. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: 5. los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

 

Nos conviene observar que según el Evangelio, lo que a Juan Bautista llamó especialmente la atención fueron las obras de Jesús; no nos dice el evangelista que Juan se hubiera maravillado de las palabras de Jesús, que, claro eran pura sabiduría y anunciaban la Buena Noticia a los pobres,  sino que cuando oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo…le mandó a preguntar si Él era el Mesías anunciado por los profetas. Jesús nos hizo notar claramente que en su vida había coherencia entre sus palabras y sus obras; su respuesta a los discípulos del Bautista fue: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven”… Las palabras se oyen, las obras se ven.

 

Mientras estudiamos la Caridad en la verdad, nos viene bien en esta cuaresma, reflexionar sobre nuestra vida cristiana, llena de regalos del amor de Dios. Jesús quiere que nos detengamos y miremos para adentro, a nuestro corazón y que examinemos si por nuestra vida, – no sólo por nuestras palabras, – nos pueden reconocer como seguidores suyos. Y es que, si Dios nos ama, debemos pagar el amor con amor y el amor va más allá de las palabras. Cuando decimos que Dios nos ama sabemos muy bien a qué nos referimos: no es que Él simplemente lo diga de palabra, sino que lo ha demostrado desde el momento en que nos dio el ser a su imagen. Nuestra existencia está, todos los días, llena de pruebas del amor de Dios. ¿Cuál debe ser nuestra respuesta?

 

En esta cuaresma, mirar hacia adentro, reflexionar sobre la justicia

 

Nuestra vivencia de la DSI tiene que ser perfectamente coherente con el momento que vivimos. En cuaresma  insistimos en la oración, en la penitencia y la limosna, como preparación a la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor y allí caben muy bien los temas de la justicia, de la verdad y del amor.

 

En el  mensaje de Benedicto XVI con motivo de la cuaresma, podemos ver  que nuestra fe no está formada, como una “colcha de retazos”, de creencias incoherentes, cuando nos propone que hagamos en este tiempo una revisión sincera de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas; y nos pone a reflexionar sobre la justicia.

 

Además del pan  y más que el pan, el ser humano necesita a Dios

 

Nos enseña el Santo Padre, que la justicia no consiste solamente en dar a cada cual lo suyo, – a cada cual lo que le corresponde, – si por dar a cada cual lo suyo, – lo que le corresponde, – se entiende solamente distribuir equitativamente los bienes terrenales; porque no es sólo eso lo que el ser humano necesita; además del pan  y más que el pan, –dice Benedicto XVI, – necesita a Dios… Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. [2]

 

Nos dice el Papa que para que reine la justicia no es suficiente con eliminar las causas que impiden su puesta en práctica. La injusticia, fruto del mal, dice el Papa, tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Se refiere el Papa a las consecuencias del pecado original que vuelven frágil al hombre y lo limitan en su capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Nos recuerda el Santo Padre que el ser humano es abierto por naturaleza a  compartir, pero siente dentro de sí una fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos, consecuencia del pecado original.

 

Necesitamos una liberación del corazón y encontrarnos con Jesucristo

 

 

Se pregunta Benedicto XVI ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor? La respuesta, – me parece, – es que necesitamos una profunda conversión, un cambio, porque dice que para entrar en la justicia, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón…  De manera que nosotros, como Moisés y el Pueblo de Israel, tenemos la oportunidad de aceptar las pruebas durante nuestro éxodo, a medida que hacemos nuestro camino hacia el Padre; nuestra condición es de peregrinos; somos peregrinos.

 

Estas reflexiones nos confirman que para salir, no sólo de la actual crisis económica, sino para poder construir un mundo de justicia, de amor y de verdad, – es decir, el Reino de Dios, – es necesario el encuentro con Jesucristo, con el Evangelio, y adoptar el estilo de vida que nos enseña con su propia vida. Por eso la evangelización es indispensable. Con la evangelización se pone a las personas en presencia del Evangelio y se provoca así el encuentro con Jesucristo.[3] Sabemos ya que la fe es el encuentro con la persona de Jesucristo.

 

Si se entra más a fondo en las causas de la crisis mundial, nos podemos dar cuenta de que se esconde allí una crisis de principios y valores que se origina en las personas y afecta, no a un mundo compuesto sólo por edificios y maquinarias, sino al mundo de los seres humanos. Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica. Las causas de la crisis están en las personas que manejan la economía y los mercados. Si las personas no cambiamos, no serán suficientes las medidas técnicas que se adopten.

 

 

Un libre mercado sin codicia

 

 

Como en el Paraíso el hombre pretendió salirse del proyecto de Dios y crear el suyo para manejarlo él, y ese proyecto basado en la soberbia resultó autodestructivo, también ahora de modo semejante, el origen de la crisis mundial está en que la humanidad se quiere salir del proyecto de Dios y hacer uno nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y por el egoísmo que lo enceguece frente a las necesidades de los demás. Los teóricos de la economía no parecen estar dispuestos a buscar un nuevo modelo, distinto del fracasado del comunismo y del poco exitoso del capitalismo y el libre mercado. Quizás funcionaría un prooyecto basado en esos mismos principios técnicos del libre mercado, si le introdujera una fuerte dosis de humanismo cristiano. Un libre mercado sin codicia…

 

 

Breve resumen del N° 2 de Caritas in veritate[4]

 

Este número nos enseña que:

 

La caridad es el corazón de la DSI (“en torno al principio caridad en la verdad gira toda la DSI”). Esto significa que

a.   Toda la responsabilidad de nuestras relaciones personales y sociales fluye de la caridad, del amor.

b.    Dios es Amor; el Amor es el más grande regalo que nos ha hecho Dios.

c.   La Caridad/el Amor deben dar dirección a la responsabilidad moral en todas las áreas.

d.     Nuestra Caridad/Amor hace creíble nuestra verdad en un contexto social y cultural en el que se relativiza la verdad. Ahora cada quien quiere construir su propia verdad. Aquella frase del Evangelio: Por sus frutos los conoceréis, va muy bien con esta idea de Caridad en la verdad: la verdad, la fe que decimos profesar la hace creíble nuestra caridad, nuestro amor.

 

Leamos el texto mismo del N° 2 de Caridad en la verdad:

2.     La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

El amor cristiano da verdadera sustancia a nuestra relación con Dios y con el prójimo

Podemos decir  que en torno a la caridad gira toda la vida cristiana. Nos lo enseñó San Pablo: sin caridad no somos nada. Todas las responsabilidades y compromisos cristianos que asumamos tienen que fundarse en el amor, o de lo contrario sus frutos serán vanos. Es muy interesante observar que, según Benedicto XVI, el amor cristiano no es una virtud para practicar de vez en cuando, en circunstancias especiales; el amor cristiano es el que da verdadera sustancia a nuestra relación con Dios y con el prójimo.

El amor es el principio, la norma, la guía, en las verdaderas relaciones personales, en nuestra relación con los amigos, en los lazos que nos unen con nuestra familia, con los pequeños grupos del trabajo, de la vida en comunidad y también en las grandes relaciones con la comunidad grande de nuestro país, en las relaciones internacionales, en las relaciones sociales, políticas y económicas.

Si las personas, individualmente o reunidas en la pequeña o en la gran sociedad de las naciones tuviéramos al amor cristiano como ley de leyes, como principio soberano, las pequeñas o grandes dificultades que se presenten en las familias y en la gran sociedad, se arreglarían en el ambiente cálido del amor cristiano, que estaría por encima del egoísmo y la ambición.

 Terminemos hoy con la última frase del N° 2 de Caritas in veritate que acabamos de leer: La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

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reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Cf. P. Adolfo Nicolás, superior general de la Compañía de Jesús, quien en Limerick, Irlanda dijo el 10 de septiembre de 2009: We understand the person as created in the image of Jesus Christ. He is God’s revelation and the model of human living. We are gifted through Him  with an everlasting destiny. (Web)

[2] www.vatican.va, Benedicto XVI, 08 de febrero, 2010

[3] Veáse A. Decourtray, ¿Qué es Evangelizar?  Evangelización y Catequesis, CELAM-CLAF, Marova, Madrid- 1968, Pgs 23-36.–WEB

[4] Cfr  resumen elaborado por “Center of Concern”, www.coc.org, traducido al español y publicado por el Instituto Social León XIII, http://www.instituto-social-leonxiii.org

Reflexión 165 – Caritas in veritate 2010 (3)

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Busquemos la solución de la crisis más allá de las disciplinas económicas

 

Continuemos el estudio de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la nueva encíclica de Benedicto XVI.  La voz del Papa es la voz de la Iglesia, que se hace presente una vez más, para orientarnos en estos momentos de dificultad, en la crisis económica. El Santo Padre nos ofrece la mirada de la Iglesia a la situación, desde la perspectiva de la ética y de la fe.

 

La actual crisis económica mundial nos ha dado la oportunidad de descubrir que, bajo la superficie que encubre una crisis sólo técnica, se esconde una profunda crisis de valores, y por eso la solución a esa crisis no se encuentra sólo en la aplicación de las ciencias económicas.

 

En Caritas in veritate esperamos encontrar respuestas a las preguntas que en situaciones difíciles nos inquietan a los creyentes y también confiamos que encuentren, por lo menos motivos de reflexión, los no creyentes que están sintiendo también los efectos de esa crisis económica y de valores.

 

 La encíclica nos pone a pensar a todos. A veces nos acostumbramos a lanzar comentarios y preguntas sólo sobre lo que los demás deben hacer, como mirando a los toros desde la barrera o jugando a directores técnicos desde las graderías, en un partido de fútbol, donde somos simples espectadores.

 

 

Hay preguntas de orden técnico, pero también las hay de orden ético y de fe

 

 

Aceptemos que todos tenemos algo que ver con la situación del mundo; los creyentes tenemos la  responsabilidad de preguntarnos si desde la fe podemos ofrecer respuestas a esta crisis, que no se origina solamente en fallas técnicas. Es cierto que ante el fracaso de los sistemas hay preguntas de orden técnico, pero también las hay de orden ético y de fe.

 

Hay defectos en las leyes humanas que organizan el mundo de la economía y de los mercados, hay fallas en quienes administran la justicia, y también las hay, cuando en el desempeño de nuestras obligaciones, nuestra conducta no es coherente con lo que el Evangelio nos enseña y decimos creer. Un cuidadoso examen se deben hacer los legisladores, los gobernantes, los jueces, los empresarios y administradores que se confiesan cristianos, pero pareciera que se les olvidaran las exigencias del Evangelio cuando ejercen su oficio.

  

Los cristianos no nos podemos desentender del mundo en que vivimos, como si no fuera problema nuestro. Las dificultades de las personas sin trabajo, sin techo, de los pobres con hambre, de los enfermos sin acceso a los programas de salud, de los desplazados, deben ser también nuestros problemas. No es poca la ayuda que podemos ofrecerles con la oración y no pocas veces podemos también darles una mano. Algunas personas tienen el poder de solucionar no pocas de esas situaciones.

 

 

La indiferencia comienza a desaparecer cuando el peligro se acerca a nuestras familias

La indiferencia suele empezar a desaparecer cuando nosotros mismos nos sentimos en peligro; cuando una crisis ser acerca a nuestras familias nos ponemos alerta y entonces pedimos la ayude de Dios, oramos y si nos es posible, actuamos… Sintámonos miembros de la familia humana, pues todos somos hermanos, hijos del mismo Padre, nuestro Creador.

 

Continuemos el estudio de Caritas in veritate

 

Recordemos que la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, consta de una introducción, 6 capítulos y la conclusión. Toda la encíclica está organizada en total en 79 números. 

 

Empecemos por la introducción, que tiene 9 números. Es una introducción más bien extensa; en ella el Papa explica el sentido de la carta y la relaciona con su encíclica Deus caritas est, Dios es amor. En la introducción Benedicto XVI pone los cimientos teológicos del documento. La primera frase de la nueva encíclica es una corta y apretada síntesis de toda la encíclica. La síntesis de toda la encíclica está resaltada en azul.  Leamos el N° 1 completo:

1.     La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.  El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz.  Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insus-ti-tui-bles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6). Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6).

 

Esto tiene el sello Ratzinger

Dicen algunos comentaristas que en la profundidad teológica de este primer número de Caritas in veritate se reconoce la autoría personal de Benedicto XVI. Puede ser que cuando toque asuntos técnicos se note el cambio de estilo, pero en la introducción se identifica la pluma del Papa teólogo. Volvamos a leer la primera frase:

 

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

 

 

Las características de la caridad

 

 

 Cómo es esa caridad, principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo, lo explica inmediatamente Benedicto XVI: es la caridad como Jesucristo la practicó, de la que dio testimonio con su vida terrenal, sobre todo con su muerte y resurrección. De manera que se trata de una caridad viva, actuante, no sólo de un sentimiento vacío, que puede ser útil para la convivencia social, pero sin substancia, como nos va a explicar enseguida. Se trata de una caridad en la verdad.

 

Las características de la caridad las sigue desarrollando el Papa. Nos dice que  El amor «caritas» es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz.

 

Eso quiere decir una caridad actuante, de verdad: es impulsora, mueve al compromiso valiente y generoso con la justicia y con la paz. La siguiente característica, fundamental, de la caridad, la describe el Papa con estas palabras:

 

Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.

 

No se trata entonces de un sentimiento humano solamente. La caridad viene de Dios, que es Amor. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.

 

Cómo conseguir amar con amor cristiano

 

Como la caridad, – el amor cristiano, – viene de Dios,  es un don de Dios, no lo alcanzamos por nuestra voluntad, se lo pedimos: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”  El Cardenal Martini nos enseña que “La caridad nace de la fe, de la proclamación del amor de Dios para con nosotros; y la fe, a su vez, nace de la palabra de Dios, que la cultiva y la acrecienta. Es un medio maravilloso e importantísimo el leer y meditar los libros de la Escritura, leer y meditar los Evangelios, entender el gran amor  que Jesús nos ha mostrado en su vida, pasión y muerte”.[1]

 

De manera que el amor cristiano no lo conseguimos con nuestro esfuerzo, ni se origina en nuestra naturaleza humana; no es una característica o virtud de nuestra personalidad; el amor se origina en Dios. Entonces ¿cómo conseguir la virtud de la caridad, del amor, si es un don?  Nos dice Benedicto XVI en Caritas in veritate, que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.  Dios, el Amor eterno, la comunica;  la caridad, el amor es un regalo de Dios. Estas no son palabras de adorno. Dios se nos comunica cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza y de manera muy especial, además, se comunica a los que llama a participar de su vida divina por la gracia en el bautismo.

 

La dignidad de la persona humana tiene su origen en el amor

 

 

Dios se nos comunica cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza y de manera muy especial, además, se comunica a los que llama a participar de su vida divina por la gracia en el bautismo. La dignidad de la persona humana tiene su origen, entonces, en el amor.

 

Cuando estudiamos la DSI nos damos cuenta de que ella gira en torno a la dignidad de la persona humana. Ahora comprendemos mejor que el origen y fundamento de la dignidad del ser humano es el amor; no un amor puramente humano, sino el amor sobrenatural, el que viene de Dios, el que nos comunicó el Creador cuando nos hizo a su imagen y semejanza. Como Dios, que es Amor, es además Verdad absoluta, el amor que nos debe mover es un amor de verdad, no sólo un sentimiento, no sólo palabras, sino también acción, como Dios.  No se habla de un amor mal entendido, como el  de las experiencias transitorias, posesivas de la otra persona, que proponen hoy por todas partes.

 

A medida que avancemos iremos aprendiendo más a cerca de la virtud cristiana por excelencia. Sobre el significado de la verdad en el nombre de la encíclica, Caridad en la verdad, ya habíamos reflexionado en programas anteriores. Los que siguen estas reflexiones en este ‘blog’ pueden volver, si les parece, a la Reflexión 144.

 

¿Por qué van juntas la caridad y la verdad?

 

Vamos a recordar algunas ideas sobre la verdad en el Evangelio, para que comprendamos por qué el Santo Padre une en su encíclica  la Caridad y la verdad. Tengamos presente que a su primera carta la tituló Dios es Amor. Vayamos entonces a la verdad. 

 

Los teólogos y los escrituristas estudian profundamente el significado de la verdad en el Evangelio, en particular en San Juan y en San Pablo. Según el P. Juan Leal, traductor y comentarista de San Juan, la verdad aplicada a las cosas, expresa que algo es real, mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida, como leemos en el capítulo 6° de San Juan, el capítulo eucarístico, allí, verdadero quiere decir real, no fingido, no figurativo.[2] De manera que ese sentido de verdad como algo real, no fingido, nos aclara el sentido de caridad en la verdad: es amar sin fingir que se ama, no de palabras, sino realmente, de verdad.

 

Nos dice el mismo comentarista, el P. Leal, que en San Juan y en San Pablo, la verdad tiene fundamentalmente un sentido vital y moral. ¿Qué significa que la palabra verdad tiene un sentido vital? Ese significado parece tener aún más qué ver con el nombre de la encíclica Caritas in veritate. Cuando Cristo se identifica con la verdad, lo hace también identificándose con la vida (Jn 14,6): “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Como la verdad es vida, es operante y activa. Caridad en la verdad significa que la caridad es viva, es activa. Si la caridad es de verdad no puede ser pasiva, como la de quienes esperan que otros hagan; la de los que se contentan con ser espectadores.

 

 Juan 3, 21 nos ayuda a entender el significado de la verdad, al lado de la caridad verdadera, que es necesariamente activa. Dice San Juan: …el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. En el Evangelio encontramos frases en que las obras malas se identifican con la mentira, con el error, y el bien con la luz, con la verdad.[3]

 

Es oportuno recordar también la exhortación de San Juan en su primera carta  (3,18): Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.

 

Como veremos, Benedicto XVI menciona en el N° 2 de Caritas in veritate, la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo en Ef 4,15, de, verdad en la caridad,  sino también en el sentido complementario de Caridad en la verdad. Verdad en la caridad. Nos dice el Apóstol que vivamos sinceramente, según las normas de la verdad, oponiéndose así a la astucia y malas artes de los sembradores del error.[4] En la práctica de la caridad se debe practicar la verdad.

 

El proyecto de Dios para cada uno de nosotros

 

 

Después de afirmar que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta, Benedicto XVI continúa en su carta encíclica:

 

Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6).

 

Vimos que el amor nos fue comunicado por Dios, que es Amor, al crearnos a su imagen y semejanza. Sentimos el impulso del amor que nos conduce a comprometernos con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz,  porque esa fuerza poderosa del amor fue infundida por Dios en nuestros corazones y en nuestra mente. Esto es obra de Dios, por el Espíritu Santo.

 

Continuemos nuestra reflexión del siguiente párrafo que acabamos de leer y comienza con esta frase: Cada uno encuentra su propio bien  asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32).

 

 

Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica

 

Uno se podría preguntar por qué en una encíclica social, que es respuesta de la Iglesia a los interrogantes que despierta una crisis económica mundial, el Papa se detiene a hablar de caridad, de verdad y ahora del proyecto de Dios para cada individuo. Es que, como veíamos al comienzo, la crisis económica se puede considerar un problema de índole técnica, cuya solución está en disciplinas como las matemáticas, la economía, la mercadotecnia, si se considera solamente  su superficie. Sin embargo, en el fondo se esconde una crisis de principios y valores que se origina en  personas y afecta, no a un mundo compuesto sólo por estructuras materiales, sino al mundo de los seres humanos. Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica. Los seres humanos nos tenemos que hacer preguntas cuya respuesta no está en programas de computador.   

 

Qué interesante entonces, que Caritas in veritate nos ponga a pensar en el proyecto de Dios para cada uno de nosotros y para toda la humanidad, porque nuestro propio bien lo vamos a encontrar si asumimos y realizamos  ese proyecto de Dios, plenamente. En él podremos encontrar nuestra verdad y si la aceptamos seremos libres.

 

¿Cuál es nuestra verdad personal?

 

 

No es raro oír a personas que hablan de “su” verdad. La verdad de cada uno de nosotros, que se alcanza en nuestro pleno desarrollo, es el proyecto que Dios nos diseñó. Cuando se pretende ignorar a Dios, no se alcanza la plenitud sino la limitación humana, no se hace uno libre, sino esclavo de su propio invento. El verdadero desarrollo se contiene en los planes de la Divina Providencia; los planes humanos, por la carga del pecado original, encierran injusticia, egoísmo, codicia que se acompaña de violencia y por eso de autodestrucción. El Reino, del cual Jesucristo nos llama a ser parte se caracteriza por lo contrario: por justicia, por amor y por paz. Es ese el desarrollo que deberíamos ayudar a construir.

 

Preguntas que nos hacemos hoy

 

Les propongo que con las ideas de Caritas in veritate nos hagamos  preguntas. Preguntas, no para que respondan los demás, sino cada uno de nosotros, preguntas que nos ayudarán a profundizar nuestra reflexión, a medida que conozcamos más de Caritas in veritate.

 

Por ejemplo: vimos al principio que nuestra sociedad necesita un nuevo estilo de vida. Preguntémonos ¿qué principios, que valores, qué cultura deben regir a nuestra sociedad, para que hagamos posible el proyecto de Dios? Una segunda pregunta podría ser: ¿Cuál puede ser nuestra contribución personal para que se haga realidad el proyecto de Dios?

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

Escríbanos a:

 

reflexionesdsi@gmail.com


[1] Carlo María Martini, LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA, EDICEP, Pg 115ss

[2] Cf La Sagrada Escritura, Texto y Comentario, Nuevo Testamento, I Evangelios, BAC 207, Pg 842ss

[3] Sería muy interesante profundizar en el significado de verdad en Jn 1,14: cuando dice del Verbo que viene del Padre, lleno de gracia y de verdad. La verdad, aquí, es propiedad del Logos. Cristo es vida y es verdad. Igualmente estudiar el significado de verdad en Jn 18,37,b: …para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, oye mi voz. Jesús es el gran testigo de la verdad, es decir del Padre, del amor de Dios, probado en su encarnación, vida, muerte y resurrección.

[4] Cf La Sagrada Escritura, Texto y Comentario, Nuevo Testamento I I, Cartas de San Pablo, BAC 211, Pg 709

Reflexión 154- Juan Pablo II y el Desarrollo Integral

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SER Y TENER

 

En nuestro estudio de la D.S.I. sobre el desarrollo integral de los pueblos, en la reflexión anterior repasamos las diferecias entre SER y TENER, basados en el pensamiento de Juan Pablo II. Recordemos de qué se trata.

 

Vimos que cuando se habla de TENER, -como ideal de la vida: tener dinero, tierras, joyas…- entonces se hace referencia a poseer bienes materiales, valores económicos. Si se afirma que el desarrollo se consigue cuando se progresa económicamente, se reduce el desarrollo a sólo la dimensión económica. Los pueblos considerados desarrollados porque poseen abundantes bienes materiales, no son necesariamente pueblos desarrolados, según el concepto integral del desarrollo. Uno puede TENER muchos bienes materiales y sin embargo sentirse insatisfecho; puede sentir que le falta algo que no se consigue con bienes materiales. Llegar al desarrollo integral, total, implicaría también estar por lo menos en un proceso de maduración intelectual y espiritual que conduzca a la plenitud.  La plenitud, -es cierto,- no se consigue sino en la eternidad. Inquieto estará nuetro corazón hasta cuando descanse en Dios.

 

Y es que los bienes materiales son sólo instrumentos, no son fines,  no son el objetivo de nuestra existencia; claro que son necesarios en cierta medida, no es que los bienes materiales sean inútiles o despreciables, pero solos no son suficientes para lograr la felicidad. No basta tener bienes materiales para alcanzar la plenitud a la que aspira el ser humano.

 

El proceso de desarrollo

 

Para su desarrollo la persona humana necesita  ciertos bienes que le ayudan en su maduración; ciertos bienes que no son sólo bienes materiales (Véase la reflexión anterior). Según el  pensamiento de los psicólogos, el desarrollo humano es un proceso ascendente que, en su nivel inferior empieza con la satisfacción de las necesidades fisiológicas básicas, como el hambre y la sed, seguida de la necesidad de seguridad, de la satisfacción de necesidades sociales como el ser aceptados y estimados por los demás, el sentirnos parte de una comunidad, de una familia, de un grupo. En el proceso del desarrollo de la persona, en su proceso de maduración, se requiere también que la persona se acepte, se quiera, porque encuentra en sí valores que la hacen digna. A eso se llama autoestima. En la medida en que va  consiguiendo la satisfacción de esas necesidades, la persona humana va madurando, se va sintiendo más segura,  más contenta  y con vigor para seguir esforzándose por su desarrollo.

 

 

Concepción cristiana del hombre y autoestima

 

 

En ninguna concepción de la persona humana podemos encontrar mejores argumentos para la autoestima, que en la concepción cristiana del hombre; pues por la revelación sabemos que somos, nada menos que imágenes  de Dios y que somos tan queridos por Él, que nos entregó a su Hijo para rescatarnos, para redimirnos. Más aún, el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. Como lo repite bellamente la Constitución pastoral Gaudium et spes, del segundo Concilio Vaticano, en el N° 22 y cita a Heb 4,15: Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.   

 

Definitivamente la persona humana tiene muchos motivos para sentir que es valiosa,  empezando porque Dios la ama y la acepta como es.

 

Sobre el valor del ser humano hay en los documentos de la D.S.I.  ideas expresadas de modo sencillo, pero insuperable. Por ejemplo, el documento de Puebla nos enseña, que la comprensión del ser humano sólo desde el punto de vista económico, biológico, síquico, es sólo parcial, porque no se puede comprender al ser humano ignorando su origen en Dios Creador (Puebla 1,9). El ser humano no es sólo química, no es sólo biología, no es sólo cuerpo; está dotado de alma o espíritu y es capaz de relacionarse no sólo con los demás seres humanos, sino también con Dios.

 

 

Jesucristo, el hombre del plan original

 

 

La verdad completa sobre el hombre, no la podemos encontrar sólo en los libros de las ciencia naturales; nos la enseña la persona de Jesucristo; si logramos penetrar algo en quién es Él, – Dios y hombre perfecto,- obtendremos el mejor conocimiento de la persona humana. Con el Hijo de Dios encarnado se hizo realidad el plan original de Dios. Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor hominis (1), dice:

 

A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre  desde sus comienzos.

 

En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad, se ha acercado definitivamente a ella y, al mismo tiempo,  en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido plenamente conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascendental de la propia humanidad, del sentido de su existencia. (11).

 

 

Misión de la Iglesia en el conocimiento de Jesucristo

 

¿Cómo podemos conocer a Jesucristo, y en Él al ideal de la persona humana? Precisamente  la misión de la Iglesia a través del tiempo es  revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre a que se encuentre a sí mismo en él (Redemptor hominis, 11).

 

 La presencia de la Iglesia en la sociedad debería significar la presencia de Jesucristo. Como la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo y a su vez el Pueblo de Dios, comunidad de hombres con sus virtudes y sus defectos, son  plenamente aplicables estas palabras de la misma encíclica Redemptor hominis, en el N° 13:

 

Jesucristo se hace en cierto modo nuevamente presente, a pesar de todas sus aparentes ausencias, a pesar de todas las limitaciones de la presencia o de la actividad institucional de la Iglesia.

 

 

Estando la Iglesia presente ¿puede estar ausente Dios?

 

 

A veces nos escandalizamos porque la Iglesia presenta, en la vida de sus miembros, una imagen tan limitada, tan imperfecta, de Jesucristo, que pareciera el Señor estar ausente. Y nosotros somos parte de la Iglesia… Eso es especialmente aplicable cuando olvidamos que, si el Amor no está presente, Jesucristo no está presente. Como se canta en la antífona del Jueves Santo,  Ubi caritas et amor Deus ibi est, Donde hay caridad y amor allí esta Dios.

 

 

Volvamos al tema del proceso del desarrollo de la persona humana.

 

Decíamos que hay necesidades del ser humano que se satisfacen con TENER; por ejemplo, además de satisfacer las necesidades fisiológicas de alimentos, de bebida, de oxígeno, necesitamos tener seguridad de que no nos harán daño, requerimos estabilidad en nuestro hogar y en el trabajo,  necesitamos TENER protección.

 

Las  necesidades para desarrollarnos como personas no llegan sólo hasta allí. No es suficiente tener cubiertas las necesidades fisiológicas, y sentirnos protegidos. Cuando nos miramos a  nosotros mismos, necesitamos encontrar que en nosotros hay valores, dones, que nos hacen valiosos, necesitamos reconocer que tenemos dignidad, que  somos dignos de respeto.

 

Todos esos bienes, materiales unos e inmateriales otros, que se requieren en el proceso de desarrollo, se pueden obtener, se pueden llegar a TENER. Para muchos hoy no es difíl conseguir esos bienes en un ambiente propicio y gracias a los avances de la técnica y de las comunicaciones, que nos informan dónde y cómo conseguirlos. Pero tenerlos no garantiza que lleguemos, como personas, a conseguir la plenitud de nuestro desarrollo; no garantiza que lleguemos a SER lo que Dios en sus planes quiere para nosotros.     

 

 

SER, en la escala del desarrollo humano

 

 

El peldaño más alto en la escala del desarrollo humano, es precisamente llegar a SER todo lo que uno puede ser. Es alcanzar la plenitud del potencial del que Dios nos dotó. Es la realización completa del plan de Dios en nosotros.

La reflexión que hemos hecho sobre el desarrollo de la persona humana, nos da a entender que no es suficiente un desarrollo que considere sólo los bienes materiales. Una persona puede tener todos esos bienes y sentirse insatisfecho. Hay bienes superiores que se deben adquirir, para realizar completo el plan divino: valores intelectuales, morales, espirituales, sobrenaturales. Con ellos se alcanza la cultura, la educación, la vida social ordenada, orientada por la ética y desde lo alto por el Espíritu Santo que la nutre con su gracia.

 

 

En el desarrollo, la moral y la ética quedaron rezagadas

 

Juan Pablo II en la encíclica Redemptor hominis (15), enseña que

El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral y de la ética. Añade el Papa que esto último parece, por desgracia, haberse quedado atrás.

El Santo Padre observa que

 

(…) este progreso, por lo demás tan maravilloso en el que es difícil no descubrir también auténticos signos de la grandeza del hombre que nos han sido revelados en sus gérmenes creativos en las páginas del Libro del Génesis, (en la descripción de la creación), no puede menos de engendrar múltiples inquietudes.

 

¿Hace el progreso mejor al hombre?

 

Y Juan Pablo II, en esta su primera encíclica, Redemptor hominis (Redentor del hombre) nos ofrece una valiosa reflexión que viene muy bien, para comprender su pensamiento sobre el desarrollo. De los números 15 y 16 tomo estas palabras que describen sus inquietudes sobre un desarrollo que no comprenda al ser humano de manera integral, total:

 

La primera inquietud se refiere a la cuestión esencial y fundamental: ¿este progreso, cuyo autor y fautor (animador) es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana»?; ¿la hace más «digna del hombre»? No puede dudarse de que, bajos muchos aspectos, la haga así. No obstante esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos.

 

Nobel de medicina 2009

 

El anuncio de los merecedores del premio Nobel de medicina, y también de química, cobra especial importancia en estos días y hace pertinente  la inquietud de Juan Pablo II sobre si el progreso hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, más humana, más «digna del hombre. Y, como el Papa afirma,  No puede dudarse de que, bajos muchos aspectos, la haga así.

Los nombres de los 3 ganadores del premio Nobel 2009, en medicina, son Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak. Los comentarios de la prensa internacional dicen que Sus descubrimientos  han añadido una nueva dimensión a nuestra comprensión de la célula, arrojando luz sobre los mecanismos de la enfermedad, estimulando el desarrollo del potencial de las nuevas terapias.[1]Añaden que los trabajos de estos científicos afectan tanto al proceso del envejecimiento como del cáncer.

 

Telomerasa: la enzima de la juventud

 

“La enzima telomerasa es un mecanismo básico para la vida”, explica María Blasco, directora de Oncología Molecular del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), (en Madrid, España) y especialista en este mismo campo. “No hay vida sin telomerasa, porque (esta enzima) se encarga de mantener a la célula joven. Pero al mismo tiempo, esto que no es malo por sí mismo, también le permite mantener joven a una célula mutada, como lo son las tumorales”[2], las del cáncer.

 

 

De manera que estos descubrimientos, sin duda ayudan a comprender mejor la constitución y el funcionamiento de la célula y quizás ayuden a prevenir o curar el cáncer.

 

 

 

Sin duda el envejecimiento es un tema siempre actual. Cuando uno se va acercando a la condición de viejo, busca el modo de conservarse “joven de espíritu” y procura sacar el mejor provecho,  de los años que siente que ahora se van más rápido. La medicina ha logrado añadir años a la supervivencia y hay quienes quisieran no morir, siempre y cuando se puedan conservar con buena salud. Como cristianos decimos, “Señor, cuando Tú quieras” y si muere un ser querido, procuramos hacer nuestras las palabras finales de Gabriel y Galán en el poema, dedicado a la memoria de su esposa:

Pero yo ya sé hablar como mi madre
y digo como ella
cuando la vida se le puso triste:
«¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!»

 

La vida es un paso, no el final del camino

¿Qué tiene esto que ver con el desarrollo, el tema de nuestras reflexiones? Tiene que ver mucho. El ser humano y los pueblos avanzan por la vida buscando la plenitud. Los no creyentes se empeñan en conseguirla en los bienes materiales, en la salud y el disfrute de la vida. Los creyentes sabemos que nuestra vida en la tierra es un paso hacia la verdadera vida, en la eternidad, aunque comprendemos también, que Dios nos encargó una tarea en este mundo: quiere que su  Reino lo empecemos a construir desde acá y nos da los medios para hacerlo.

 

 

Sucede sin embargo algo triste: el Creador nos encargó el cuidado de la naturaleza y la destruimos, nos encomendó a nuestros hermanos y los ignoramos, también tenemos encomendado el cuidado de nuestra salud y a veces la descuidamos.

 

 

Lo que dice el genetista Emilio Yunis

 

El doctor Emilio Junis, médico genetista colombiano, en su libro La búsqueda de la inmortalidad, tiene unas consideraciones que vienen muy al caso en este momento  y nos pueden ayudar en nuestras reflexiones. Dice:

 

 

El gran salto, (…) está en prolongar la vida con salud, retardar y hasta desterrar el envejecimiento, preservar el vigor de la juventud que es el equivalente a no envejecer. En este empeño dos grandes corrientes están en escena, una / que de nuevo cuenta con la publicidad a toda hora, apuntalada por los grandes intereses económicos en juego, que hace gala de cirugías cosméticas en la cara, senos, glúteos, en cualquier zona corporal, con el uso de drogas milagrosas como el Prozac, o la hormona del crecimiento, los Kh3 que no desaparecen, (el Kh3 es uno de los medicamentos anti-edad más populares del mundo) / ni los embriones han perdido sus cualidades milagrosas, y los anabólicos que complementan la acción de los gimnasios y las pesas / para para mantener una constitución atlética- es el mundo de Mr y Miss América / medido por el desarrollo muscular-, y de otra parte, la búsqueda científica, de la cual se apropian también los medios informativos y los grandes medios económicos / para hacer de ella el mayor negocio. Por otra parte, desde hace quince o veinte años, la nueva biología del envejecimiento / se ha constituido en el campo más activo en la ciencia. Combina todos los métodos de investigación y terapéutica de la biología y la genética modernas, y busca la inmortalidad / a través de lo que podría llamarse rejuvenecimiento perpetuo.[3]

 

¿Adelantos que aumentan el desequilibrio social?  

 

Sobre esa búsqueda de cómo aumentar la esperanza de vida, la longevidad y al mismo tiempo permanecer saludable y joven, el doctor Yunis se hace una pregunta que tiene mucho que ver con lo social. Si los adelantos científicos permitieran aumentar la edad permaneciendo sanos, ¿Para quienes será ese futuro?  No se refiere a quiénes vivirán entonces, por el tiempo que haya trascurrido, sino que pregunta concretamente:

 

 

¿en un mundo con tanta desigualdad, ¿para quiénes serán esos beneficios?(…) será para los países ricos y, en esos países, para la población que económicamente lo tiene todo, tanto que puede auspiciar y esperar estos resultados; en los países pobres, para la pequeña fracción de la elite rica de la población.

Más adelante el doctor Yunis afirma que:

 

 

El aumento de la esperanza de vida, la búsqueda y,  si lo alcanzan, el logro de la inmortalidad, serán otro factor que aumente el desequilibrio social, la concentración de la salud y el bienestar en pocas personas, y ahonde la desigualdad. El acceso a las tecnologías que prologan la vida / será otro derecho fundamental prohibido para la mayoría de la población, será otro de tantos problemas por resolver en un mundo que, en torno a uno de los ideales de la democracia, el derecho a la igualdad, lo viola sin posibilidades de redención, antes (…) lo profundiza.

No nos escandelicemos porque nos planteen problemas que nos obligan a pensar y a pensar en cristiano. Tengamos presentes  casos como el de la malaria o paludismo. Según wikipedia,

 

La malaria causa (…)  aproximadamente 2-3 millones de muertes anuales[, lo que representa una muerte cada 15 segundos. La gran mayoría de los casos ocurre en niños menores de 5 años; las mujeres embarazadas son también especialmente vulnerables. A pesar de los esfuerzos por reducir la transmisión e incrementar el tratamiento, ha habido muy poco cambio / en las zonas que se encuentran en riesgo de la enfermedad desde 1992. De hecho, si la prevalencia de la malaria continúa en su curso de permanente aumento, la tasa de mortalidad puede duplicarse en los próximos veinte años. Las estadísticas precisas se desconocen porque muchos casos ocurren en áreas rurales, donde las personas no tienen acceso a hospitales o a recursos / para garantizar cuidados de salud. Como consecuencia, la mayoría de los casos permanece indocumentada.

No sería justo decir que no se hace nada por la salud, porque hay entidades como la Organización Mundial de la Salud que se dedica a buscar soluciones a los graves problemas que en esa materia  aquejan, especialmente a los países pobres. La OMS se ha planteado sus objetivos del milenio así:

       

Tenemos que entender los Objetivos de Desarrollo del Milenio como una expresión abreviada de algunos de los resultados más importantes que debe obtener el desarrollo, a saber:

  • Reducción de la mortalidad materna asociada al parto;
  • Aumento de la supervivencia infantil durante los primeros años de vida;
  • Lucha contra la catástrofe que conlleva el VIH/SIDA;
  • Garantía de acceso a los medicamentos que salvan vidas;
  • Mejoramiento de la salud en todas sus formas, contribución ésta muy importante para la reducción de la pobreza.

Cuando pensamos en los millones de personas que padecen hambre, en los millones de personas que mueren de paludismo, en las que sufren de tuberculosis, -que no se ha erradicado todavía,- en los niños que mueren de desnutrición, de diarrea porque no tienen agua potable, necesariamernte nos tenemos que preguntar, si es justo que se emplee tanto dinero en investigar cómo alargar la vida de los ancianos de los países llamados desarrollados, cuando millones de niños en África y en nuestros países, no alcanzan ni siquiera a gozar de la niñez…

 

Hoy nos detuvimos a pensar en el planteamiento de Juan Pablo II en su encíclica Redemptor hominis; se pregunta el Santo Padre si el progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana»? ¿la hace más «digna del hombre»?

Creo que a todos Juan Pablo II nos dejó pensativos…

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Estos tres científicos son los decubridores de los telómeros y la enzima telomerasa.

[2] WEB, Nobel medicina 2009, octubre 6

[3] Cf Emilio Yunis Turbay, “La búsqueda de la inmortalidad”, Editorial Bruna,  2006,

Reflexión 131 PASCUA 2009

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Nada se entendería sin la Pascua

Estamos en la semana de Pascua. ¡Cómo no dedicar hoy nuestra reflexión a la Pascua! ¿Cómo no hablar de la Buena Noticia, la más importante noticia ocurrida en toda la historia? Nada se entendería sin la Pascua. Jesucristo resucitó, Jesucristo de verdad está vivo; nos acompaña hoy y hasta el fin de los tiempos. Cuando en momentos de consolación, como los llaman los místicos, sentimos a Jesucristo cerca, como los discípulos de Emaús, (Lc 24, 13-35), sentimos que nuestro corazón arde, que nuestras angustias se apaciguan, nos llenan la paz y la alegría, se aumentan nuestras ganas de vivir, miramos hacia delante con optimismo y con fe. Cuando nos olvidamos de que Él nos quiere, y nos alejamos, pronto nos invade la tristeza.

La Buena Noticia, que Jesucristo resucitó, no es una fábula; es historia verídica. Jesucristo está vivo, está con nosotros. Lo que vieron María, las mujeres que lo siguieron, los discípulos todos,no fue un fantasma. El que dio la mano a Pedro para que saliera del agua, cuando su duda lo hundía en el Mar de Galilea, no fue un fantasma. Las llagas que tocó la mano temblorosa de Tomás no eran de una aparición imaginaria. Era Jesús, el mismo que el Viernes Santo vieron colgado de la cruz y enterraron con tristeza. Es el mismo Jesús presente en la Eucaristía, que vemos con los ojos de la fe.

Aceptar a un Dios muerto en la cruz

No siempre es fácil aceptar a Jesús “clavado en esa cruz y escarnecido”. Quisiéramos verlo siempre con el resplandor de la Pascua. Eso sucedía también a Pedro; no entendía que Jesús pudiera sufrir la pasión. En la escena de la Transfiguración, en el Monte Tabor, cuando el rostro de Jesús se puso brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz, según la descripción de San Mateo en el capítulo 17, encontramos al Pedro fogoso e incapaz de esconder su entusiasmo: Señor, dijo a Jesús, es bueno estarnos aquí. Si quieres, haré tres tiendas….

Es que viendo al Señor glorioso, Pedro se sentíamuy bien.No era igual cuando Jesús les hablaba de su futura pasión. Pedro se atrevió a reprenderlo por pensar así: ¡Lejos de ti, Señor! De ningún modo te sucederá eso! (Mt 16, 22b). Y Pedro se llevó un buen regaño: ¡Quítate de mi vista, Satanás!, le dijo Jesús. ¡Tropiezo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

El mismo evangelista San Mateo narra que los discípulos se entristecieron mucho, cuando en otra ocasión les volvió a anunciar que sería entregado en manos de los hombres, quienes lo matarían (Mt 17, 22s). San Lucas aclara que los discípulos no entendían cuando les hablaba de sus futuros sufrimientos. …ellos no entendían esto;- dice Lucas, – les estaba velado de modo que no entendían y temían preguntarle acerca de este asunto (Lc 9,45). Los discípulos cambiarán después de la Pascua, y lo entenderán todo después de recibir la sabiduría y la fortaleza del Espíritu Santo en Pentecostés. Serán fuertes y seguirán al Maestro hasta el martirio.

¿Por qué Jesús tenía que morir así?

Nosotros sí que somos débiles; tampoco nosotros podemos comprender ese misterio de la pasión del Señor, y sobre todo, cuánto trabajo nos cuesta aceptar que es necesario tomar nuestra cruz y seguirlo.[1] Y nos preguntamos, ¿por qué Jesús tenía que morir así? ¿Y, claro, cuando algún sufrimiento nos viene también nos preguntamos “¿por qué me pasa esto a mí?”

Es bueno que en medio de la alegría de la Pascua, – en la medida de nuestras cortas posibilidades, – reflexionemos también sobre la pasión.Todavía hoy, el Señor nos podría decir, también a nosotros, como a los discípulos de Emaús: ¡Oh insensatos y tardos de corazón…¿No era necesario que el Cristo padecieraeso y entrara así en la gloria?(Lc 24. 25s) Más de una vez les había enseñado a sus apóstoles, que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;y les hablaba de esto con toda claridad, , dice Mc en 8, 31s. Necesitamos nosotros, como los discípulos de Emaús, que se nos abran los ojos y aprendamos a ver a Jesús, no sólo resucitado, sino que lo descubramos también en la cruzen nuestra vida.

Todo empezó con la Encarnación

Volvamos la mirada al camino que siguió Jesús. Su Pasión culminó en la muerte en la cruz, pero el camino hacia el Calvario empezó desde la Encarnación. Allí se manifestó el amor insondable de Dios; del Padre que nos dio al Hijo.

Lo que sucede con la Encarnación, no alcanzamos a abarcarlo con nuestra limitada capacidad de comprensión. Dios poderoso, en la persona de Jesús irrumpe en la vida de la humanidad, se hace débil como nosotros, pero no en el pecado. Se anonadó a sí mismo, cuando se hizo como uno de nosotros, hasta la muerte y muerte ignominiosa en la Cruz y así, cambió la historia.

La muerte de Jesús no fue gloriosa, no fue maravillosa. El Cardenal Martini en sus narraciones de la pasión dice: La muerte de Jesús no es gloriosa, no es extraordinaria. Hay por gracia de Dios muertes iluminadas, muertes de personas junto a las cuales se respira algo de serenidad, de la paz de Dios. Es la fuerza del Resucitado, que se vierte en la experiencia más trágica del hombre y a veces la transfigura. Pero la muerte de Jesús no fue así.[2]

 

Más allá del dolor físico

Esa afirmación sobre la pasión y muerte de Jesús, va más allá de los dolores físicos que sufrió en su cuerpo, porque fueron terribles los que tocaron su espíritu. Recordemos sus palabras en Getsemaní: “Mi alma siente una  tristeza de muerte”(…). “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”(Mt 26, 36-39), y quizás las palabras más dolorosas, son las que nos indican la profundidad de su soledad: “Padre, por qué me has abandonado”.

Jesús se humilló participando de nuestra debilidad, desde la Encarnación hasta su muerte en la Cruz y participó del sufrimiento de tantos seres humanos, que lloran sus dolores físicos y el abandono. El Cardenal Martini dice más adelante en sus Meditaciones sobre la Pasión: La muerte de Jesús es dramática, no tiene la aureola de la serenidad, de la paz . Él cae en el abismo de la maldad humana que lo engulle.

Nos hace comprender Martini, que Juan y Marcos representan en la narración de la muerte de Jesús, su participación en tantas muertes sin grandeza, propias de la mayor parte de los hombresy de las mujeres de la tierra.

Pensemos en las muertes de los enfermos que no tienen la compañía de sus familias, olvidados en la cama de un hospital, a veces aun de los médicos y enfermeras, de sus parientes y amigos. Pensemos en la muerte de los asesinados en la selva, enterrados en tumbas desconocidas.

Para nosotros, una muerte serena y confiada

No sabemos cómo será nuestra experiencia de la muerte. Quisiéramos que llegara serena y confiada. Estas palabras de Martini nos ayudan en esta reflexión:

La muerte de Jesús participa de lo imprevisible de la experiencia humana de la muerte.

No hay sino que adorar el misterio del Señor que se asemejó a cada uno de nosotros. No sabemos cuál será nuestra experiencia, pero sabemos que el Señor, nos ha preparado el camino con amistady vendrá a nuestro encuentro.

Ese es nuestro máximo consuelo, nuestra seguridad, por la fe, de que en el momento definitivo, el Señor vendrá a nuestro encuentro.

Sí, el Hijo de Dios poderoso entró en la vida del ser humano, para vivir y morir como uno de nosotros y nos cambió la perspectiva de la vida y de la muerte. Cada uno de nosotros y la sociedad de todos, deberíamos mirar al Calvario y a la tumba vacía, para decidir el camino que debemos tomar.

En estos acontecimientos misteriosos, nos enseña Dios que su Reino es nuestro destino, -no sólo esta tierra, – y nos muestra el camino seguro por donde podemos llegar a él.

Dios se nos dio a conocer como Amor,- como es,- con profundidad insospechada, en su Encarnación, en su muerte y resurrección.

De modo misterioso, Dios escogió, no sólo hacerse como uno de nosotros por la Encarnación, sino sufrir como los que más sufren entre los seres humanos, y morir, no una muerte serena y sin dolores, sino una muerte trágica.

¿Qué puede dar sentido al sufrimiento y a la muerte?

¿Cómo cambia nuestro conocimiento de Dios, esta aceptación libre de su Hijo, de esa vida y muerte que parecerían sin sentido? Porque, la pasión y muerte fueron aceptadas libremente por Jesús: “No se haga lo que yo quiero sino lo que Tú”, le dijo al Padre. En Jn 10, 18 cuando se presenta como el Buen Pastor, dice que El da su vida por sus ovejas, que nadie se la quita sino que la da voluntariamente. La Pasión y muerte no ocurrieron de modo accidental; Jesús las aceptó con toda la hondura de la humillación, que ellas fueron.

La siguiente reflexión del Cardenal Martini nos ayuda a comprender este darse voluntario de Jesús:

Jesús fue al encuentro de la muerte, porque quiso venir a nuestro encuentro hasta el fondo, no quiso retroceder ante ninguna consecuencia de su estar con nosotros, abandonándose a nosotros completamente. Cumplió la misión de estar con los suyosaceptando las últimas consecuencias dramáticasdel abandonarse a los hombres con confianza, con buena voluntad, con el deseo de ayudarles.[3]

A nosotros nos cuesta mucho aceptar el sufrimiento: el dolor físico, la soledad, la incomprensión, la deslealtad. Martini dice que lo único capaz de dar sentido a nuestros sufrimientos, es llegar también nosotros a aceptarlos, como Jesús aceptó los suyos.

Mirar los sufrimientos cara a la cara

Y el mismo Cardenal Martini nos ofrece esta consideración sobre nuestra aceptación del sufrimiento:

A veces es fácil (la aceptación voluntaria de) los sufrimientos que logramos percibir como tales (por ejemplo, enfermedades no demasiado graves), y que podemos recibir de las manos de Dios con paciencia, ofreciéndolos por los demás. Pero cuando los sufrimientos se vuelven parte de nosotros mismos, cuando se vuelven dificultades que se identifican con nuestro ser, cuando terminamos encontrándonos en situaciones a las que es sumamente difícil dar un sentido, entonces la aceptación se vuelve siempre más problemática, porque no nos sentimos libres y despegados de ellas. Así podemos debatirnos durante años en un estado de incomodidad, de intolerancia tal vez inconsciente, de rebelión interior hacia situaciones que no somos capaces de aceptar. A veces, inclusive, lo más difícil de soportar es soportarnos a nosotros mismos.

Jesús nos enseña que mientras no lleguemos a una aceptación consciente y libre, nuestros sufrimientos realmente no tienen sentido; empiezan a tenerlo cuando de algún modo los miramos a la cara, como lo hizo Él, y los aceptamos con Él.

Remata esa consideración, el Cardenal Martini, sobre el sufrimiento voluntariamente aceptado por Jesús:

Creo que ésta sea una de las claves de comprensión del porqué de la Pasión de Jesús: “Quia ipse voluit” [4]porque Él lo quiso.

El que ama no hace solo lo necesario

No es fácil comprender por qué la Pasión y muerte de Jesús. Las aceptó libremente, pero ¿por qué? ¿Era necesario?

Se me ocurre responder, que el que ama no hace sólo lo necesario; el que ama comparte las alegrías y también las tristezas. Entra a sentir y conocer el dolor de la persona amada, como un dolor propio. Jesús nos amó y nos amó hasta el extremo. Por eso tenemos que pedirle que reconozcamos su bondad, su amor por nosotros, que nos dejemos conquistar por la cruz para conocerlo como Él es, el Dios que nos ama hasta el extremo.

Muchos llegaron a la santidad, a la perfecta unión con Dios, porque se dejaron conquistar por la cruz del Señor. El 15 de abril se celebra la fiesta del Beato Damián de Molokai, patrono de los leprosos.16 años pasó con sus leprosos y murió leproso como ellos. Había dicho:

Permaneceré con vosotros hasta la muerte. Mi vida será vuestra vida, mi pan será vuestro pan. Y si el buen Dios lo quiere, quizá vuestra enfermedad será un día la mía.[5]

Cristo crucificado y resucitadoes la clave para conocer la realidad de Dios

¿Cómo conocer a Dios como es, el Dios del amor?A Dios no lo podemos conocer directamente como es, en esta vida, pero, – escribió el escriturista P. Carlos Bravo:

Dios se nos manifiesta de modo perceptible (únicamente) en la figura del hombre Jesús (…) Cristo crucificado y resucitadoes la clave para conocer la realidad de Diosen su relación con nosotros y con el mundo. Jesús revela lo que Dios es para nosotros.

Solo la resurrección de Jesús crucificado manifiesta que el vivir para Dios y para los otros tiene un sentido indestructible, que la comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida.[6]

El vivir para Dios y para los otros. ¿Cómo debe ser el comportamiento de nosotros los cristianos, cómo debe ser nuestra sociedad, si es cristiana, si la comunión de amor con Dios y con nuestros semejantes y con todas las criaturas, es el objetivo primero y último de Dios en el Universo – y por tanto constituye el sentido de la vida? Volvamos a leer: la comunión de amor con Dios y con nuestros semejantes constituye el sentido de la vida.

La resurrección de Jesús crucificado

Sin la cruz y la muerte no podía haber resurrección. Resucitó Jesús que antes había muerto crucificado. Entendemos la muerte si la miramos desde la perspectiva de la resurrección. Benedicto XVI en su mensaje urbi et orbi, para la ciudad de Roma y para todo el orbe, el día de la Pascua dijo:

“Una de las preguntas que más angustian la existencia del hombre es precisamente ésta: ¿qué hay después de la muerte?  Esta solemnidad nos permite responder a este enigma afirmando que la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico.

Dediquemos la última parte de nuestra reflexión, a las palabras del Papa, cuando dice que la resurrección no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe.

Un dato histórico de fe

En el mismo mensaje del día de Pascua, que ya citamos, Benedicto XVI añadió:

“La resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su “pascua”, su “paso”, que ha abierto una “nueva vía” entre la tierra y el Cielo. No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e  irrepetible.

La importancia de la resurrección de Jesús, como fundamento de nuestra fe, tiene especial relieve hoy, cuando algunos teólogos, también algunos teólogos católicos, pretenden volver a traer teorías de teólogos no católicos, que negaban la resurrección física de Jesús.

El Credo del Pueblo de Dios

El 30 de junio de 1968, al terminar el llamado Año de la Fe, con motivo de los 19 siglos del martirio de San Pedro y San Pablo, el Papa Pablo VI pronunció el llamado Credo del Pueblo de Dios.Pareció necesario al Santo Padre, dar especial solemnidad a una pública profesión de fe, que, según aclaró,

aunque no haya que llamarla verdadera y propiamente definición dogmática, sin embargo repite sustancialmente, con algunas explicaciones postuladas por las condiciones espirituales de nuestra época, la fórmula nicena: (el Credo de Nicea)[7] es decir, la fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de Dios.

Para comprender la solemnidad de esa profesión de fe, voy a leer un párrafo más de las palabras de Pablo VI, antes de que él proclamara el Credo del Pueblo de Dios. Dijo:

(…) como en otro tiempo, en Cesarea de Filipo, Simón Pedro, fuera de las opiniones de los hombres, confesó verdaderamente, en nombre de los doce apóstoles, a Cristo, Hijo de Dios vivo, así hoy su humilde Sucesor y Pastor de la Iglesia universal, en nombre de todo el pueblo de Dios, alza su voz para dar un testimonio firmísimo a la Verdad divina, que ha sido confiada a la Iglesia para que la anuncie a todas las gentes.

Y, ¿qué fórmula utilizó Pablo VI para confesar que cree en Jesucristo Resucitado? Afirmó primero:

Creemos en Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre u homousios to Patri; por quien han sido hechas todas las cosas. Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen y se hizo hombre (…) etc.

En el N° 12 de ese documento, El Credo del Pueblo de Dios, continúa así Pablo VI su profesión de fe en Jesucristo, el Verbo hecho carne, en cuanto se refiere a su pasión, muerte y resurrección:

Él mismo habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Anunció y fundó el reino de Dios, manifestándonos en sí mismo al Padre. Nos dio su mandamiento nuevode que nos amáramos los unos a los otros como él nos amó. Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas evangélicas, a saber: ser pobres en espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato; Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la redención. Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida divina, que es la gracia. Subió al cielo, de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según sus méritos (…).

Vamos a terminar con algunos párrafos de Benedicto XVI en esta Pascua. Nos vienen bien para nuestra meditación. En la Vigilia Pascual dijo el Papa:

“La creación de Dios (…)  comienza con la expresión: “Que exista la luz” Donde hay luz, nace la vida, el caos puede transformarse en  cosmos (…) La resurrección de Jesús es un estallido de luz. Se supera la   muerte,  el sepulcro se abre de par en par. El Resucitado mismoes Luz la luz del-mundo. (…) A partir de la resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo y en la historia”.

Benedicto XVI miró a todo el mundo que sufre y dijo en su mensaje de Pascua:

“En un tiempo de carestía global de alimentos, de desbarajuste financiero, de pobrezas antiguas y nuevas, de cambios climáticos preocupantes, de violencias y miserias que obligan a muchos a abandonar su tierra buscando una supervivencia menos incierta, de terrorismo siempre amenazante, de miedos crecientes ante un porvenir problemático, es urgente descubrir nuevamente perspectivas capaces de devolver la esperanza. Que nadie se arredre en esta batalla pacífica comenzada con la Pascua de Cristo, el cual lo repito, busca hombres y mujeres que lo ayuden a afianzar su victoria con sus mismas armas, las de la justicia y la verdad, la misericordia, el perdón y el amor”.

El P. José Luis Martín Descalzo, ese gran escritor español ya fallecido, nos dejó algunas páginas para el Vía Lucis, el Camino de la Luz. Leamos algunas líneas de su reflexión para la Séptima Estación: Jesús muestra a los suyos su carne herida y vencedora:

Gracias, Señor, porque resucitaste no sólo con tu alma,

mas también con tu carne.

Gracias porque quisiste regresar de la muerte

trayendo tus heridas.

Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera

su mano en tu costado

y comprobaraque el Resucitado

es exactamente el mismo que murió en la cruz.

Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede

amordazar el alma

y que cuando sufrimos estamos también resucitando.

Gracias por ser un Dios que ha aceptado la sangre,

gracias por no avergonzarte de tus manos heridas,

gracias por ser un hombre entero y verdadero.

Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de ser Dios,

ahora entendemos que el dolor no es un fallo de tus manos creadoras,

ahora que lo has hecho tuyo

comprendemos que el llanto y las heridas

son compatibles con la resurrección.

Déjame que te diga que me siento orgulloso

de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro.

Deja que entre tus manos crucificadas ponga estas manos maltrechas de mi oficio de hombre.


[1] Cf Mc 8, 34b

[2] Carlo María Martíni, Las narraciones de la Pasión, Meditaciones, San Pablo, Pg 69

[3] Carlo Maria Martini, opus cit. Pg. 93

[4] Martini, ibidem P. 94

[5] Cf en Internet: http://webcatolicodejavier.org/Damianbio.html, biografía del Beato Damián de Molokai

[6] Carlos Bravo L, S.J., El Fundamento de la Fe de Pascua, Centro Editorial Javeriano, 3ª edición, Pg 149

[7] El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece las fórmulas del Credo, el Símbolo de los Apóstoles y el Credo de Nicea-Constantinopla, antes del N° 185, La Profesión de la Fe Cristiana, los Símbolos de la Fe.