Reflexión 234 Caritas in veritate, Cap. V Dios en el Estado

Diciembre 15, 2011

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Cómo saber si una cultura o una religión contribuyen al bien común

 En nuestro estudio de la DSI habíamos avanzado en el capítulo quinto de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI. Vamos a continuar en el que será el último programa de este año. El próximo, el 22 de diciembre, si Dios quiere, lo dedicaremos a reflexionar sobre el sentido de la Navidad.

Leamos el N° 56 de Caritas in veritate. Recordemos que el Santo Padre afirma que el desarrollo necesita el aporte de las religiones y de las culturas de los diversos pueblos; manifiesta así respeto por las otras religiones y por otras culturas distintas de las nuestras y defiende también la libertad religiosa. Al mismo tiempo el Papa advierte que es necesario un adecuado discernimiento, porque  La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales. El Papa invita a diferenciar entre la contribución de las culturas y de las religiones en la construcción de la comunidad social en el respeto del bien común. Nos dice que criterios para ese discernimiento, además del respeto al bien común, son además la caridad y la verdad. De manera que para saber si una cultura o una religión contribuye al desarrollo de la sociedad, nos podemos preguntar si esa cultura o esa religión respetan el bien común y si practican la caridad y la verdad. Religiones o culturas que hacen de la segregación, de la violencia, de la mentira, del individualismo, sus normas de vida, no aportan al desarrollo de los pueblos, de la sociedad.

Derecho de los creyentes a defender sus verdades

En el mismo número 56 de Caridad en la verdad nos enseña el papel de la religión en la vida pública. Leamos con atención esas palabras de Benedicto XVI. Hoy hay una confusión sobre el derecho de los creyentes a defender sus posiciones en asuntos como la familia, el aborto y la eutanasia, y esgrimen como gran argumento a su favor, que Colombia es un estado laico. Como enseguida leeremos, negar a los creyentes el derecho a profesar públicamente su religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. Dos posiciones son  dañinas para la sociedad: por una parte, la exclusión de la religión, que es la exclusión de Dios, y por otra el fundamentalismo religioso, porque ambas posiciones dividen; en palabras del Papa, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad.

Ordenar lo creado al verdadero bien del hombre: misión del católico laico

Si se negara a los laicos creyentes el derecho a trabajar en la política porque las verdades de la fe inspiren la vida pública se les negaría el derecho a cumplir con su misión de “ordenar lo creado al verdadero bien del hombre”, como nos enseña Juan Pablo II en el N° 14 de la exhortación apostólica Christifideles laici, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Como lo enseña el Concilio Vaticano II en el N° 43 de la Constitución Gaudium et spes: A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De ese deber no todos los congresistas se acuerdan cuando aprueban o niegan las leyes que rigen la república. Algunos sí tuvieron hace poco la valentía en el congreso de defender la vida desde el momento de la concepción, aunque fueran tachados de retrógrados. Hoy no defender la vida de los bebés es lo destacable en los medios no creyentes.

La Regla de Oro

Nos podemos preguntar si la sociedad sería mejor sin Dios, sin el respeto a las normas morales de los 10 mandamientos. Si es mejor que el ser humano se crea dueño absoluto de sí, que cree sus normas de vida según sus conveniencias particulares y que su relación con los demás, en vez de guiarse por la regla de oro que Jesucristo enseñó, se guíen  por el gusto o el interés individual de cada uno. La regla de oro la encontramos en Mt 7,6 y dice: …cuanto quieran ustedes que les hagan los hombres, háganselo ustedes a ellosEsa regla del Evangelio se ha convertido en una norma universal de conducta, aunque según las culturas la formulen de diversas maneras; una muy común se formula de modo negativo: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. Esa manera de entender la regla de oro abarca solo el no hacer daño a otros. El Evangelio es positivo, invita a actuar, no sólo a no hacer daño sino a hacer el bien: trata a los demás como quieres que te traten a ti.

Leamos las palabras textuales del Papa en el N° 56 de Caridad en la verdad:

La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bien porque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.

El sufrimiento como una oportunidad

Vienen muy al caso estas reflexiones: sin Dios, La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. ¿No es mucho más rica la fuente de motivaciones para actuar a favor del bien común, cuando se fundamenta uno en el mayor mandamiento, el del amor, que cuando se acude a motivos puramente humanos? Cuando se funda el trabajo por los demás, por la comunidad, por los pobres, en las enseñanzas de la Palabra, la motivación inspira a esos héroes, que llamamos santos. Los religiosos mercedarios, fundados por San Pedro Nolasco en el siglo XIII, tenían como misión la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes. Muchos de los miembros de la orden canjearon sus vidas por la de presos y esclavos.  En nuestra época, La Beata Madre Teresa de Calcuta cuidaba a los leprosos con un amor que es incapaz de inspirar una buena paga en dinero terrenal. Fundadas en el amor que inspira la fe, las madres reciben a sus hijos que nacen con alguna incapacidad, como un gran regalo para sus vidas. Mientras el no creyente piensa que quitarse la vida para evitar el sufrimiento es una buena opción para irse de una fiesta aburrida,[1] el creyente ve el sufrimiento como una oportunidad de merecer y se conforta en el dolor redentor de Jesucristo.

La política que excluye a Dios se vuelve agresiva

Hace poco volví al centro de Bogotá y me entristeció e indignó ver el frente de una iglesia católica muy querida, muy respetada en Colombia, la iglesia de la Veracruz, llena de letreros pintados en la pared y en la puerta, letreros que son blasfemias, es decir insultos a Dios. Esa es nuestra patria hoy. Este templo de la Veracruz, en Bogotá, fue declarada Panteón Nacional, porque allí fueron sepultados varios mártires de la patria, en la persecución del llamado Pacificador Morillo, en la guerra de la independencia.

Sí, la política adquiere un aspecto agresivo, si de ella se excluye a Dios; y adquiere un aspecto opresor: tras la fachada de defender la libertad, se defiende lo infendible y con el argumento de la libertad de expresión se ataca lo más sagrado. Cuando se piensa y se actúa en esa forma, el ser humano está confundido, alienado, ha perdido la brújula de su vida; como antes nos había dicho el Papa en esta misma encíclica Caridad en la verdad, El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[2]. Toda la humanidad está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas.

Siguiendo con su enseñanza, el Papa afirma que

En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.

Laicismo según la Gran Logia Nacional de Colombia

El laicismo se cierra al diálogo cuando niega del todo, el derecho de la persona de fe a opinar en política de acuerdo con sus creencias. La Gran Logia Nacional de Colombia, con sede en Barranquilla, en defensa de la que llama la utopía laica afirma que aspira por

Una sociedad donde el hombre sea el criterio último… La utopía laica Es la convicción de que todo se decide aquí y ahora. Porque no existe el “más allá” …y el sueño de eternidad forjado por las culturas antiguas y las religiones de aquí y de otras partes no es más que un señuelo, solo nos resta aceptar el duelo de los dioses… y asumir el absurdo de la vida limitada desesperadamente a estas pocas decenas de años que separan el nacimiento de la muerte, límites absolutos de nuestro fin… [3]

Es fácil comprender que los políticos y magistrados miembros de la masonería, que lleguen a cargos que deciden el futuro del país, traten de seguir esos criterios, basados en que no existe el más allá, que la eternidad es solo un señuelo, es decir un invento para atraer incautos, que los límites absolutos de la existencia del hombre son las pocas decenas de años que podamos vivir en la tierra, y se sentirán fortalecidos en sus decisiones políticas porque según su criterio: todo se decide aquí y ahora. Si se refirieran a que su vida eterna se decide aquí y ahora, según sus obras, estaría bien, pero se refieren a que no existe el más allá.

Maneras de entender y vivir la laicidad

Como hoy se esgrime con frecuencia el argumento de que Colombia es un estado laico desde la Constitución del 91, es importante comprender lo que es la laicidad y si hay diferencia entre ese término y el otro de laicismo.

Nadie mejor que Benedicto XVI nos puede dar una lección sobre este asunto. Voy a leer algunos párrafos de su discurso a juristas católicos el 9 de diciembre de 2006:

En el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí.

Basándose en estas múltiples maneras de concebir la laicidad, se habla hoy de pensamiento laico, de moral laica, de ciencia laica, de política laica. En efecto, en la base de esta concepción hay una visión a-religiosa de la vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visión en la que no hay lugar para Dios, para un Misterio que trascienda la pura razón, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y en toda situación. Solamente dándose cuenta de esto se puede medir el peso de los problemas que entraña un término como laicidad, que parece haberse convertido en el emblema fundamental de la posmodernidad, en especial de la democracia moderna.

Por tanto, todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete “la legítima autonomía de las realidades terrenas”, entendiendo con esta expresión -como afirma el concilio Vaticano II- que “las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente” (Gaudium–et–spes,–36).

Legitimidad de la autonomía de las realidades terrenas


Esta autonomía es una “exigencia legítima, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que está también de acuerdo con la voluntad del Creador, pues, por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias, que el hombre debe respetar reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte” (ib.). Por el contrario, si con la expresión “autonomía de las realidades terrenas” se quisiera entender que “las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador”, entonces la falsedad de esta opinión sería evidente para quien cree en Dios y en su presencia trascendente–en—el—mundo—creado-(cf.–ib.).

La sana laicidad: autonomía de la esfera eclesiástica pero no del orden moral


Esta afirmación conciliar constituye la base doctrinal de la “sana laicidad”, la cual implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero no del orden moral. Por tanto, a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este–campo—sería—una—injerencia–indebida.

El Estado frente a la religión


Por otra parte, la “sana laicidad” implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento individual, que se podría confinar al ámbito privado. Al contrario, la religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública. Esto supone, además, que a cada confesión religiosa (con tal de que no esté en contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden público) se le garantice el libre ejercicio de las actividades de culto -espirituales, culturales, educativas y caritativas de la comunidad de los–creyentes.

Laicismo, degeneración de la laicidad

A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones–públicas.

Legitimidad de la Iglesia de pronunciarse sobre problemas morales

Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza—la—verdad—sobre—el—hombre—y—sobre—su–destino.

Queridos juristas, vivimos en un período histórico admirable por los progresos que la humanidad ha realizado en muchos campos del derecho, de la cultura, de la comunicación, de la ciencia y de la tecnología. Pero en este mismo tiempo algunos intentan excluir a Dios de todos los ámbitos de la vida, presentándolo como antagonista del hombre. A los cristianos nos corresponde mostrar que Dios, en cambio, es amor y quiere el bien y la felicidad de todos los hombres. Tenemos el deber de hacer comprender que la ley moral que nos ha dado, y que se nos manifiesta con la voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre está perdido y que excluir la religión de la vida social, en particular la marginación del cristianismo, socava las bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y político, estas bases son de orden moral.

[Traducción distribuida por la Santa Sede © Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana] ZS06121711



[1] Felipe Zuleta, en entrevista en el programa “A vivir que son dos días”, en Caracol radio.

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41

[3] Cf http://glndc.tripod.com/id16.html Muy respetable Gran Logia Nacional de Colombia con sede en Barranquilla, El Laicismo, tomado del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos, Chile

Reflexión 219 Caritas in veritate Nº44-45 Junio 30 2011

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La Fundación Konrad Adenauer en acción

En la entrega anterior reflexionamos sobre la incidencia que en el desarrollo de los pueblos tiene el crecimiento demográfico, tema que trata la encíclica Caridad en la verdad en el Nº 44 del capítulo 4º,  titulado Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente. Hicimos también una corta presentación del foro organizado por la Fundación alemana Konrad Adenauer, sobre la encíclica Caritas in veritate, con la participación de cualificados panelistas, economistas y politicos, a quienes impactó positivamente esta encíclica, que es un nuevo aporte de la Iglesia Católica al desarrollo de los pueblos. La Fundación Konrad Adenauer está  desarrollando esa clase de actividades, para que no pase con la encíclica Caridad en la verdad, lo que desafortunadamente sucede con muchos documentos importantes de la Iglesia: cuando se publican se habla de ellos, se alaban, pero en poco tiempo se convierten en un libro más de la biblioteca que de vez en cuando se cita, a veces sin mayor desarrollo. La de esa fundación es una labor apostolica de  laicos, digna de encomio.

La Iglesia y su doctrina de paternidad y maternidad resposables

En la reflexión anterior, que trató sobre el crecimiento demográfico y su incidencia en el desarrollo, comentamos la crisis de nacimientos en Europa; nos referimos a la doctrina de la Iglesia sobre la paternidad y maternidad responsables, de lo cual trataron en profundidad Pablo VI y Juan Pablo II; vimos cómo la Iglesia no pasa por alto la consideración de las condiciones económicas y sociales en la decisión que toman los padres, sobre el número de hijos. Para la doctrina católica, se trata de una decisión tan seria, que la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II advierte: Este juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente. Y como vimos, Pablo VI añade en la encíclica sobre la Vida Humana, Humanae vitae, que la paternidad responsable se pone en práctica, tanto cuando se decide tener una familia numerosa, como cuando la decisión es evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.

Leamos la segunda y última parte del Nº 44 de Caridad en la verdad, que trata sobre el crecimiento demográfico. Dice así:

La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar. La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del llamado «índice de reemplazo generacional», pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de «cerebros» a los que recurrir para las necesidades de la nación. Además, las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Son situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. En esta perspectiva, los estados están llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad[1], haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional.

Unos breves comentarios. Nos dice a encíclica que La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del llamado «índice de reemplazo generacional», pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de «cerebros» a los que recurrir para las necesidades de la nación.

Cuando los nacimientos disminuyen tanto, que los nuevos nacimientos no son suficientes para reemplazar a los que mueren, sucede lo obvio: la población empieza a disminuir. En España por ejemplo, hay pueblos enteros desocupados, por dos razones, por la emigración a las grandes ciudades, y por la disminución de los nacimientos. España necesita importar mano de obra.

En España, crecimiento negativo desde 2030

La siguiente información  nos pone en perspectiva. Desde 1976, con la disminución de los nacimientos disminuyó el crecimiento de la población española, de manera que prevén un crecimiento negativo desde el 2030. Como España ha permitido la llegada de inmigrantes desde finales de los noventa, se ha producido, a pesar de la disminución de los nacimientos, el aumento del número de habitantes de ese país, de forma que no había sucedido anteriormente en la historia de España. Ese crecimiento, que todavía es bajo, se debe a los hogares de los inmigrantes, sus nuevos residentes, que tienen más hijos. Ese problema no es propio sólo de España.

La siguiente información que tomé del diario argentino La Nación nos ayuda a comprender la importancia de esa situación. Corroborando la realidad del problema que de la disminución de la población surge a las naciones de ingresos más altos, esas naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre crucial para las sociedades de mayor bienestar. Dice el diario que

De prolongarse esta situación, a mediados del siglo actual se llegaría a un punto crítico. Si bien la reducción de nacimientos se observa de modo generalizado en el mundo -aun en los países en vías de desarrollo-, en la Unión Europea y, particularmente, en Alemania, ese proceso se torna muy agudo.

Es citado, al respecto, el caso extremo de Cottbus, ciudad ahora de 105.000 habitantes y ubicada al sur de Berlín, cuya población ha ido decreciendo por el éxodo de los jóvenes y la declinación de los nacimientos. Durante una década en dicha ciudad no hubo alumbramientos. Como consecuencia, ciertas actividades esenciales y el mantenimiento de ciertos servicios han tenido que ser limitados. Eso ha ocurrido, por ejemplo, con la construcción de viviendas, los servicios educativos y la provisión de agua corriente. De ahí que, para mantener la infraestructura de dichos servicios, se haya convertido en ciudad subsidiada.

Ese cuadro se está extendiendo a regiones de Europa antes muy prolíficas, como lo fueron el sur de Italia o el norte de España. Según los datos del Centro Estadístico de la Unión Europea, el año último hubo más defunciones que nacimientos en el 43% de las 211 regiones en que se subdivide el territorio de los países que la componen. Se comprende así la inquietud de quienes miran al futuro y comprueban la disminución demográfica y el envejecimiento de la sociedad.

¿Qué sucede en Colombia?

Nos hemos detenido en las consideraciones del Santo Padre sobre el crecimiento demográfico y el desarrollo integral de los pueblos. Ante la situación de los países de Europa que sufren una constante disminución de su población, podemos preguntarnos: ¿Es importante esta información en nuestro país? En Europa se preveía esta situación desde la segunda mitad del siglo pasado. En Colombia ya no se encuentran familias numerosas, pero no parece preocupante la disminución.

Que en los países de Europa disminuyan los nacimientos puede favorecer la inmigración desde países con problemas económicos, como sucede con la menor dificultad para los suramericanos de emigrar a España, para los turcos que han emigrado en números considerables a Alemania, los africanos a Francia. Claro que los emigrantes tienen que sufrir la adaptación a nuevas costumbres, el cambio de idioma, con frecuencia tolerar un trato discriminatorio, además del sufrimiento por dejar a su países con todo lo que quieren. No olvidemos que por la crisis económica en España, ya no se consiguen fácilmente puestos de trabajo y  no pocos compatriotas han emprendido el regreso. El diario La Nación añade la siguiente consideración:

En este sentido, Europa ha recurrido a la aceptación de cuotas de inmigrantes turcos y africanos para poder cubrir los puestos de trabajo, por lo común no calificados, que iban quedando vacantes. Inversamente, ha crecido la franja de población de 60 o más años, con el consecuente acrecentamiento de las cargas de asistencia y seguridad social. Sin embargo, tanto en cuanto concierne a la interrupción del crecimiento demográfico como al descenso del (índice de fertilidad) IF, no se han podido establecer causas precisas. Lo cierto es que en medio siglo se ha producido una verdadera transición demográfica, que significa el paso de un estado de elevada mortalidad y natalidad a un estado en que una y otra se encuentran en baja.

¿Y qué sucede en Francia?

Es interesante el dato que La Nación ofrece sobre lo que, al contrario de España, sucede en Francia, donde desde hace varios años, los gobiernos resolvieron, animar con subsidios, a las familias a tener más de un hijo, y eso como política de Estado.

Una de las excepciones a esa regla casi invariable se está dando en Francia. Tal como fue informado en LA NACION de ayer (27 de junio), ese país tiene un IF de 1,90 -sólo es superado por el de Irlanda, que llega a 1,97- y el año último su tasa de natalidad registró un aumento del 5%. Derivación previsible del hecho de que sucesivos gobiernos coincidieron en considerar que alentar la natalidad era -es- una política de Estado.

¿Por qué disminuye la natalidad?

Habría que analizar las causas de la general disminución de la natalidad  en el mudo, que son varias y diversas. Habría que considerar entre otras causas, la nueva situación de la mujer, quien ya no se dedica exclusivamente al cuidado de los hijos y a los trabajos domésticos, el que las parejas contraen ahora matrimonio más tarde, los mayores costos en  la educación y en la vivienda. Creo que además han cambiado las actitudes frente a la vida: nuestros padres estaban más dispuestos al sacrificio, a las privaciones, daban especial importancia a los valores de la familia, al calor familiar, a la solidaridad, en una palabra, al amor familiar que es incondicional y desinteresado. Una de las situaciones que tendrán que sufrir los ancianos en el futuro, cada vez más, es la soledad. El diario argentino La Nación señala la importancia de un valor que está de acuerdo con los valores cristianos:

En su fondo están comprometidas ciertas formas de vida fundamentales para la supervivencia de la sociedad: la valoración de la maternidad y la paternidad como modos prioritarios de realización humana en el seno de la familia.

El ser padre o madre no siempre se considera ahora una manera de realización humana. Y añade  el diario algo que sucede con ciertas campañas que también promueven en nuestro país:

Mientras Europa se preocupa por la disminución de la natalidad, nuestro gobierno anuncia un plan de reparto gratuito de anticonceptivos para impedir los embarazos no deseados y favorecer la planificación familiar. Toda una paradoja.

Ante esta situación ¿qué propone la DSI?

Volvamos a leer unas líneas del Nº 44 ya:

Son situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. En esta perspectiva, los estados están llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad[2], haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional.

En este párrafo, la encíclica resume en alguna forma, la doctrina católica sobre la familia, que los padres y esposos católicos deberíamos conocer; de seguro una vez conocida en su maravillosa profundidad, amaríamos más nuestra vocación y estaríamos mejor preparados para defenderla.

Valores de la familia

El Concilio Vaticano II, en su decreto sobre el apostolado de los seglares, llamado Apostolicam actuositatem[3],  dedica el Nº 11 a la familia. No me resisto a leer algo de él:

11. Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio y fundamento de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande… en Cristo y en la Iglesia (Cf. Ef., 5,32), el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.

Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica, los ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y cultivan con todo esmero la vocación sagrada cuando la descubren en los hijos.

Frente a las permanentes incursiones para debilitar a la familia, desde muchos frentes, utilizando los medios de comunicación, tenemos que estar bien fundamentados en nuestros argumentos de defensa de un valor tan preciado como lo es la familia.

El Papa en Caritas in veritate deja claro que las familias deben ser defendidas y promovidas por el estado. Leamos esas líneas de nuevo; dice que por ser la familia célula primordial y vital de la sociedad, el Estado se debe hacer cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional. No se trata de quitar a los padres sus obligaciones, sino de hacerles llevaderas las cargas, por su naturaleza relacional, es decir, porque por su misma naturaleza, de las familias depende en gran medida la salud moral, del que llaman el tejido social, – de las familias depende que las relaciones entre la gente, – sean sanas y conduzcan al verdadero desarrollo integral.

La semana entrante, Dios mediante, continuaremos con el Nº 45 de Caritas in veritate, donde el Papa nos enseña que

Responder a las exigencias morales más profundas de la persona tiene también importantes efectos beneficiosos en el plano económico. En efecto, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona.


[1] Cf Conv. Ecum. Vati. II, Decret.Apostolican actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 11.

[2] Cf Conv. Ecum. Vati. II, Decret. Apostolican actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 11.

[3] Cf Vaticano II Documentos, BAC Minor, Madrid 1967, dice allí el Concilio en la introducción que el propósito del Concilio con ese decreto es “intensificar el diamismo apostólico del Pueblo de Dios, es específica y absolutamente necesaria en la misión de la Iglesia.


Reflexión 198- Caritas in veritate N° 35-36 (Charla 35)

Diciembre 16 de 2010

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Lo connatural del ser humano debería ser la generosidad

 

 

Vamos a continuar con el estudio del capítulo tercero de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica social de Benedicto XVI. En la reflexión anterior terminamos el estudio de la primera parte del número 35. Aprendimos allí asuntos muy interesantes, como que el lucro no es malo en sí mismo, sino cuando no es correcto en su obtención o en su uso; cuando se obtiene mal y si no tiene al bien común como fin último.

 

Hemos ido aprendiendo la importancia de tener en cuenta el bien común en el comportamiento social y que, en palabras de Benedicto XVI en el N° 21 de Caridad en la verdad, cuando el objetivo exclusivo del beneficio (es decir, del lucro, de la ganancia), es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza.

 

También comprendimos que lo connatural del ser humano debería ser la generosidad, porque somos creados a imagen de Dios que es AMOR y el amor es entrega, es DON; de manera que cuando nos portamos con egoísmo, con mezquindad, lo estamos haciendo mal inclinados. Sin el pecado original ese no sería nuestro comportamiento. Pero, por nuestra naturaleza humana finita, imperfecta y heridos por el pecado original obramos mal y necesitamos el perdón, la fuerza que nos da la gracia y que se nos comunica por medio de los sacramentos, a través de la Iglesia.

 

Las tres justicias

 

También en el N° 35 de Caridad en la verdad, Caritas in veritate, aprendimos que en las relaciones del mercado, e.d en los negocios, de acuerdo con la DSI se deben observar la justicia conmutativa, la distributiva y la justicia social. Y repasamos la diferencia entre estas tres clases de justicia.

 

Vimos que la Justicia Conmutativa es la virtud mediante la cual nos inclinamos a dar a cada cual lo que le corresponde, respetando por ejemplo el derecho a la propiedad, cumpliendo las obligaciones de los contratos, devolviendo lo que se nos ha prestado, etc. El Santo Padre nos explica que en los negocios se entablan relaciones para intercambiar bienes y servicios y que esas relaciones se rigen por la justicia conmutativa, la que regula la relación de dar y recibir entre iguales.

 

Sobre la Justicia Distributiva aprendimos que, como su nombre lo indica, es la que obliga a la autoridad a distribuir equitativamente los bienes y las cargas entre sus subordinados. El Estado da trabajo y legisla sobre él; define las cargas de impuestos, da trabajo, legisla sobre salarios, sobre sistemas de salud, otorga contratos, maneja el presupuesto… La Justicia Conmutativa y la Distributiva obligan también a la autoridad y hay autoridades que no las cumplen. Además de estar sometida la sociedad a las justicias conmutativa y distributiva, lo está también a la Justicia Social.

 

Aprendimos que la Justicia Social es más amplia que las justicias conmutativa y la distributiva. Que en los N° 52 y 53 de la encíclica Divini Redemptoris, encontramos la explicación de lo que es la Justicia Social, cuando nos enseña Pío XI que mientras la Justicia conmutativa  regula las relaciones entre particulares, “lo propio de la justicia social (es) exigir a los individuos todo lo que es necesario para el bien común” (DR 52.)

 

¿Qué es el Bien Común?

 

 

En la vida en sociedad es muy importante que tengamos en cuenta cómo estamos obligados a respetar el bien común. Somos egoístas y anteponemos generalmente en todo, nuestro bien personal. El Estado, ante todo, debe respetar y hacer respetar el bien común, que se entiende como un conjunto de condiciones a las que cada persona debe tener acceso efectivo: supone, por consiguiente, que se dé “a cada parte y a cada miembro, lo que  necesita para ejercer sus funciones propias.”[1]

 

Veamos un ejemplo:que se cumpla con el salario pactado en un contrato con tal o cual trabajador es propio de la justicia conmutativa, que se refiere al bien particular de una u otra persona, pero la justicia social defiende no sólo que se practique la justicia conmutativa en uno u otro caso, sino que haya un orden social general justo. La justicia social  tiene entonces en cuenta, además de las obligaciones cubiertas por las justicias conmutativa y distributiva las obligaciones con la comunidad, con la sociedad, es decir el bien común.

                     La justicia social en los negocios

 

La última parte del primer párrafo del N° 35 de Caridad en la verdad nos hace ver la importancia de la práctica de la justicia social en los negocios, cuando dice:

 

(…) la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve. En efecto, si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.

 

Si no tenemos en cuenta el bien de la sociedad, el bien común, sino que sólo buscamos el bien personal, no contribuimos a la cohesión social, a la solidaridad y a la confianza. Cuando cada quien lucha sólo por sí mismo y no tiene en cuenta a los demás, el tejido social se despedaza.

 

 

El segundo párrafo del N° 35 de Caridad en la verdad, Caritas in veritate

 

Pablo VI subraya oportunamente en la Populorum progressio que el sistema económico mismo se habría aventajado con la práctica generalizada de la justicia, pues los primeros beneficiarios del desarrollo de los países pobres hubieran sido los países ricos (N° 49). No se trata sólo de remediar el mal funcionamiento con las ayudas. No se debe considerar a los pobres como un «fardo»[2], sino como una riqueza incluso desde el punto de vista estrictamente económico. No obstante, se ha de considerar equivocada la visión de quienes piensan que la economía de mercado tiene necesidad estructural de una cuota de pobreza y de subdesarrollo para funcionar mejor. Al mercado le interesa promover la emancipación, pero no puede lograrlo por sí mismo, porque no puede producir lo que está fuera de su alcance. Ha de sacar fuerzas morales de otras instancias que sean capaces de generarlas.

 

Benedicto XVI cita una vez más la encíclica Populorum progressio, esta vez cuando Pablo VI en la segunda parte de su encíclica sobre el desarrollo de los pueblos, se refiere a la responsabilidad de los países ricos, que tienen el deber de ser solidarios con el desarrollo de los pueblos pobres.

Esta vez la solidaridad que reclama Pablo VI es la solidaridad de toda la sociedad, no sólo la solidaridad de los individuos. El momento que vivimos por los estragos del invierno nos aclara esta idea: a los colombianos nos piden que seamos solidarios con nuestros hermanos que sufren la consecuencias de las inundaciones y cada uno de nosotros debe ser solidario aportando su contribución en dinero o en especie, según sus posibilidades; además se pide la solidaridad de la comunidad, de la sociedad: a eso aportamos por medio de eventos comunitarios que se desarrollan con ese fin de ayudar a los damnificados y deberemos aportar por medio de  los impuestos que van a ser necesarios para la reconstrucción de las viviendas dañadas o perdidas, la restauración del campo que ha perdido sus cultivos y animales y las carreteras y puentes destruidos. El esfuerzo tiene que ser respaldado por la solidaridad de toda la comunidad.

 

De acuerdo con las enseñanzas del  Vaticano II, Pablo II insiste en que no sólo los individuos sino la sociedad entera debe garantizar las condiciones para el desarrollo de todos. Es una manera de enfocar el bien común, como hemos visto.

 

Esto se extiende al desarrollo de toda la humanidad, no solo a la solidaridad de la sociedad en el desarrollo interno de cada país o en las calamidades públicas. Según las enseñanzas de Pablo VI, el desarrollo solidario necesita asumir la responsabilidad colectiva de las naciones en el progreso conjunto de la humanidad.

 

Especial responsabilidad de los países ricos

 

Los problemas sociales han tomado proporciones mundiales. El hambre es mundial. Pablo VI insiste en la especial responsabilidad de los países ricos, es decir de las sociedades que componen los países ricos. En el N° 44 de Populorum progressio insta a los países ricos a que tomen la iniciativa, que puede ser en la forma de asistencia a los países pobres, cediendo parte de sus riquezas o también modificando los mecanismos  del comercio internacional  de manera que tengan en cuenta los intereses de los países pobres.

 

Como vemos, se pide desprendimiento, fraternidad operante, e.d., solidaridad cristiana. El desarrollo así conseguido es del que se dice que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. No al simple crecimiento económico de algunos. 

 

El desarrollo es el nuevo nombre de la paz

 

Recordemos la conexión entre desarrollo y paz, como lo presenta Pablo XI al final de Populorum progressio (76):

 

Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos, provocan tensiones y discordias, y ponen la paz en peligro. Como Nos dijimos a los Padres Conciliares a la vuelta de nuestro viaje de paz a la ONU, «la condición de los pueblos en vía de desarrollo debe ser el objeto de nuestra consideración, o mejor aún, nuestra caridad con los pobres que hay en el mundo —y estos son legiones infinitas— debe ser más atenta, más activa, más generosa»[3]. Combatir la miseria y luchar contra la injusticia, es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres[4].

 

¿Cuál es desarrollo que se debe buscar?

 

Este sendero para el verdadero desarrollo lo presenta también Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus, en el Centenario de la encíclica Rerum novarum, de León XIII. En el N° 29 explica cuál es desarrollo que se debe buscar:

 

(…) el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral[5]. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios. El punto culminante del desarrollo conlleva el ejercicio del derecho-deber de buscar a Dios, conocerlo y vivir según tal conocimiento [6]. En los regímenes totalitarios y autoritarios se ha extremado el principio de la primacía de la fuerza sobre la razón. El hombre se ha visto obligado a sufrir una concepción de la realidad impuesta por la fuerza, y no conseguida mediante el esfuerzo de la propia razón y el ejercicio de la propia libertad. Hay que invertir los términos de ese principio y reconocer íntegramente los derechos de la conciencia humana, vinculada solamente a la verdad natural y revelada. En el reconocimiento de estos derechos consiste el fundamento primario de todo ordenamiento político auténticamente libre [7].

 

Es conveniente para la economía que los pobres dejen de serlo

Benedicto XVI, como sus antecesores Pablo VI y Juan Pablo II apelan a la solidaridad entre los pueblos para que se produzca el desarrollo integral que alcance a todos. Llaman la atención los Pontífices sobre la conveniencia del desarrollo de los pueblos pobres, no solo para esos pueblos sino para toda la comunidad mundial. Citando palabras de Juan Pablo II en Centesimus annus, vimos que Caridad en la verdad nos dice que No se debe considerar a los pobres como un «fardo», sino como una riqueza incluso desde el punto de vista estrictamente económico. La manera más sencilla de entender esta afirmación es que si los pueblos pobres tienen capacidad económica para su propio desarrollo, el mercado se amplía para todos. Habrá más compradores.

Responsabilidad de la comunidad política

Continuemos el desarrollo del pensamiento de Benedicto XVI en el N° 36 de Caridad en la verdad

36. La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios.

La comunidad política debe dirigir la actividad económica hacia el bien común

En resumen, nos dice Benedicto XVI que la actividad económica por sí sola no puede resolver los problemas sociales y que la comunidad política debe dirigir la actividad económica hacia el bien común. De manera que nuestros políticos no deben dejar que los dueños de las actividades económicas marchen sueltos, buscando sólo su propio beneficio, sino que deben orientar esas actividades hacia el bien de la sociedad. Si eso hicieran los miembros de nuestra comunidad política, las entidades financieras, por ejemplo, se pondrían límites más generosos en las altas tarifas que cobran por sus servicios. Pondrían límites a sus ganancias que esas sí, son muy altas. Continúa Caritas in veritate analizando a la actividad social:

Las ideologías orientan los negocios

La Iglesia sostiene siempre que la actividad económica no debe considerarse antisocial. Por eso, el mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. La sociedad no debe protegerse del mercado, pensando que su desarrollo comporta ipso facto la muerte de las relaciones auténticamente humanas. Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en este sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social.

La actividad económica no es intrínsecamente mala. El dinero no es malo en sí mismo, sino que es un instrumento que puede ser bien o mal utilizado. El buen o mal uso de ese instrumento es que lo hace bueno o malo. No siempre el dinero es “estiércol del diablo”, como lo llama Papini. Depende del uso que se le dé. A esos instrumentos, a la economía y a las finanzas, les dan forma las culturas, que a su vez son creación de las personas humanas. Los que formulan las reglas que regulan los bancos son personas y esas reglas responden a concepciones humanas de la economía y las finanzas. Los que manejan la planeación del desarrollo de un país son personas que se han formado según una ideología e interpretan la realidad de acuerdo con ella. De manera que es gente, son personas las responsables de que el mundo económico marche bien o mal.

Lo que la DSI piensa sobre la actividad económica

Las palabras de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, que siguen, nos dicen lo que la DSI piensa sobre la actividad económica:

La doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «después» de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente.

Los que hemos trabajado en diversas empresas a lo largo de la vida, podemos contar experiencias de ambientes humanos creados por los jefes, los administradores y propietarios que hicieron de nuestro trabajo una experiencia que si fue exigente, al mismo tiempo fue alegre y de crecimiento personal y comunitario que nos dio satisfacciones inolvidables; también podemos contar los ratos amargos que algunos jefes nos hicieron pasar o hicieron pasar a otros. La empresa en sí misma no es ni buena ni mala; son los que la manejan y trabajan en ella los que la hacen un buen o mal lugar para vivir la experiencia tan humana, del trabajo. Sigue así Benedicto XVI.

No se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad

El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo.

No hace falta explicar esas palabras. Repitamos solamente que no se pueden olvidar ni tampoco dar poca importancia a los principios tradicionales de la ética social como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad.

 

La actual crisis económica y financiera que tan fuertemente ha golpeado a los países desarrollados, nos demuestra que el sistema moral o ético, es decir nuestras creencias sobre lo que es bueno y lo que es malo tiene que estar por encima y dirigir el sistema económico. Nuestro sistema de valores debe ser el fundamento del sistema económico y el marco dentro del cual funcione. En situaciones como la que vive hoy el mundo nos podemos dar cuenta a dónde conduce la conducta de la sociedad que olvida sus sistemas de valores; el sistema económico sin valores, – sin los valores cristianos, – puede destruir a la sociedad misma. A eso lleva la idolatría del dinero.[8]

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Esta fue nuestra última reflexión sobre Caridad en la verdad, Caritas in veritate, por este año 2010. El próximo jueves dedicaremos este espacio a la Navidad. Y otros días tendremos por lo menos un programa más sobre otro tema, antes de interrumpir nuestra colaboración para unos días de descanso. Si Dios quiere  continuaremos el año 2011.


[1] Cf Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina Social de la Iglesia, Una aproximación histórica, 3° ,Ed. San Pablo, Pg 177

[2] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 28

[3] Cf AAS 57 (1965) 896

[4] Cf Juan XXIII, Pacem in terris, 11 abril 1963: AAS 55 (1963) 301

[5] Cf enc. Sollicitudo rei socialis, 27-28; Pablo VI Populorum progressio 43-44

[6]Cf enc. Sollicitudo rei socialis, 29-31

[7] Cf. Acta de Helsinki y Acuerdo de Viena; León XIII, Enc. Libertas praestantissimum: l. c., 215-217.

 [8] Cf  Jim Wallis, Rediscovering Values On Wall Street, Main Street, and Your  Street, Howard Books, 2010

Reflexión 197- Caritas in veritate N° 35 (Charla 34)

Diciembre 09 de 2010

¿Cuándo es bueno o malo el lucro?

Continuemos nuestro estudio del capítulo tercero de Caritas in veritate, que trata sobre la fraternidad, el desarrollo económico y la sociedad civil, y se extiende del N° 34 al 43. Dedicamos la reflexión pasada a reflexionar sobre el principio de la gratuidad, que es ignorado en el mundo de los negocios, de la economía y el comercio, donde el principio rector es el  lucro, la ganancia.

No es que el lucro sea malo en sí mismo, sino que cuando, guiados por el egoísmo, – que es fruto del pecado original, – se abusa de él, el lucro se puede convertir en un instrumento destructivo. No podemos considerarnos dueños absolutos de lo que hemos conseguido. Todo en nuestra historia empieza con el regalo de la vida, que nos viene gratuitamente de Dios. De ese primer don viene todo lo demás. Juan Pablo II en su mensaje de la Cuaresma de 2002 nos lo explica. Dice allí:

“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”(Mt 10, 8).   ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”.

Concluimos en nuestra pasada reflexión que o al desarrollo se le inyecta espíritu cristiano o no se logrará nunca. El desarrollo, más que los valores de la bolsa o de los Bancos, necesita los valores cristianos. A los planes de desarrollo de los países y a cada plan individual nuestro, de vida, lo tenemos que enmarcar en valores cristianos. Eso quiere decir tener en cuenta a Dios; tener en cuenta lo que sus planes sobre el ser humano conocemos a través de su palabra.

¿Dice España NO a sus raíces cristianas?

Decíamos que cuando la sociedad opta por el camino de ignorar a Dios y sigue el camino que le dicta el egoísmo, que promete felicidad inmediata y a corto plazo, obtiene los resultados que Europa está sufriendo ahora. Una sociedad que se supone ha alcanzado niveles altos de desarrollo como la española, tiene un índice de desocupación que casi dobla al de Colombia. ¿Es problema estructural del capitalismo? Para demostrar la bondad del capitalismo, un destacado economista colombiano me decía que el avance económico de China y de la India eran una prueba. Y, ¿a costa de qué lo ha logrado China? ¿Cómo son los salarios y las libertades individuales en ese país? ¿Y no es acaso conocida la pobreza de muchas regiones de la India? Será suficiente la aplicación del capitalismo? Tampoco  lo fue el comunismo ni en China ni en  ningún país dominados por él. En Cuba, despúes de muchos años están dando pequeños pasos hacia el capitalismo, ¿será como en China?

Por eso Benedicto XVI en el mismo N° 21 de Caritas in veritate plantea la necesidad de un desarrollo que produzca un crecimiento real que se extienda a todos y que sea sostenible. Lo que vemos ahora es un desarrollo que llega a los más fuertes pero que al mismo tiempo es tan débil, que el mundo entró en crisis a pesar del frágil crecimiento de los considerados fuertes. El desarrollo económico, social y político, para que sea integral, es decir verdaderamente humano, en sus planteamientos tiene que encontrar lugar a la gratuidad como expresión de la fraternidad. Que el reconocimiento de que todos los seres humanos somos hermanos no sea sólo de palabra.

Lucro y Bien Común

Sobre el lucro o ganancia, recordemos que la DSI no lo condena, sino que nos orienta hacia su uso correcto: que no sea útil sólo al dueño del negocio sino que, tanto en los medios que utiliza para conseguir el lucro como en el modo de utilizarlo sea útil a la sociedad. Repitamos los criterios para que la ganancia o lucro sea aceptable, como lo enseña Benedicto XVI en Caritas in veritate en el N° 21: La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza. 

Tengamos entonces presente que para que las ganancias se califiquen como útiles, el Papa fija dos criterios: que sean bien obtenidas, no con engaños, no con daño a otros. Los dineros calificados de “mal habidos”, no son aceptables. Y el segundo criterio para una mala calificación del lucro o ganancias es si no tienen como fin último el bien común. Algo que debería hacer pensar a los banqueros y a los agiotistas, cuando en sus negocios sólo piensan en su propio beneficio, sin tener en cuenta el beneficio o el daño a los demás. Como se suele decir en la moderna administración, que el negocio sea GANA-GANA, es decir que ganes tú y gane yo; no que gane yo a costa tuya. Ese es el esquema GANA-PIERDE.    

Como es una época en que llueven las llamadas de los Bancos que ofrecen crédito a través de avances en efectivo, nuevas tarjetas de crédito y además destacan el aliciente de que sólo habrá que empezar a pagar dentro de tres meses,  voy a repetir las ideas de Jim Wallis que mencionamos  al final de la reflexión anterior.

No siempre digas sí

Porque un Banco ofrezca crédito, no quiere decir que siempre esa entidad financiera lo debe conceder, porque si el cliente no tiene cómo responder, se le hace un daño mayor concediéndole un crédito. Eso pasó en los EE.UU. en la crisis de las hipotecas. Los bancos indujeron a sus clientes a embarcarse en préstamos impagables, porque sus ejecutivos ganaban enormes sumas como bonificaciones por los negocios aprobados. Finalmente, los que tomaron los préstamos perdieron no sólo el capital y los intereses que alcanzaron a pagar sino que tuvieron que entregar a los bancos prestamistas la casa que alcanzaron a pensar habían logrado conseguir.

Cuando los consumidores recibamos ofertas de créditos, no  siempre los debemos tomar. No seamos ingenuos, los Bancos nunca pierden. Ahora bien, tengamos presente que aunque tengamos con qué pagar algo no siempre lo debemos comprar. El mercado nos llena de publicidad para que compremos lo que no necesitamos. Aprendamos a distinguir entre el deseo y la necesidad, entre el poder hacer algo, la conveniencia de hacerlo y el deber hacerlo. Para discernir sobre esto debemos fijarnos prioridades. Tratan de meternos por los oídos y por los ojos tantas cosas que no necesitamos, que a veces se quedan para después las cosas necesarias. Porque podamos hacer un viaje o comprar algo eso no quiere decir que debamos hacerlo.

La generosidad es propia del ser humano

Puede ser difíl aceptar la  maravilla de que, nuestra disposición al don, a darnos a nuestros hermanos, sea propia de nuestra naturaleza, creada a imagen de Dios que es Amor, que es don. Cuando somos egoístas, estamos obrando mal inclinados, heridos como estamos por el pecado original o por la debilidad de nuestra naturaleza humana, pero llevamos impreso el espíritu divino que Dios nos infundió al crearnos.   Pidamos al señor que nos enseñe a amar como Él ama.

Continuemos ahora con el N° 35 de Caritas in veritate

35. Si hay confianza recíproca y generalizada, el mercado es la institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y deseos. El mercado está sujeto a los principios de la llamada justicia conmutativa, que regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales. Pero la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve. En efecto, si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.

 

Mercado y justicia  social

Comienza el Santo Padre por explicarnos lo que se entiende por el mercado. No se está hablando del lugar a donde se va de compras, sino de la estructura, la organización, que desempeña una función de interés de la sociedad. ¿Cuál esa función? El mercado facilita que las personas se encuentren y se relacionen para intercambiar bienes y servicios. Por eso se habla de diversas clases de mercados: el mercado del café, el mercado bancario, el agropecuario, el de los textiles, de las confecciones, de los repuestos, etc. Allí, unos ofrecen sus productos o servicios y otros los buscan para satisfacer sus necesidades. La compra y venta de bienes y servicios se rige por medio de reglas escritas o verbales. El mercado se rige por la justicia conmutativa que, como dice Caritas in veritate, regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales.

No basta, sin embargo, aplicar solo la justicia conmutativa; enseguida añade Benedicto XVI que la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve.

Las virtudes sociales solución al problema social

Un valioso folletico titulado Solución al Problema Social, publicado hace años, en 1962, por la Cruzada Social y que un querido radioescucha me hizo llegar hace algún tiempo, dedica algunos números a explicar de manera muy sencilla las Virtudes Sociales que son indispensables para establecer un buen orden social. Nos enseñan allí que las virtudes sociales son las que inclinan a los hombres a cumplir sus obligaciones para con sus semejantes y para con la sociedad en que viven y así resulta el bienestar de todos. Añade que las principales virtudes sociales son la justicia y la caridad.

Justicias: conmutativa, distributiva, social

Se pretende a veces que la justicia social es la misma que una conjunción de las justicias conmutativa y  distributiva. Hace muchos años (década del 50) el P. Jesús María Fernández, S.J. escribió un libro titulado “Justicia Social” en el que defendía que la justicia social era distinta de la conmutativa y la distributiva. En algunas bibliotecas se debe conservar ese libro, entonces novedoso. En el N° 35 de Caritas in veritate el Santo Padre nos explica que en el mercado se entablan relaciones para intercambiar bienes y servicios y que esas relaciones se rigen por la justicia conmutativa, la que regula la relación de dar y recibir entre iguales. Unas líneas después, Benedicto XVI subraya también la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado. Porque en esas relaciones de mercado no basta la justicia conmutativa.

Mediante la justicia conmutativa nos inclinamos a dar a cada cual lo que le corresponde, respetando por ejemplo el derecho a la propiedad, cumpliendo las obligaciones de los contratos, devolviendo lo que se nos ha prestado, etc., pero la economía de mercado se desenvuelve en un contexto social y político más amplio; no sólo afecta la relación entre un comprador y un vendedor, por ejemplo, sino que esas relaciones se entrelazan con muchas otras redes generales. Las costumbres que rigen muchos contratos se van volviendo normas y afectan en alguna forma la organización social general.

Y ¿qué es la justicia distributiva? Es la que obliga a la  autoridad a distribuir equitativamente los bienes y las cargas entre sus subordinados. De nuestros países se comenta con frecuencia que son inequitativos, porque unos pocos poseen mucho y la mayoría muy poco. Por cierto en estos días me enviaron un correo del que voy a leer una parte. El mensaje lleva por título: ¿QUE ES LA INDECENCIA ?

Se podría llamar también ¿en qué no somos justos? No voy a copiar todo el mensaje porque no me consta que los datos que dan allí sean correctos y no quiero ser injusto. Modifico la redacción también, porque algunas afirmaciones son ofensivas y en este ‘blog’ no podemos ser ofensivos.

 

No es equitativo que en Colombia, en 2010, el salario mínimo más el subsidio de transporte de un trabajador sea de $ 515.000 más $ 61.500/mes y el de un Congresista de $33.996.000 (?) pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a  $38.500.000 /mes (¿?).

No es equitativo  que haya profesores,  maestros, catedráticos de universidad o cirujanos de Salud Pública, que ganen menos que el concejal de un municipio pequeño. 

No es equitativo que un ciudadano tenga que cotizar más de 20 años para percibir una pensión que con frecuencia no alcanza a disfrutar, por la demora inexcusable de la entidad que debe pagársela, mientras, magistrados y congresistas reciben de los dineros de la nación las más altas pensiones sin mayores requisitos.

No es equitativo que en las entidades públicas se contraten trabajadores con contratos de servicios sin cumplir las exigencias de la ley laboral.

No es equitativo que  los congresistas tengan varios meses de vacaciones al año y los demás trabajadores sólo quince días.

No es equitativo que el dinero de las  REGALIAS, que está destinado al desarrollo de las regiones y clases menos favorecidas, se quede en las manos  inescrupulosas de algunos  Gobernadores y Alcaldes.

Podrían enumerarse otros casos.Como vemos, la justicia distributiva no se refiere sólo a la distribución de tierras y bienes. Sería interesante examinar cómo se distribuyen las cargas y los cargos.

 ¿Es la Justicia Social distinta a las Justicias Conmutativa y Distributiva?

Benedicto XVI en el mismo número 35 de Caritas in veritate, además de hablar de la necesidad de cumplir en los mercados con la justicia conmutativa y la distributiva menciona la justicia social como si se tratara de una clase de justicia distinta a la conmutativa y a la distributiva.

¿Qué es realmente la justicia social a la que se refiere el santo Padre? La obrita mencionada antes, publicada por la Cruzada Social, explica que la Justicia Social es la que exige a los individuos todo cuanto es necesario para el bien común, para el bien de la sociedad. De manera que es un concepto más amplio que el de las justicias conmutativa que se refiere a dar a cada cual lo que le corresponde, y tiene que ver sobre todo con las relaciones de contratos y derecho de propiedad y la justicia distributiva, que como su nombre lo indica se refiere a la equitativa distribución de beneficios y cargas. La justicia social incluye obligaciones para con la autoridad y para con los demás miembros del cuerpo social.[1] Me parece que la justicia social incluye a la conmutativa y la distributiva y va más allá.

La Justicia Social en Pío XI

Ya Pío XI, en su encíclica Divini Redemptoris, Del Divino Redentor, entre los medios para salvar la civilización cristiana amenazada por el comunismo, señala la práctica de la justicia social.Menciona como remedio fundamental, la renovación de la vida cristiana privada y pública (39-43), el desprendimiento de los bienes terrenos, tanto para los ricos como para los pobres (44s), y la caridad cristiana, unida a la justicia conmutativa y social (46-51).

Es muy interesante ver la coherencia de la DSI en los Papas. Voy a leer lo que el P. Ildefonso Camacho[2] comenta en su libro Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, sobre este tema de la Justicia social. Después de comentar que Pío XI dedica una extensión muy amplia (desproporcionadamente amplia, dice), al tratamiento de la justicia, añade:

 (…) hay ahora una más neta  distinción entre la justicia conmutativa y la justicia social. Si aquella regula las relaciones entre particulares, “lo propio de la justicia social (es) exigir a los individuos todo lo que es necesario para el bien común (DR 52). Pero el bien común no se entiende como algo genérico, sino como un conjunto de condiciones a las que cada persona debe tener acceso efectivo: supone, por consiguiente, que se dé “a cada parte y a cada miembro, lo que éstos necesitan para ejercer sus funciones propias” (ib).

Pio XI concreta las exigencias más importantes de la clase obrera con palabras en las que se ve que la justicia social trata sobre la necesidad de un orden social en que se reconozcan salarios justos. Eso es parte del bien común. No se refiere el Papa a que se cumpla con el salario pactado en un contrato con tal o cual trabajador, lo cual es propio de la justicia conmutativa, sino a que haya un orden social general que reconozca salarios justos para todos. Estas son las palabras de Pío XI en Divini Redemptoris (53):

(…) no se cumplirán suficientemente las exigencias de la justicia social si los obreros no tienen asegurado su propio sustento y el de sus familias con un salario proporcionado a esta doble condición; si no se les facilita la ocasión de adquirir un modesto patrimonio que evite así la plaga del actual pauperismo universal; si no se toman, finalmente, precauciones acertadas a su favor, por medio de los seguros públicos o privados, para el tiempo de la vejez, de la enfermedad o del paro forzoso.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Solución al Problema Social, Colección Cruzada Social N° 4, Editorial IRIS, Bogotá, 1962, 56ss

[2] Cf Loc cit., Ildefonso Camacho, Pg 177


 

 

 

La bondad o no del lucro

Continuemos nuestro estudio del capítulo tercero de Caritas in veritate, que trata sobre la fraternidad, el desarrollo económico y la sociedad civil, y se extiende del N° 34 al 43. Dedicamos la reflexión pasada a reflexionar sobre el principio de la gratuidad, que es ignorado en el mundo de los negocios, de la economía y el comercio, donde el principio rector es el  lucro, la ganancia.

No es que el lucro sea malo en sí mismo, sino que cuando, guiados por el egoísmo, – que es fruto del pecado original, – se abusa de él, el lucro se puede convertir en un instrumento destructivo. No podemos considerarnos dueños absolutos de lo que hemos conseguido. Todo en nuestra historia empieza con el regalo de la vida, que nos viene gratuitamente de Dios. De ese primer don viene todo lo demás. Juan Pablo II en su mensaje de la Cuaresma de 2002 nos lo explica. Dice allí:

“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”(Mt 10, 8).   ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”.

Concluimos en nuestra pasada reflexión que o al desarrollo se le inyecta espíritu cristiano o no se logrará nunca. El desarrollo, más que los valores de la bolsa o de los Bancos, necesita los valores cristianos. A los planes de desarrollo de los países y a cada plan individual nuestro, de vida, lo tenemos que enmarcar en valores cristianos. Eso quiere decir tener en cuenta a Dios; tener en cuenta lo que sus planes sobre el ser humano conocemos a través de su palabra.

¿Dice España NO a sus raíces cristianas?

Decíamos que cuando la sociedad opta por el camino de ignorar a Dios y sigue el camino que le dicta el egoísmo, que promete felicidad inmediata y a corto plazo, obtiene los resultados que Europa está sufriendo ahora. Una sociedad que se supone ha alcanzado niveles altos de desarrollo como la Española, tiene un índice de desocupación que casi dobla al de Colombia.

Por eso Benedicto XVI en el mismo N° 21 de Caritas in veritate plantea la necesidad de un desarrollo que produzca un crecimiento real que se extienda a todos y que sea sostenible. Lo que vemos ahora es un desarrollo que llega a los más fuertes pero que al mismo tiempo es tan débil, que el mundo entró en crisis a pesar del frágil crecimiento de los considerados fuertes. El desarrollo económico, social y político, para que sea integral, es decir verdaderamente humano, en sus planteamientos tiene que encontrar lugar a la gratuidad como expresión de la fraternidad. Que el reconocimiento de que todos los seres humanos somos hermanos no sea sólo de palabra.

Lucro y Bien Común

Sobre el lucro o ganancia, recordemos que la DSI no lo condena, sino que nos orienta hacia su uso correcto: que no sea útil sólo al dueño del negocio sino que, tanto en los medios que utiliza para conseguir el lucro como en el modo de utilizarlo sea útil a la sociedad. Repitamos los criterios para que la ganancia o lucro sea aceptable, como lo enseña Benedicto XVI en Caritas in veritate en el N° 21: La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza. 

Tengamos entonces presente que para que las ganancias se califiquen como útiles, el Papa fija dos criterios: que sean bien obtenidas, no con engaños, no con daño a otros. Los dineros calificados de “mal habidos”, no son aceptables. Y el segundo criterio para una mala calificación del lucro o ganancias es si no tienen como fin último el bien común. Algo que debería hacer pensar a los banqueros y a los agiotistas, cuando en sus negocios sólo piensan en su propio beneficio, sin tener en cuenta el beneficio o el daño a los demás. Como se suele decir en la moderna administración, que el negocio sea GANA-GANA, es decir que ganes tú y gane yo; no que gane yo a costa tuya. Ese es el esquela GANA-PIERDE.    

Como es una época en que llueven las llamadas de los Bancos que ofrecen crédito a través de avances en efectivo, nuevas tarjetas de crédito y además destacan el aliciente de que sólo habrá que empezar a pagar dentro de tres meses,  voy a repetir las ideas de Jim Wallis que alcanzamos a mencionar  al final del programa pasado.

 

No siempre digas sí

 

Porque un Banco ofrezca crédito, eso no quiere decir que siempre esa entidad financiera lo debe conceder, porque si el cliente no tiene cómo responder, se le hace un daño mayor concediéndole un crédito. Eso pasó en los EE.UU. en la crisis de las hipotecas. Los bancos indujeron a sus clientes a embarcarse en préstamos impagables, porque sus ejecutivos ganaban enormes sumas como bonificaciones por los negocios aprobados. Finalmente, los que tomaron los préstamos perdieron no sólo el capital y los intereses que alcanzaron a pagar sino que tuvieron que entregar a los bancos prestamistas la casa que alcanzaron a pensar habían logrado conseguir.

 

 Porque los consumidores recibamos ofertas de créditos, eso no significa que  siempre los debamos tomar. No seamos ingenuos, los Bancos nunca pierden. Ahora bien, tengamos presente que aunque tengamos con qué pagar algo / no siempre lo debemos comprar. El mercado nos llena de publicidad para que compremos lo que no necesitamos. Aprendamos a distinguir entre el deseo y la necesidad, entre el poder hacer algo, la conveniencia de hacerlo y el deber hacerlo. Para discernir sobre esto debemos fijarnos prioridades. Tratan de meternos por los oídos y por los ojos tantas cosas que no necesitamos, que a veces se quedan para después las cosas necesarias. Porque podamos hacer un viaje o comprar algo eso no quiere decir que debamos hacerlo.

La generosidad es propia del ser humano

Las llamadas de nuestros radioescuchas la semana pasada nos ayudaron a comprender la profundidad y  maravilla de que, nuestra disposición al don, a darnos a nuestros hermanos, es propia de nuestra naturaleza, creada a imagen de Dios que es Amor, que es don. Cuando somos egoístas, estamos obrando mal inclinados, heridos como estamos por el pecado original. Pidamos al señor que nos enseñe a amar como Él ama.

Continuemos ahora con el N° 35 de Caritas in veritate. Empecemos por leer la primera parte:

35. Si hay confianza recíproca y generalizada, el mercado es la institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y deseos. El mercado está sujeto a los principios de la llamada justicia conmutativa, que regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales. Pero la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve. En efecto, si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.

Mercado y justicia  social

Comienza el Santo Padre por explicarnos lo que se entiende por el mercado. No se está hablando del lugar a donde se va de compras, sino de la institución, la organización, que desempeña una función de interés de la sociedad. ¿Cuál esa función? El mercado facilita que las personas se encuentren y se relacionen para intercambiar bienes y servicios. Por eso se habla de diversas clases de mercados: el mercado del café, el mercado bancario, el agropecuario, el de los textiles, de las confecciones, de los repuestos, etc. Allí, unos ofrecen sus productos o servicios y otros los buscan para satisfacer sus necesidades. La compra y venta de bienes y servicios se rige por medio de reglas escritas o verbales. El mercado se rige por la justicia conmutativa que, como dice Caritas in veritate, regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales.

Enseguida nos dice Benedicto XVI que la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve.

Las virtudes sociales solución al problema social

Un valioso folletico titulado Solución al Problema Social, publicado hace años, en 1962, por la Cruzada Social y que un querido radioescucha me hizo llegar hace algún tiempo, dedica algunos números a explicar de manera muy sencilla las Virtudes Sociales que son indispensables para establecer un buen orden social. Nos enseñan allí que las virtudes sociales son las que inclinan a los hombres a cumplir sus obligaciones para con sus semejantes y para con la sociedad en que viven y así resulta el bienestar de todos. Añade que las principales virtudes sociales son la justicia y la caridad.

Justicias: conmutativa, distributiva, social

En el N° 35 de Caritas in veritate el Santo Padre nos explica que en el mercado se entablan relaciones para intercambiar bienes y servicios y que esas relaciones se rigen por la justicia conmutativa, la que regula la relación de dar y recibir entre iguales. Unas líneas después, Benedicto XVI subrayatambién la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado. Porque en esas relaciones de mercado no basta la justicia conmutativa.

Mediante la justicia conmutativa nos inclinamos a dar a cada cual lo que le corresponde, respetando por ejemplo el derecho a la propiedad, cumpliendo las obligaciones de los contratos, devolviendo lo que se nos ha prestado, etc., pero la economía de mercado se desenvuelve en un contexto social y político más amplio; no sólo afecta la relación entre un comprador y un vendedor, por ejemplo, sino que esas relaciones se entrelazan con muchas otras redes generales. Las costumbres que rigen muchos contratos se van volviendo normas y afectan en alguna forma la organización social general.

Y ¿qué es la justicia distributiva? Es la que obliga a la  autoridad a distribuir equitativamente los bienes y las cargas entre sus subordinados. De nuestros países se comenta con frecuencia que son inequitativos, porque unos pocos poseen mucho y la mayoría muy poco. Por cierto en estos días me enviaron un correo del que voy a leer una parte. El mensaje lleva por título: ¿QUE ES LA INDECENCIA ?


Se podría llamar también ¿en qué no somos justos? No voy a copiar todo el mensaje porque no me consta que los datos que dan allí sean correctos y no quiero ser injusto. Modifico la redacción también, porque algunas afirmaciones son ofensivas y en este ‘blog’ no podemos ser ofensivos.  

No es equitativo que en Colombia, en 2010, el salario mínimo más el subsidio de transporte de un trabajador sea de $ 515.000 más $ 61.500/mes y el de un Congresista de $33.996.000 (?) pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a  $38.500.000 /mes (¿?).


No es equitativo

que haya profesores,  maestros, catedráticos de universidad o cirujanos de Salud Pública, que ganen menos que el concejal de un municipio pequeño. 

 No es equitativo que un ciudadano tenga que cotizar más de 20 años para percibir una pensión que con frecuencia no alcanza a disfrutar, por la demora inexcusable de la entidad que debe pagársela, mientras, magistrados y congresistas reciben de los dineros de la nación  las más altas pensiones sin mayores requisitos.

  No es equitativo que en las entidades públicas se contraten trabajadores con contratos de servicios sin cumplir las exigencias de la ley laboral.

 No es equitativo

que  los congresistas tengan varios meses de vacaciones al año y los demás trabajadores sólo quince días.
 No es equitativo que el dinero de las  REGALIAS, que está destinado al desarrollo de las regiones y clases menos favorecidas, se quede en las manos  inescrupulosas de algunos  Gobernadores y Alcaldes.

 

 Podrían enumerarse otros casos.Como vemos, la justicia distributiva no se refiere sólo a la distribución de tierras y bienes. Sería interesante examinar cómo se distribuyen las cargas y los cargos.

 ¿Es la Justicia Social distinta a las Justicias Conmutativa y Distributiva?

Benedicto XVI en el mismo número 35 de Caritas in veritate, además de hablar de la necesidad de cumplir en los mercados con la justicia conmutativa y la distributiva menciona la justicia social como si se tratara de una clase de justicia distinta a la conmutativa y a la distributiva, porque dice que: la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve.

 ¿A qué justicia se refiere el santo Padre? La obra mencionada antes, publicada por la Cruzada Social, explica que la Justicia Social es la que exige a los individuos todo cuanto es necesario para el bien común, para el bien de la sociedad. De manera que es un concepto más amplio que el de las justicias conmutativa que se refiere a dar a cada cual lo que le corresponde, y tiene que ver sobre todo con las relaciones de contratos y derecho de propiedad y la justicia distributiva, que como su nombre lo indica se refiere a la equitativa distribución de beneficios y cargas. La justicia social incluye obligaciones para con la autoridad y para con los demás miembros del cuerpo social.[1] Me parece que la justicia social incluye a la conmutativa y la distributiva y va más allá.

 

La Justicia Social en Pío XI

 

Ya Pío XI, en su encíclica Divini Redemptoris,Del Divino Redentor, entre los medios para salvar la civilización cristiana amenazada por el comunismo, señala la práctica de la justicia social.Mencionacomo remedio fundamental, la renovación de la vida cristiana privada y pública (39-43), el desprendimiento de los bienes terrenos, tanto para los ricos como para los pobres (44s), y la caridad cristiana, unida a la justicia conmutativa y social (46-51).

Es muy interesante ver la coherencia de la DSI en los Papas. Voy a leer lo que el P. Ildefonso Camacho[2] comenta en su libro Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, sobre este tema de la Justicia social. Después de comentar que Pío XI dedica una extensión muy amplia (desproporcionadamente amplia, dice), al tratamiento de la justicia, añade:

(…) hay ahora una más neta  distinción entre la justicia conmutativa y la justicia social. Si aquella regula las relaciones entre particulares, “lo propio de la justicia social (es) exigir a los individuos todo lo que es necesario para el bien común (DR 52). Pero el bien común no se entiende como algo genérico, sino como un conjunto de condiciones a las que cada persona debe tener acceso efectivo: supone, por consiguiente, que se dé “a cada parte y a cada miembro, lo que éstos necesitan para ejercer sus funciones propias” (ib).

 

Pio XI concreta las exigencias más importantes de la clase obrera con palabras en las que se ve que la justicia social trata sobre la necesidad de un orden social en que se reconozcan salarios justos. Eso es parte del bien común. No se refiere el Papa a que se cumpla con el salario pactado en un contrato con tal o cual trabajador, lo cual es propio de la justicia conmutativa, sino a que haya un orden social general que reconozca salarios justos para todos. Estas son las palabras de Pío XI en Divini Redemptoris (53):

(…) no se cumplirán suficientemente las exigencias de la justicia social si los obreros no tienen asegurado su propio sustento y el de sus familias con un salario proporcionado a esta doble condición; si no se les facilita la ocasión de adquirir un modesto patrimonio que evite así la plaga del actual pauperismo universal; si no se toman, finalmente, precauciones acertadas a su favor, por medio de los seguros públicos o privados, para el tiempo de la vejez, de la enfermedad o del paro forzoso.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Solución al Problema Social, Colección Cruzada Social N° 4, Editorial IRIS, Bogotá, 1962, 56ss

[2] Cf Loc cit., Ildefonso Camacho, Pg 177

Reflexión 186 – Caritas in veritate N° 16-17 (Charla 24)

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La introducción y el capítulo 1° de Caritas in veritate

 

Benedicto XVI dedicó la Introducción de su encíclica, del N° 1 al 10, a aclarar algunos términos fundamentales, teológicos y éticos para que podamos comprender el contenido de la encíclica. Del N° 10 al 20, lo titula el Papa: El Mensaje de la Populorum progressio,  la encíclica de Pablo VI sobre el desarrollo de los pueblos. Benedicto XVI hace una síntesis del contenido de la encíclica de Pablo VI sobre el desarrollo. Comprendemos así la continuidad, al mismo tiempo que la novedad de la DSI, que es siempre antigua y siempre nueva; que hunde sus raíces en lo eterno de la Palabra de Dios y nos ilumina en los caminos nuevos por donde debemos continuar.

 

Pablo VI y Benedicto XVI nos instruyen sobre el desarrollo

 

¿Cuál es el desarrollo de los pueblos del que nos habla Pablo VI y en el cual profundiza  Benedicto XVI? Las dos encíclicas son muy claras al respecto: se trata del desarrollo integral,  el que abarca al ser humano en todas sus dimensiones; no se trata de sólo el desarrollo material, el que se refiere únicamente al avance de la ciencia y de la tecnología, que ayuda al mayor y más eficiente uso de los bienes materiales; no se trata  sólo del crecimiento de la economía y el mejoramiento general de todas las realidades terrenas, sino también del desarrollo de la persona en sus dimensiones más elevadas: la espiritual, la intelectual, la social…

Si se tratara sólo del crecimiento económico, sólo del desarrollo material de los pueblos, la Iglesia no tendría todo el interés con el que se compromete en sus permanentes intervenciones. Hablando del desarrollo de la persona humana como de una vocación de todos, Benedicto XVI nos dice en el N° 16 de Caritas in veritate, que lo que legitima la intervención de la Iglesia en la problemática del desarrollo  es que, cuando se habla del desarrollo se trata también del destino eterno del ser humano y de su seguro caminar en la historia junto con sus otros hermanos, hacia la meta a la que está destinado. Podríamos decir que trabajar por el desarrollo integral es el caminar del ser humano y de sus hermanos en la historia, es hacer el camino hacia la eternidad.

 

Un desarrollo que aliena

 

Si se orientara el desarrollo a sólo la dimensión material y temporal de la persona humana, se recortaría su grandeza, se limitarían sus posibilidades espirituales… A trabajar sólo por el desarrollo material de la persona humana, ignorando toda la riqueza espiritual e intelectual se le podría llamar con toda razón “alienarse”. Recordemos que alienarse es lo mismo que perder la propia identidad; alienarnos es perder nuestra manera natural de ser.[1]

A la Iglesia le interesa que la persona humana crezca, se desarrolle, según  el diseñó del Creador. La Evangelización nos indica el camino de Dios, como Jesús nos lo enseñó. El Evangelio nos enseña a ser más humanos, con la perfección posible de la naturaleza humana como Dios la diseñó. Apartarnos del plan concebido por Dios para las personas, para las familias, para la sociedad, no sería conseguir seres humanos mejores sino más imperfectos, familias y sociedad lejanas a lo que el Creador pretende. ¿Cómo intentar siquiera, mejorar lo que Dios ha ideado en su infinita sabiduría.

Hay mucha soberbia cuando se pretende mejorar una plana escrita por Dios. Eso fue lo que quisieron hacer los ángeles caídos. Lo que pretendieron nuestros primeros padres en el paraíso. Lo que, por ejemplo, pretenden crear ahora los partidarios de matrimonios entre homosexuales.

No tiene lógica la presentación del desarrollo humano que hacen los promotores del libre desarrollo de la personalidad que defienden la libertad de consumir drogas porque la Constitución establece en su artículo 16, que Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico. ¿Por qué no piensan también en las limitaciones que les impone Dios a través de la ley natural?

La defensa del consumo de estupefacientes basada en el libre desarrollo de la personalidad es contradictoria, pues con ese argumento no se defiende  el desarrollo de la persona sino su deterioro.

 

Derecho a limitar o hacer daño al propio desarrollo

 

Pretenden que la Constitución garantice no sólo el libre desarrollo de la personalidad, sino el derecho a recortarlo, o peor aún, el derecho a hacer daño al propio desarrollo. De manera que, tras el maquillaje del libre  desarrollo de la personalidad,  lo que realmente se busca es que se garantice el libre no desarrollo de la personalidad. No es extraño que se pretenda garantizar también el derecho a quitarse la vida, el derecho a la propia destrucción, por medio de la eutanasia.

Es doloroso, pero entre los juristas y legisladores de nuestro país hay personas con ideologías claramente anticristianas, cuya visión de lo que es el ser humano se aparta mucho de lo que nos enseña la antropología cristiana, es decir lo que es el ser humano según el diseño de Dios. En esa ideología se fundamentan algunos de sus fallos o sus proyectos de ley, que apartan a nuestra sociedad de los caminos del ser humano según el Evangelio.

 

Nuestra vocación al desarrollo

 

Dicen Pablo VI y  Benedicto XVI que nuestro propio desarrollo es una vocación a la que todos estamos llamados. No podemos hacernos los sordos a la llamada a nuestro propio desarrollo. Volvamos a leer las palabras de Populorum progressio con las que terminamos la reflexión anterior:

15. En los designios de Dios, cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda vida es una vocación. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos como un germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructificar: su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces es trabado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso: por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.

De manera que todos estamos llamados a desarrollarnos, a crecer como personas, y es ése un deber personal: Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Aclara a continuación Pablo VI:

16. Por otra parte este crecimiento no es facultativo. De la misma manera que la creación entera está ordenada a su Creador, la creatura espiritual está obligada a orientar espontáneamente su vida hacia Dios, verdad primera y bien soberano. Resulta así que el crecimiento humano constituye como un resumen de nuestros deberes. Más aun, esta armonía de la naturaleza, enriquecida por el esfuerzo personal y responsable, está llamada a superarse a sí misma. Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud; tal es la finalidad suprema del desarrollo personal.

Trabajar por nuestro propio desarrollo es, entonces, un deber personal; que es el resumen de nuestros deberes, dice Pablo VI, como lo acabamos de leer. Repitamos algunas  frases de Pablo VI:

– En los designios de Dios, cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda vida es una vocación.

Desde su nacimiento, ha sido dado a todos como un germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructificar.

Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación.

– Cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso

Cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.

– Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud; tal es la finalidad suprema del desarrollo personal.

 

Desarrollo y Parábola de los talentos

 

Después de escuchar estas enseñanzas no podemos ignorar la advertencia de la parábola de los talentos porque Desde nuestro nacimiento,  nos ha sido dado a todos como un germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructificar. Un día nos pedirán cuentas.  De nosotros espera el Señor que hayamos hecho fructificar las cualidades y aptitudes que nos fueron dadas (Mt 25 14-30).

Esas aptitudes y cualidades de distinto orden nos han sido dadas paras que las hagamos crecer. El día de la cuenta final no podemos llegar siendo más imperfectos… Estamos llamados a orientar nuestra vida hacia Dios, verdad primera y bien soberano.

La vocación de la persona humana al desarrollo comienza en el momento en que de Dios la llama a la vida. Cuando Dios infunde su espíritu a ese minúsculo ser, lo está dotando del poder de crecer, de desarrollarse; primero al cuidado del amor materno que le presta el refugio de su vientre y los medios para irse convirtiendo, hasta su nacimiento, en un hijo de Dios completo, con la capacidad de un ser humano independiente.

 

Aborto y desarrollo

 

Hay personas que, por medio del aborto, pretenden impedir que ese ser llamado a la vida vea la luz, llegue a ser, como está destinado a ser, una persona humana que desarrolle libremente su camino hacia la eternidad y preste su inteligencia, su voz, sus manos, para el desarrollo del mundo, según los planes del Creador. 

En el N° 17 de Caritas in veritate Benedicto XVI nos explica lo que significa la vocación al desarrollo a que  estamos llamados. Como Dios nos creó libres, su llamada al desarrollo implica una respuesta libre de nuestra parte. Dice así el Santo Padre:

17. La vocación es una llamada que requiere una respuesta libre y responsable.

Uno responde libremente cuando no lo hace obligado por otras personas o porque las circunstancias no le permiten otra salida. Nuestra respuesta es “responsable”, cuando somos conscientes de que debemos dar cuenta de nuestra acción.

 

El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y de los pueblos: ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana. Los «mesianismos prometedores, pero forjadores de ilusiones»[2] basan siempre sus propias propuestas en la negación de la dimensión trascendente del desarrollo, seguros de tenerlo todo a su disposición. Esta falsa seguridad se convierte en debilidad, porque comporta el sometimiento del hombre, reducido a un medio para el desarrollo, mientras que la humildad de quien acoge una vocación se transforma en verdadera autonomía, porque hace libre a la persona.

 

Los falsos mesías, forjadores de falsas ilusiones

El comienzo de este número 17 de Caritas in veritate evoca claramente la advertencia de Pablo VI sobre el peligro de los falsos mesianismos, “forjadores de ilusiones”. Cuando el mesianismo comunista que prometía un paraíso terreno se derrumbó, pensamos que ese peligro había pasado; sin embargo vemos hoy que aparecen nuevas dictaduras que vuelven a ofrecer un aparente desarrollo, que para conseguirlo exige que se le empeñe el don de la libertad y  surgen rebaños de personas obnubiladas por las promesas que a la postre resultan engaños.

No podemos aceptar un desarrollo aparente que, a cambio, obliga a renunciar al verdadero, propio desarrollo. No promete  un desarrollo humano integral, si recorta la libertad.

En Venezuela anuncian ya que están creando una especie de cartilla de racionamiento, a la cual tendrán acceso los que se sometan al nuevo movimiento. Están cerca de las elecciones, de manera que parece claro el intercambio que se propondrá: “tienes derecho a la cartilla para conseguir alimentos a precios especiales, si adhieres a la revolución”… Se ofrece el trueque de calmar el hambre, a cambio de la libertad.

Leamos las palabras de Pablo VI en Populorum progressio en los N° 6 y 11 a las cuales se refiere Caritas in veritate. Pablo VI presenta primero cuáles son las aspiraciones del ser humano.

¿A qué aspiran  los hombres de hoy?

 

6. Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones, que hacen ilusorio este legítimo deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la independencia nacional sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones.

Para crecer es necesaria la libertad política, es decir la libertad de la que gozan  los pueblos independientes. Y no es suficiente sólo el crecimiento económico; se requiere también un crecimiento social, que no es posible sin libertad individual. No basta tener más; lo que la persona humana quiere para sí es SER más.  La búsqueda de satisfacción del hondo deseo de ser más, de mayor desarrollo, puede conducir por caminos equivocados, que lleven sólo a TENER más y la consecuencia puede ser tener más pero SER menos. Leamos la advertencia de Pablo VI sobre los falsos mesianismos, en el N° 11 de Populorum progressio:

En este desarrollo, la tentación se hace tan violenta, que amenaza arrastrar hacia los mesianismos prometedores, pero forjados de ilusiones. ¿Quién no ve los peligros que hay en ello de reacciones populares y de deslizamientos hacia las ideologías totalitarias? Estos son los datos del problema, cuya gravedad no puede escapar a nadie.

 

Artífices de de nuestro éxito o de nuestro fracaso

Sobre estas reflexiones de Pablo VI dice Caritas in veritate en el N° 17 que estamos estudiando:

 

Pablo VI no tiene duda de que hay obstáculos y condicionamientos que frenan el desarrollo, pero tiene también la certeza de que «cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso»[3]. Esta libertad se refiere al desarrollo que tenemos ante nosotros pero, al mismo tiempo, también a las situaciones de subdesarrollo, que no son fruto de la casualidad o de una necesidad histórica, sino que dependen de la responsabilidad humana. Por eso, «los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos»[4]. También esto es vocación, en cuanto llamada de hombres libres a hombres libres para asumir una responsabilidad común. Pablo VI percibía netamente la importancia de las estructuras económicas y de las instituciones, pero se daba cuenta con igual claridad de que la naturaleza de éstas era ser instrumentos de la libertad humana. Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo en un régimen de libertad responsable puede crecer de manera adecuada.

Oigamos una vez más, de labios del Papa, el clamor de los hambrientos,  que es para cada uno de nosotros, una llamada, una vocación: «los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos»[5]. También esto es vocación, en cuanto llamada de hombres libres a hombres libres para asumir una responsabilidad común.

Los seres humanos tenemos una vocación a trabajar por el desarrollo de los más pobres. A eso nos llama Dios. Tienen también una vocación las estructuras económicas y las instituciones: no existen los gremios económicos ni las instituciones del gobierno nacional ni las organizaciones internacionales para beneficio de unos pocos, su vocación es el bien común, no sólo su bien particular.

 

Nuestra banca nacional no parece entender que su vocación, su razón de ser, deba ser el bien común. Llama la atención que con sus inmensas ganancias, no comprendan que no existirían si sus clientes se les apartaran. A pesar de sus inmensas utilidades, los bancos acaban de pedir al gobierno que quiten la tasa de usura, con el curioso argumento de que la razón por la cual los pobres no tienen acceso a los servicios bancarios, es que esas entidades no les pueden prestar a intereses bajos. Como si estuvieran prestando a pérdida, para querer aumentar las tasas que ya son muy altas.[6]

 

Dice Benedicto XVI, que Pablo VI percibía netamente la importancia de las estructuras económicas y de las instituciones, pero se daba cuenta con igual claridad de que la naturaleza de éstas era ser instrumentos de la libertad humana. Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo en un régimen de libertad responsable puede crecer de manera adecuada.

¿Será que comprenden los banqueros que la naturaleza de las instituciones, – también de las financieras, – es ser instrumentos del desarrollo de la persona humana y no sólo del crecimiento económico de sus dueños? ¿Será que no comprenden que son parte del libre mercado, pero que esa libertad tiene que ser responsable frente al bien común?

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Cr Relexión 49 jueves 1 de marzo 2007.

[2] Cf. Carta enc. Populorum progressio 11: l.c., 262; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 25: l.c., 822-824.

[3] Carta enc. Populorum progressio, 15: l.c., 265.

[4] Ibíd., 3: l.c., 258.

[5] Ibíd., 3: l.c., 258.

[6] Según El Tiempo, Bogotá, 01 septiembre 2010,  en Colombia el desempleo continúa en 12.6%, mientras el subempleo crece. En julio 21010, los subempleados llegaron a 7.34 millones. El sector financiero, por otra parte ganó $ 5.3 billones (millones de millones de pesos) en siete meses. ¿De dónde obtienen tan generosas ganancia?

Reflexión 182 – Caritas in veritate (20)

 Caritas in veritate  N° 14 y 15 (20)

 

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Coherencia del pensamiento de Pablo VI en Populorum progressio y Octogesima adveniens

 

 

Hemos estado estudiando el capítulo primero de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI. Dedica el Papa este capítulo a comentar el mensaje social de Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, sobre el desarrollo de los pueblos. Nos demuestra el Papa Benedicto la coherencia del pensamiento de Pablo VI en el conjunto de su doctrina social, en particular la coherencia en la doctrina que se enseña en la encíclica Populorum progressio y en la carta apostólica Octogesima adveniens.

 

Como vimos, esta carta apostólica Octogesima adveniens, que no es una encíclica, la dirigió Pablo VI al cardenal canadiense Maurice Roy, entonces presidente de la  Comisión pontificia  Justicia y Paz y del Consejo para los Laicos. En lo que se refiere al desarrollo integral, nos podemos dar cuenta de la importancia de esa carta apostólica, con sólo ver los temas que en ella trata Pablo VI. Veamos:

 

El Papa se había ocupado del tema de la pobreza, cuatro años antes,  en Populorum progressio, en un momento en el que se hacía cada vez más grande la distancia entre los países industrializados y los así llamados países subdesarrollados; situación inaceptable, porque la disponibilidad de recursos para todos era abundante. Había entonces, como sigue habiendo ahora, un problema de inequidad en la disponibilidad de esos recursos para el desarrollo de los más débiles. Como hemos comentado en varias oportunidades, no es suficiente que la economía crezca para que automáticamente se consiga un desarrollo integral, si los bienes no se distribuyen con equidad.

 

El político cristiano frente a los problemas de justicia social

 

Pablo VI dirige su atención en Octogesima adveniens a la responsabilidad de la comunidad cristiana en la vida social y política.[1] Por esa razón, los católicos que intervienen en política deberían conocer  bien esta carta apostólica. Frente a los problemas de la pobreza, de la justicia social, ¿cuál debe ser la posición del cristiano, en particular de los que intervienen en la política?

 

Después de presentar en la carta apostólica, los  problemas sociales más apremiantes, en la segunda parte Pablo VI trata sobre las implicaciones que tienen las aspiraciones del hombre de hoy a la democracia, a la igualdad y la participación y así mismo sobre la incompatibilidad del cristianismo con las ideologías marxista y liberal y la necesidad para el cristiano, de no caer en la trampa de las ideologías.

 

Es conveniente recordar lo que se entiende por ideología. Por ideología se entiende una visión, una manera de ver la naturaleza, de ver al ser humano y a la sociedad, para sobre esa base construir un proyecto de sociedad que responda a esa visión. Una ideología construye mentalmente la clase de sociedad que se propone. Por ej., la ideología comunista ¿cómo ve al ser humano y a la sociedad?  Tenemos esa visión convertida en realidad en los países donde se impuso el comunismo: una sociedad manejada por la dictadura, con limitaciones inadmisibles a la libertad individual y colectiva, una sociedad en la que la ideología se imponía por la fuerza, en la que estaba vedada la religión, etc.

 

¿A qué trampas de las ideologías se refiere Pablo VI en su carta apostólica?

 

No todas las ideologías son malas; la sociedad se construye de acuerdo con una manera de ver el ser humano. En ese sentido se podría hablar de ideología cristiana, a la que está de acuerdo con la antropología crstiana, la que ve al ser humano como creado a imagen y semejanza de Dios y propone una sociedad regida por los planes del Creador, como se describen en la Sagrada Escritura. Sin duda cuando el Papa nos previene para no caer en las trampas de las ideologías, se refiere a esas posturas ideológicas que encierran al ser humano en sí mismo, que no aceptan el puesto de Dios en la sociedad y por lo tanto niegan la trascendencia. Esas maneras de considerar al hombre y a la sociedad lejos de su relación con Dios, tienen implicaciones que los cristianos debemos tener en cuenta para no adherir a ellas. Implicaciones que son distintas en el socialismo y en el liberalismo, pero de todas formas inaceptables. Algunas implicaciones pueden ser comunes al pensamiento tanto del socialismo como del liberalismo, por ejemplo las consecuencias de su materialismo.

 

En el caso de la ideología socialista hay que estar atentos, en particular, a las limitaciones inadmisibles a la libertad,  a la incitación a la violencia y a la negación de Dios. Es claro cómo funciona un régimen socialista, porque tenemos ejemplos vivos en los regímenes que atacan la libertad de opinión y de información, los que persiguen a quienes se niegan a pensar como ellos.

 

En la ideología liberal podemos ver cómo conciben la sociedad: con libertad absoluta, con el ser humano como centro y determinador último del manejo de toda actividad, empezando por la económica, que busca sobre todo el bien individual aun a costa del perjuicio de los demás; de ahí la falta de equidad, característica del individualismo. Se predica la libertad por encima de todo. La presentación de ser adalides de la libertad es muy atractiva; sin duda es una trampa. Vemos en nuestra sociedad a qué extremos se llega cuando se abraza la libertad sin limitaciones…

 

 

Función del poder político y la participación de los cristianos en la política

 

 

En la tercera parte de Octogesima adveniens, Pablo VI trata sobre los cristianos ante los nuevos problemas, en particular ante el problema del desarrollo económico, las empresas multinacionales y sus peligros (OA 44). En cuanto a la política, el Papa trata sobre la función del poder político y la participación de los cristianos en la política.

 

 Pablo VI sigue la metodología VER-JUZGAR-ACTUAR, por eso, después de presentar y analizar la realidad, desde la visión cristiana,  la última parte de Octogesima adveniens se dedica a un llamamiento a la acción.

 

Se pregunta el Papa: en una sociedad pluralista, que aspira a una organización democrática, ¿cómo debe actuar el cristiano frente a las diversas corrientes ideológicas que pretenden organizar la sociedad?  A los interesados en la política,- ojalá hubiera muchos católicos que intervinieran, para bien de la sociedad, – les quisiera dejar la inquietud de prepararse. Las encíclicas sociales son documentos imprescindibles, para conocer la doctrina católica sobre la sociedad.

En Octogesima adveniens aprendemos que en el análisis de la realidad, en su juicio sobre ella y en sus decisiones para actuar, el político cristiano no puede ignorar las enseñanzas sociales de la Iglesia. Las enseñanzas del magisterio que, basadas en el Evangelio, orientan al cristiano proporcionándole principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.

 

La Jerarquía en la orientación doctrinal; los laicos en la acción política

 

Nos enseña Pablo VI que para el análisis de la realidad es indispensable, además de la orientación doctrinal del magisterio, el aporte de la comunidad creyente, el aporte de los laicos. La presencia de los laicos es necesaria en la acción, de manera particular en el campo de la política, en donde no tiene cabida la jerarquía.

 

Populorum progressio, Humanae vitae y Evangelii nuntiandi

 

 

Continuemos con el N° 15 de Caritas in veritate. Este número lo dedica Benedicto XVI a presentar la coherencia del pensamiento de Pablo VI en Populorum progressio y otros dos documentos muy importantes, además de Octogesima adveniens, que acabamos de considerar. El Santo Padre se refiere a la encíclica Humanae vitae, De la vida humana,  y a la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, sobre la evangelización.

 

Recordemos que la encíclica Populorum progressio fue publicada en la Pascua de 1967; el Concilio Vaticano II  había terminado menos de dos años antes, en diciembre de 1965. Leamos completo el N° 15 de Caritas in veritate:

15. Otros dos documentos de Pablo VI, aunque no tan estrechamente relacionados con la doctrina social —la Encíclica Humanae vitae, De la vida humana, del 25 de  julio de 1968, y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del 8 de diciembre de 1975— son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la Iglesia. Por tanto, es oportuno leer también estos textos en relación con la Populorum progressio.

La Encíclica Humanae vitae subraya el sentido unitivo y procreador a la vez de la sexualidad, poniendo así como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la complementariedad; una pareja, pues, abierta a la vida[2].  No se trata de una moral meramente individual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social, inaugurando una temática del magisterio que ha ido tomando cuerpo poco a poco en varios documentos y, por último, en la Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II[3]. La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que «no puede tener bases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada»[4].

 

Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo. Evangelización y promoción humana

 

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo, en cuanto «la evangelización —escribe Pablo VI— no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre»[5]. «Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes»[6]: partiendo de esta convicción, Pablo VI aclaró la relación entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad. El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero [7] de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización[8]. Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella.

Cita Benedicto XVI varios documentos de Pablo VI para comprobar la coherencia de su doctrina social: ya nos referimos a la Carta Apostólica Octogesima adveniens, en el octogésimo aniversario de la publicación de la encíclica Rerum novarum.  Como acabamos de leer, menciona también Benedicto XVI la encíclica Humanae vitae, De la vida humana, y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.

 

Nos detendremos a considerar los lazos estrechos, que según Benedicto XVI hay entre Populorum progressio y Humanae vitae; pasaremos luego a ver la relación de P.P. y Evangelii nuntiandi.

 

Afirma Benedicto XVI en el N° 15 de Caritas in veritate, sobre Humanae vitae  y Evangelii nuntiandi, que aunque estos dos documentos no estén tan estrechamente relacionados con la doctrina social, son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la Iglesia.

 

¿Qué dice la Humanae vitae, que tenga que ver con un desarrollo plenamente humano?

 

Tengamos presente que cuando la Iglesia en su DS propone un modelo de desarrollo, no lo hace desde el punto de vista técnico. Ese es papel de los técnicos; lo que la Iglesia propone y defiende es que el desarrollo debe ser plenamente humano. Ese es el campo de la DSI, el humano. La Iglesia reclama que ella es experta en humanidad. Leamos  con atención las palabras del Papa en el N° 15:

 

La Encíclica Humanae vitae pone como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la comple/menta/riedad; una pareja, pues, abierta a la vida[9]. En discurso  a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica Humanae vitae (10 mayo 2008) dijo el Papa sobre esa encíclica, que ella subraya con fuerza, yendo con valentía contra corriente con respecto a la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida (…)

 

La familia, célula de comunión, porque constituye el fundamento de la sociedad

 

 

El amor de los esposos abierto a la vida, pone en perspectiva a la familia. La familia, célula de comunión, porque constituye el fundamento de la sociedad[10]tiene una misión esencial  según la doctrina de la Iglesia: está llamada a revelar al mundo el amor de Dios, a ser signo visible de la verdad, a defender los valores intrínsecos en la naturaleza humana y, por tanto, comunes a toda la humanidad, esto es, la vida, la familia y la educación. Estas palabras las dirigió Benedicto XVI a los asistentes a la Jornada internacional de la familia, el 16 de mayo de 2008. Cuando afirma la Iglesia que el desarrollo integral tiene que ser plenamente humano, dice, por lo menos de manera implícita, que cuando se planifica el desarrollo, se debe tener en cuenta a la familia. En Caritas in veritate continúa Benedicto XVI sobre la encíclica Humanae vitae, De la vida humana:

 

 No se trata de una moral meramente individual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social. La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que «no puede tener bases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada

 

No nos vamos a detener en el estudio de Humanae vitae, porque esa tarea rebasa el objetivo de estas reflexiones dedicadas a la DSI, pero recordemos que cuando Pablo VI presentó al mundo la encíclica De la vida humana, se suscitó una crisis en la Iglesia. Pablo VI tomó cuatro años en el estudio y elaboración de la encíclica. Sintió el Papa que era una gravísima responsabilidad suya pronunciarse sobre el control natal; confesó que había sufrido mucho espiritualmente. Dijo en su alocución semanal, una semana después de la promulgación de la encíclica: “Jamás habíamos sentido como en esa coyuntura el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos. Hemos rezado también mucho.[11]

 

Nos podemos preguntar ¿por qué incluir la encíclica Humanae vitae en el pensamiento social de Pablo VI. Atendamos las palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate, sobre la coherencia de las enseñanzas sociales de Pablo VI. Nos dice que la Humanae vitae no trata sólo un tema de moral individual, sino que tiene que ver con la moral social. La moral individual se refiere a los deberes particulares de los individuos, mientras que la moral social tiene que ver con los compromisos que el individuo tiene con la sociedad. Puesto que vivimos con otras personas, nuestras acciones, cuando tienen que ver con los demás, no son correctas o incorrectas, buenas o malas, sólo porque individualmente consideradas así parezcan, sino que hay que tener en cuenta si afectan a la sociedad.

 

Ética de la vida y Ética social.

 

 Habla Benedicto XVI de Ética de la vida y Ética social. Sabemos que el respeto a la vida se basa en la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. La vida es intocable, la vida es sagrada. Es un contrasentido pretender que se defienden los derechos humanos si al mismo tiempo se menosprecia la vida de los demás. Una sociedad que acepta y tolera la violación de la vida humana, sobre todo si se trata de la débil vida de un niño por nacer, el ser humano más indefenso, o  de la vida de un marginado, es una sociedad que se desmorona. ¿Puede haber una sociedad con bases más débiles que una sociedad que no respeta la vida? Se dice, a veces, que se defienden los derechos humanos, mientras se pisotean los derechos de las familias. ¿Tiene eso sentido?

 

Antes de terminar repitamos las palabras de Benedicto XVI sobre la encíclica Humanae vitae que leímos antes: dijo el Papa, que esa encíclica subraya con fuerza, yendo con valentía contra corriente con respecto a la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida (…)

(…) la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo, abierto a la vida. Voy a terminar con unas frases del doctor Hernán Vergara Delgado en su estudio sobre la Humanae vitae:

 

Defender la posibilidad de que una vida humana llegue a la existencia porque en ella se actúa el poder creador de Dios y el ejercicio de la libertad y de su amor sólo puede ser un acto de fe.

 

Defender la vida humana en cuanto es sólo posibilidad es la más sublime defensa de la vida que puede darse y, como el que puede lo más puede lo menos, es también la mayor garantía posible de que la vida sea defendida en personas ya existentes, que es la pretensión de los derechos humanos.[12]

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una perspectiva histórica, San Pablo, capítulo 13, Pablo VI y la sociedad moderna.

[2] Cf. nn. 8-9: AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica «Humanae vitae» (10 mayo 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 mayo 2008), p. 8.

[3] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 93: AAS  87 (1995), 507-508.

[4] Ibíd., 101: l.c., 516-518.

[5] N. 29: AAS 68 (1976), 25.

[6] Ibíd., 31: l.c., 26.

[7] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: l.c., 570-572.

[8] Ibíd.; Id., Carta enc. Centesimus annus, 5. 54: l.c., 799. 859-860.

[9] Cf. nn. 8-9: AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica «Humanae vitae» (10 mayo 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 mayo 2008), p. 8.

[10] Cf Ibid.

[11] La alocución se encuentra en “Humanae vitae un documento dramático”, en el anexo “Versión final del Capítulo Tercero del libro “Soberanía de la fe” (1996), por Hernán Vergara Delgado, 2° edición octubre 2006,  publicado por la Comunidad Humanae vitae, humanaevitae@cable.net.co

[12] Hernán Vergara Delgado, op. Cit., Pg 21

Reflexión 180 – Caritas in veritate (17)

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Populorum progressio hoy

 

Estamos estudiando el capítulo 1° de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto XVI, que dedica el Papa al Mensaje de Populorum progressio, la encíclica de Pablo VI, sobre el desarrollo de los pueblos. Recordemos que Benedicto XVI preparó Caritas in veritate para conmemorar los 40 años de Populorum progressio.

Nos dice Benedicto XVI que Populorum progressio es un mensaje de caridad y de verdad. En esta carta, Pablo VI continúa la línea de la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, que es una declaración de solidaridad de la Iglesia con los seres humanos, en sus gozos y sus esperanzas y de manera concreta con los pobres y con todos los que sufren. Pablo VI invita de manera particular a todos los países ricos a ser solidarios con Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos (P.P. 3).

Populorum progressio en el contexto general de la DSI

 

Nos invita Benedicto VI a considerar  la encíclica Populorum progressio en el contexto de todo el magisterio de Pablo VI y de la Tradición de la Iglesia. Nos indica así el Santo Padre que,  cuando estudiamos las enseñanzas de la Iglesia las debemos entender sabiendo que se basan en la tradición apostólica y los demás documentos del magisterio. Esto es una invitación a no tomar sólo algunos párrafos, por ejemplo, de una encíclica, sino a tener en cuenta la totalidad de la doctrina.

 

Como Populorum progressio es una encíclica social hay que entenderla  como doctrina, que por lo tanto tiene que ver con nuestra fe y no es sólo  materia de la sociología o de la economía. Otra cosa es que en sus enseñanzas sociales los Sumos Pontífices se valgan también de argumentos de la razón y de la moral natural, como también de argumentos basados en la Sagrada Escritura. Si las encíclicas sociales no se basaran en la tradición apostólica,  sino únicamente en datos propios de la sociología y de la economía, perderían su naturaleza teológico-moral, es decir sus raíces de fe.

 

También al considerar el mensaje de Populorum progressio invita Benedicto XVI a tener en cuenta las diferencias que puedan existir en los planteamientos que sobre el desarrollo se presentan hoy y los que se hacían cuando Pablo VI promulgó la encíclica  Populorum progressio. Los cambios permanentes en el mundo y en particular en América Latina, invitan a la Iglesia a vivir al día, porque, como dijo el Papa en Aparecida, refiriéndose a Gaudium et spes

 

La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo.[1]

 

La DSI en otros documentos de Pablo VI y ahora se pone al día

 

En este mismo capítuo 1° de Caritas in veritate,  Benedicto XVI se detiene a explicar estos temas sobre Populorum progressio, el Concilio Vaticano II y la doctrina social de Pablo VI como se presenta en otros de sus mensajes; en Sollicitudo rei socialis, Octogesima adveniens, Humanae vitae y Evangelii nuntiandi. Sobre los cambios en el mundo, después de Populorum progressio, que tengan incidencia en el concepto de desarrollo integral, Benedicto XVI había presentado su visión en la V Conferencia Episcopal de A.L. y el Caribe, en Aparecida. Allí, en su discurso de inauguración de la Conferencia, el Santo Padre se refirió al fenómeno de la globalización con estas palabras:

En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de su profunda aspiración a la unidad, sin embargo comporta también el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. Como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

 

Lo positivo y lo negativo de la globalización

 

Tengamos en cuenta esta mención de la globalización en su lado  positivo, como señal de la aspiración que la familia humana tiene de conseguir la unidad, sin olvidar los peligros a que la globalización puede conducir, como son el llegar a convertir el lucro en valor supremo y que la unidad se consiga, pero por el dominio de los grandes monopolios. Cuando el Papa nos prevenía de esos peligros de la globalización, en la Conferencia de Aparecida, todavía el mundo no se había percatado de la crisis económica mundial que empezaba a manifestarse.

Algún cambio se deberá producir en el concepto de desarrollo, desde cuando Pablo VI nos ofreció su encíclica Populorum progressio, y el mundo no ha logrado superar  las consecuencias de la crisis económica y financiera. Si se pensó que para que hubiera desarrollo era suficiente el crecimiento económico, habrá que hacer un alto y rectificar conceptos, para encontrar las causas de la crisis, que se ha manifestado con particular persistencia, en los países considerados más desarrollados. Si el capitalismo quiere seguir vivo tiene que hacer un examen de conciencia serio, porque parece enfermo.

También en su discurso de inauguración  en Aparecida, Benedicto XVI recalcó que a pesar de avances hacia la democracia, la economía liberal debe tener en cuenta la necesidad de la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza o incluso expoliados de los propios bienes naturales.

 

Sólo los argumentos técnicos no pueden explicar las causas de la crisis económica mundial

Para el análisis de las causas de la crisis económica mundial no son suficientes los aportes de los técnicos de la economía y de las finanzas; se requiere escuchar a otros, expertos en otros campos de la actividad humana. Las causas de la crisis se extienden más allá del manejo técnico o matemático de la actividad humana. Escuchemos las interesantes palabras de las conclusiones de la XVI Sesión Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales el 6 de mayo de 2010, que se reunió para estudiar desde una visión católica, integral, la crisis económica mundial.

Teólogos y moralistas, sociólogos y politólogos, abogados y economistas de todo el mundo se han reunido con el objetivo común de poner sus conocimientos al servicio de la comunidad, al servicio de la familia humana, en la búsqueda desinteresada de la verdad científica que, como tal, coincide con la verdad del hombre. Es este ambiente de diversidad científica y de compromiso con la tarea común el que confiere grandeza a nuestra misión de proporcionar, dentro de nuestras limitaciones, una contribución a la Iglesia y un servicio a la humanidad. (ZENIT.org)

El análisis de lo económico en el marco de lo ético tiene especial importancia, porque, como lo advierte Benedicto XVI en Caritas in veritate (N° 37), toda decisión económica tiene una consecuencia moral.

 En este contexto debemos comprender la contribución a la familia humana, de la encíclica Caritas in veritate, hoy, y de Populorum progressio en su momento.

Como hay personas que ignoran o rechazan que la Iglesia se pronuncie en asuntos como la crisis económica que sacude al mundo, personas que tienen una concepción unilateral de la vida y de la sociedad, que sólo aceptan ver el mundo tangible, material, y no el mucho más rico, el que comprende lo espiritual, lo trascendente, escuchemos estas otras palabras de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, al término de la misma sesión a que nos hemos referido:

Para desplazarse por la selva de la vida, es necesario conocer sus senderos, conocer el equipo necesario para el viaje, calcular la fuerza de la que uno dispone y entender que cualquier viajero podría ser de gran ayuda en un momento de necesidad. Es decir, que necesitamos gente de mente abierta, con la capacidad de integrarse en equipos de trabajo y con la capacidad de reflexión, apostamos por las personas que están convencidas de que el mundo es tan complejo que sólo con la cooperación de los demás vamos a lograr el fruto del trabajo y, además, que sólo con una visión de conjunto será posible encontrar una solución, a través de la interacción cooperativa de los que se comprometen en ella.

La Iglesia al servicio de la familia humana

Cuando la Iglesia interviene con su orientación sobre temas políticos o económicos, que con frecuencia son temas relacionados, lo hace en cumplimiento de su papel de servidora de la persona humana. Nos enseña Benedicto XVI en su presentación del mensaje de Populorum progressio que Pablo VI  parte precisamente de esa visión para decirnos dos grandes verdades: La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. La segunda verdad es que el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.

Nos enseña entonces el Santo Padre que el desarrollo integral es el que comprende a la totalidad de la persona humana, en todas sus dimensiones. Cuando se piensa en el desarrollo como si consistiera sólo en el crecimiento económico, se actúa sólo para conseguir objetivos materiales, transitorios y perecederos, y las consecuencias limitantes o dañinas de ese enfoque se podrían comparar con un desarrollo de la persona humana que se dedicara exclusivamente al crecimiento de los músculos, al aumento de su fuerza, elasticidad, velocidad de respuesta a estímulos y se olvidara de su desarrollo psicológico en lo afectivo, lo intelectual y lo espiritual.

Esa comparación la podemos llevar más lejos: si se trabaja sólo en el desarrollo físico de alguien, se puede lograr una persona de gran capacidad para actividades que requieren fortaleza muscular o velocidad; pero si esa persona no ha desarrollado al mismo tiempo su personalidad psicológica, moral y espiritual ese individuo se podría dedicar a actividades delictivas, destructivas de otros y de sí mismo.

Algo así sucede cuando en la actividad económica se tiene como principal o único objetivo el lucro, el tener más y no también el llegar a ser más, sin importar el bien o el mal de los demás. En esos casos las personas se dejan arrastrar por la ambición, por la avaricia y no consideran los efectos negativos que a los demás pueden acarrear sus actividades, por ejemplo los intereses de usura que cobren, la mala calidad de los productos o servicios que ofrezcan y en los negocios internacionales, por ejemplo los efectos nocivos en terceros países por negocios como los que realizan con los activos llamados “tóxicos” o las condiciones denigrantes que pueden imponer para negociar, a países pobres. Se podría mencionar, aunque es obvio, el daño que acarrean los negocios de las armas y de narcóticos. Los que no han desarrollado un sentido ético de la vida, están dispuestos a negociar lo que sea con tal de obtener ganancias.

Entendemos ahora la necesidad de una perspectiva de la vida más allá de la terrenal, para no correr el riesgo de orientarla  sólo a tener, con perjuicio de lo que de verdad es de valor para uno mismo y para los demás.

Disponibles para bienes más altos

Fue emocionante ver a los oficiales rescatados del secuestro de las FARC, que no se dejaron doblegar después de 12 años de ultrajes, de permanecer día y noche con cadenas al cuello, los últimos 16 meses sin comunicación con el mundo exterior, obligados sólo a escuchar la voz humana de sus secuestradores. El canto de los pájaros y del agua sin duda les ayudaron a acudir a Dios, como lo hicieron al regresar y agradecerle la libertad y el don de la vida.[2] Los valores del amor a sus familias y a la patria indican sus valores humanos y espirituales. Son personas que han estado disponibles para bienes más altos,  para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige. De esa clase de personas, disponibles para bienes más altos, habla Caritas in veritate en el N° 11.

Una visión real del ser humano

Nos explica Benedicto XVI, que el desarrollo integral requiere una visión trascendente de la persona, es decir una visión real del ser humano, que no va a vivir sólo una vida corta en la tierra, sino que está destinado a la eternidad. Nos dice también que este desarrollo integral no se puede dar desde fuera; comentábamos la semana pasada que esa afirmación del Papa quiere decir que, para que haya desarrollo integral es necesaria la libertad. No es posible desarrollar a nadie desde fuera, a la fuerza. Los demás pueden proporcionar los medios y ayudar a crear un clima propicio para el desarrollo, pero el desarrollo sólo se produce cuando se asume   como una vocación libre, dispuesta a asumir las responsabilidades que le corresponden en relación con los demás.

En palabras de Benedicto XVI, el desarrollo integral  también necesita a Dios. Si Dios está presente en la aventura del desarrollo, vamos a aprender a ver en los demás la imagen divina. Estos pensamientos son de Benedicto XVI en el N° 18 de la encíclica Dios es amor y con ellos nos hace comprender la profundidad del amor cristiano, que está dispuesto a ocuparnos de los demás, a tenerlos siempre en cuenta. Nos explica el Santo Padre que en nuestro encuentro íntimo con Dios aprendemos a mirar a los demás no sólo con los ojos y los sentimientos sino desde la perspectiva de Jesucristo, de manera que aprendemos que si Jesucristo ama a los demás también yo los amo y que les ayudo yo personalmente y no a través de las organizaciones encargadas de ellos. Dice textualmente:

Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.

 

Continuemos ahora con el N° 12 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad

En este número, Benedicto XVI nos habla de la relación de Populorum progressio con el Concilio Vaticano II y la DSI en conjunto.

Los que deseen profundizar en el estudio de Caritas in veritate, pueden con mucho provecho leer las citas de los documentos sociales anteriores en los que Benedicto XVI apoya sus afirmaciones. Esas citas se encuentran al final de cada una de estas reflexiones.

A modo de ejemplo, casi al final de este N° 12, El Santo Padre se refiere a los documentos de la DSI que forman parte  tanto (del) carácter permanente como histórico del (…) «patrimonio» doctrinal que, con sus características específicas, forma parte de la Tradición siempre viva de la Iglesia, y cita la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano, de Juan Pablo II. Leámoslo y se nos aclara la ventaja de tener en cuenta las citas:

 

La moral social elaborada según las necesidades de las distintas épocas

 

En medio de todos estos procesos —tanto del diagnóstico de la realidad social objetiva como también de las enseñanzas de la Iglesia en el ámbito de la compleja y variada cuestión social— el problema del trabajo humano aparece naturalmente muchas veces. Es, de alguna manera, un elemento fijo tanto de la vida social como de las enseñanzas de la Iglesia. En esta enseñanza, sin embargo, la atención al problema se remonta más allá de los últimos noventa años. En efecto, la doctrina social de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada Escritura, comenzando por el libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y en los escritos apostólicos. Esa doctrina perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia misma, a su concepción del hombre y de la vida social y, especialmente, a la moral social elaborada según las necesidades de las distintas épocas. Este patrimonio tradicional ha sido después heredado y desarrollado por las enseñanzas de los Pontífices sobre la moderna «cuestión social», empezando por la Encíclica Rerum Novarum. En el contexto de esta «cuestión», la profundización del problema del trabajo ha experimentado una continua puesta al día conservando siempre aquella base cristiana de verdad que podemos llamar perenne.

 

Es muy interesante confirmar la permanencia de la doctrina social, con las necesarias actualizaciones, sin apartarse de los fundamentos en la Sagrada Escritura y la tradición.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Discurso inaugural de Aparecida

[2] Me refiero a los oficiales de la Policía Nacional General Luis H. Mendieta, los coroneles Enrique Murillo y William Donato y al Sargento de Ejército de Colombia Arbey Delgado, rescatados por las Fuerzas Armadas colombianas después de 12 años secuestrados  por la guerrila de las FARC.

Reflexión 179 – Caritas in veritate (16)

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El mensaje de Populorum progressio

 

 

Estamos estudiando el primer capítulo de Caritas in veritate, después de haber considerado la Introducción, en la cual Benedicto XVI deja sentados los fundamentos de toda la encíclica, que tiene un marcado carácter  teológico, como que en ella explica el significado de la caridad, la verdad, la justicia…

 

El primer capítulo de Caritas in veritate tiene 10 números y lleva como título: El mensaje de la Populorum Progressio. Leamos de nuevo el N° 10:

 

A más de cuarenta años de su publicación, la relectura de la Populorum progressio insta a permanecer fieles a su mensaje de caridad y de verdad, considerándolo en el ámbito del magisterio específico de Pablo VI y, más en general, dentro de la tradición de la doctrina social de la Iglesia. Se han de valorar después los diversos términos en que hoy, a diferencia de entonces, se plantea el problema del desarrollo. El punto de vista correcto, por tanto, es el de la Tradición de la fe apostólica[1], patrimonio antiguo y nuevo, fuera del cual la Populorum progressio sería un documento sin raíces y las cuestiones sobre el desarrollo se reducirían únicamente a datos sociológicos.

 

Benedicto XVI califica a la encíclica Populorum progressio de la Rerum novarum de nuestro tiempo. Debemos considerarla, como debe ser, dentro de la tradición de la Iglesia y en el contexto de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del propio Pablo VI, sobre la preocupación de la Iglesia por la persona humana, considerada en su dimensión completa, terrena y trascendente. La actual crisis económica le preocupa a la Iglesia, no como un problema de naturaleza técnica, sino como circunstancias que afectan y acarrean sufrimiento al ser humano.

 

Populorum progressio en el contexto del Vaticano II

Dos grandes verdades nos enseña Pablo VI

 

La publicación de la Populorum progressio tuvo lugar poco después de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La misma Encíclica señala en los primeros párrafos su íntima relación con el Concilio.[2] Veinte años después, Juan Pablo II subrayó en la Sollicitudo rei socialis la fecunda relación de aquella Encíclica con el Concilio y, en particular, con la Constitución pastoral Gaudium et spes [3]. También yo deseo recordar aquí la importancia del Concilio Vaticano II para la Encíclica de Pablo VI y para todo el Magisterio social de los Sumos Pontífices que le han sucedido. El Concilio profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. Pablo VI partía precisamente de esta visión para decirnos dos grandes verdades. La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción del hombre y la fraternidad universal / cuando puede contar con un régimen de libertad. Dicha libertad se ve impedida en muchos casos por prohibiciones y persecuciones, o también limitada cuando se reduce la presencia pública de la Iglesia solamente a sus actividades caritativas. La segunda verdad es que el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones[4].

 

 

Gaudium et spes un Manifiesto de la Iglesia

 

 

 Tengamos presente que el II Concilio Vaticano, convocado por Juan XXIII y que continuó hasta su feliz término Pablo VI, tuvo una enorme trascendencia en la vida de la Iglesia. Podríamos decir que con este Concilio, Juan XXIII quiso poner a la Iglesia al día, frente a las necesidades de la humanidad, manifestadas en sus gozos y sus esperanzas, sus tristezas y sus angustias, como lo manifiesta desde las primeras líneas la constitución pastoral Gaudium et spes. Esta constitución fue el manifiesto de la Iglesia, de sentirse íntima y realmente solidaria con el género humano y con su historia, haciendo énfasis en su solidaridad con los pobres y todos cuantos sufren.

 

La Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad

 

 

En ese clima del Vaticano II, recién concluido y que llenaba todavía a la Iglesia, se escribió la encíclica Populorum progressio. La Iglesia se presentó ante el mundo como servidora. Como dice ahora Benedicto XVI, El Concilio profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. Como fieles católicos, seamos conscientes de que nuestro papel en el mundo es el de servidores, en amor y en verdad.

 

Clausurado el Concilio Vaticano II, Pablo VI asumió con decisión la tarea de ponerse al servicio de la humanidad de una manera concreta, solidaria con los pobres y con todos los que sufren. De esos sentimientos brotó la Populorum progressio, consciente la cabeza de la Iglesia de las exigencias del mensaje evangélico que la obliga a ponerse al servicio de los hombres para ayudarles a comprender y profundizar en toda su dimensión el grave problema de aquellos que  se afanan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia, como lo dice en la mencionada encíclica (Populorum progressio, 1).  Toda la encíclica de Pablo VI se dedica a convencer al mundo de la urgente necesidad de la solidaridad en el cambio, que él califica de decisivo, de la historia de la humanidad. Su énfasis está en la respuesta que espera de los países ricos, porque, en sus palabras:

 

Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos (P.P. 3).

 

El desarrollo a que aspiran los seres humanos

 

para pasar de una vida menos digna a una vida digna, lo presentó con estas palabras Pablo VI en Populorum progressio en el N° 6:

 

Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones, que hacen ilusorio este legítimo deseo.

 

Ahora, en Caritas in veritate, Benedicto XVI se hace eco de las palabras de su antecesor Pablo VI al decir que la Iglesia está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. No permitamos que se nos olvide que amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él (Caritas in veritate, 7). Trabajar por el desarrollo es querer el bien de nuestro prójimo y trabajar por él. Claro, hay que trabajar eficazmente, de manera que el desarrollo no se quede en los países ricos y beneficie sólo a los ya que lo tienen todo.

 

En Caritas in veritate, como leímos hace un momento, el Santo Padre no deja ese cabo suelto; por eso dice que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Aclara el Papa que la presencia (…) de la Iglesia en su trabajo por el desarrollo no se reduce solamente a sus actividades caritativas.  Según la DSI el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.

 

No sólo de pan material tiene hambre el ser humano

 

 

La segunda parte del N° 11 sigue con la explicación de lo que se entiende por desarrollo, del que acababa de decir que el auténtico desarrollo del hombre es un desarrollo de la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. No se puede pensar entonces que se trata de un desarrollo parcial, como serían únicamente el desarrollo físico o el crecimiento económico. El desarrollo integral de la persona abarca el desarrollo físico, el económico, sí, pero además el moral, el espiritual, el intelectual.

 

 No se cumple bien la tarea cuando el esfuerzo por el desarrollo se reduce a la presencia pública de la Iglesia en sus actividades caritativas. No sólo de pan material tiene hambre el ser humano: quiere hacer, conocer y tener más  para ser más.  El escalón más alto al que aspira la persona humana es el que lo conduce a ser más, por eso el auténtico desarrollo abarca a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. Lo material solo no llena: puede haber personas que tienen mucho, pero son poco. Sigamos leyendo  el N° 11 de Caritas in veritate:

 

Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento

 

Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige. El hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas, así como no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera. A lo largo de la historia, se ha creído con frecuencia que la creación de instituciones bastaba para garantizar a la humanidad el ejercicio del derecho al desarrollo. Desafortunadamente, se ha depositado una confianza excesiva en dichas instituciones, casi como si ellas pudieran conseguir el objetivo deseado de manera automática. En realidad, las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos. Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado. Por lo demás, sólo el encuentro con Dios permite no «ver siempre en el prójimo solamente al otro»[5], sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que «es ocuparse del otro y preocuparse por el otro»[6].

 

Tomemos algunas frases que nos invitan a meditar:

 

Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento.

 

Si el progreso que se busca sólo considera el crecimiento material, se aspira a una meta muy pequeña. No nos invita la fe a una caminata de recreo sino a una carrera de largo aliento, con la perspectiva de una meta que es la vida eterna. Si pensamos en el desarrollo integral de toda la persona, con la perspectiva de la vida eterna, tenemos que emprender una carrera de largo aliento, como la que emprendió San Pablo. Por eso al final de sus días, preso en Roma por Cristo, pudo escribir en la segunda carta a Timoteo:

 

[7]He peleado la noble pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe.[8]Sólo me espera la corona de la justicia, que el Señor como justo juez me entregará aquel día. Y no sólo a mí, sino a cuantos desean su manifestación.

 

 

El desarrollo entendido sólo como un crecimiento económico es limitante

 

Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige.

 

Si buscamos sólo nuestro desarrollo material corremos el riesgo de no aceptar la invitación a la carrera de gran aliento y, amarrados a lo que tenemos, no vamos a estar disponibles para los bienes más altos. Recordemos la escena del joven rico a quien Jesús invitó a seguirlo, pero como emprender ese camino suponía dejar sus bienes, sus riquezas, se marchó triste… (Mt 19, 16-22, Lc 18, 18-23, Mc 10, 17-22).  

 

Condiciones para participar en la carrera de gran aliento

 

¿Qué se necesita, entonces, para alcanzar el desarrollo integral, al que llamamos el de la carrera de gran aliento? Se requieren varias cosas. Empecemos por aclarar que el desarrollo, como lo afirma Benedicto XVI, no se puede dar sin más, desde fuera. Eso quiere decir que ni a las personas ni a los pueblos los demás nos pueden desarrollar a la fuerza. Sin libertad  no se puede producir el auténtico desarrollo. Los individuos y los pueblos, libremente, deciden su camino. Ni los padres de familia ni los maestros pueden asumir la responsabilidad de desarrollar a sus hijos o alumnos. Los demás nos pueden proporcionar los medios para progresar y pueden contribuir a crear un clima propicio para el desarrollo. Las leyes justas o injustas, por ejemplo, pueden ayudar o impedir el proceso de desarrollo.

 

Libremente aceptamos o no la vocación a la que somos llamados. Benedicto XVI, nos enseña que el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos.

 

 

El desarrollo integral necesita a Dios

 

 

El desarrollo integral, que tiene en cuenta al ser humano en la tierra, con perspectivas de eternidad, el desarrollo del ser humano que tiene aspiraciones que trascienden lo material, necesita algo más que un incremento de los bienes materiales; del desarrollo integral, acabamos de leer lo que nos enseña Benedicto XVI en Caridad en la verdad; ese desarrollo

 

necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se lo deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado.

 

 

Si nos encontramos con Dios, en Él encontramos  a nuestros hermanos

 

Nos ha dado Benedicto XVI otra lección interesante y profunda. Nos explica que si nos encontramos con Dios, en Él encontraremos también a nuestros hermanos. Volvamos a leer esas líneas:

 

sólo el encuentro con Dios permite no «ver siempre en el prójimo solamente al otro»[7], sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que «es ocuparse del otro y preocuparse por el otro»[8].

 

Encontrarnos con los demás sólo como seres humanos puede ser muy agradable; es muy grato encontrar compañía, pero sólo cuando reconocemos en la otra persona la imagen divina, llegamos a descubrirla verdaderamente en toda su riqueza y podremos madurar un amor que nos lleve a ocuparnos del otro, a preocuparnos por el otro y no sólo a llenar una necesidad afectiva nuestra. En la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est (N° 6 y 18), encontramos una profunda lección sobre el amor. En el lenguaje de Benedicto XVI  en Caritas in veritate, al reconocer en el otro la imagen de Dios, podremos amarlo, o, lo que es lo mismo: estaremos preparados para querer su bien y trabajar eficazmente por él. Recordemos que eso es amar, según la lección de Caritas in veritate. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él (N°7).

 

Vayamos un momento a la encíclica Deus caritas est, Dios es amor (No la confundamos con Caritas in veritate). Allí, en los nn. 6 y 18 de Dios es amor, nos da Benedicto XVI la primera lección sobre el amor a Dios y al prójimo, sobre la necesidad que tenemos de Dios, para que podamos amar de verdad, en la verdad, a los demás.

 

En nuestro camino espiritual podemos empezar a amar con un amor imperfecto, indeterminado, egoísta, cuando frente a las demás personas primero nos buscamos a nosotros, queremos nuestro bien, quizás hasta a costa del bien de las otras personas (Deus caritas est, N° 6). Como es de esperar, en el modo de tratar sobre el amor se encuentran las encíclicas Deus caritas est y Caritas in veritate. En Caritas in veritate nos enseña Benedicto XVI que  sólo el encuentro con Dios permite no «ver siempre en el prójimo solamente al otro»[9], sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que «es ocuparse del otro y preocuparse por el otro.

 

Terminemos hoy con la lectura del N° 18 de Deus caritas est, Dios es amor. Aquí nos enseña Benedicto XVI que para amar de verdad al prójimo tenemos que encontrarnos con Dios y en Él al prójimo:

 

De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro / descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.

Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un « mandamiento » externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es « divino » porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea « todo para todos » (cf. 1 Co 15, 28).

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Cf. Discurso en la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (13 mayo 2007): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (25 mayo 2007), pp. 9-11.

[2] Cf. Nn. 3-5: l.c., 258-260

[3] Cf Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo Rei Socialis (30 diciembre 1987) 6-7: AAS 80 (1988), 517-519.

[4] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 14: l.c., 264

[5] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.

[6] Ibíd., 6: l.c., 222

[7] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.

[8] Ibíd., 6: l.c., 222

[9] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.

REFLEXIÓN 177- ACUERDO NACIONAL DE MÍNIMOS DE PAZ Y RECONCILIACIÓN (II)

Doctrina Social de la Iglesia

 

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1.     Escuche el programa especial sobre el Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconciliación en Colombia, con la participación del P. Darío Echeverri y el Dr. Martín Nates, transmitido por Radio María de Colombia el 20 de mayo de 2010. Haga clic en uno de los dos enlaces siguientes (Media Player o Quick Time Player):

8 Mínimos Comisión Nacional Conciliación (Windows Media Player, mp3)

8 Mínimos Comisión Nacional Conciliación (Quicktime, m4a)

 

 

2.   Si usted ya escuchó el programa anterior lo invito a leer a continuación la ampliación de la explicación de los 8 mínimos para alcanzar la paz y la reconciliación.

 

 

¿Qué es la Comisión de Conciliación Nacional y en qué consiste el Acuerdo Nacional de Paz y Reconciliación?

 

En un momento en que no se veía ningún camino que llevara a la paz en Colombia, el Cardenal Pedro Rubiano Sáenz, entonces presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, convocó el 4 de agosto de 1995 a representantes de diversos sectores de la vida nacional: a los trabajadores, a empresarios, políticos de diversos partidos, a buscar juntos soluciones políticas al conflicto y a convertirse en una instancia que pudiera acompañar a los esfuerzos de paz , crear y facilitar vínculos de encuentro entre el Gobierno Nacional, los movimientos insurgentes y los grupos llamados de autodefensas.

 

La Comisión de Conciliación Nacional, en un trabajo constante y callado realizó foros regionales en 20 ciudades, 15 conversatorios con representantes de las centrales obreras, de los gremios económicos, de otras confesiones religiosas, de partidos políticos, de las comunidades indígenas y afrocolombianas y de los medios de comunicación. Participaron activamente más de 15.000 personas en este trabajo, y se propusieron construir entre todos unos Mínimos por la Paz y la Reconciliación, con la intención de presentarlos al país y en particular  a los candidatos a la presidencia.

 

Luego de 12 meses de trabajo, durante los cuales participaron 35 distintos sectores sociales, en 280 mesas de trabajo, sus deliberaciones fueron la base para la construcción, por consenso, de 8 mínimos de paz y reconciliación que permitan superar la confrontación armada y los conflictos sociales que vive Colombia.

 

¿Está completa la propuesta para construir la paz y la reconciliación?

 

En el proceso de sistematización de esa amplia información por regiones, participaron 15 universidades. Con toda razón, podemos pensar que las conclusiones de ese trabajo representan lo que el país siente que es necesario aplicar, para satisfacer necesidades que lo apremian y que deben hacer parte de un proceso de paz y reconciliación. Se trata de una propuesta seria, que sigue en construcción, – no está terminada,- que admite y se requiere profundizar y ampliar, pero que es un valioso aporte inicial, para hacer de Colombia la patria que soñamos.

 

La Comisión de Conciliación Nacional, encabezada por el Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, la Iglesia Católica y las organizaciones que contribuyeron en la construcción del Acuerdo nacional de mínimos de Paz y Reconciliación, asumieron el compromiso de divulgar ese acuerdo ante la opinión pública y ante los candidatos a la Presidencia 2010-2014, para lograr que los mínimos concertados se conviertan en políticas públicas, que se puedan exigir a los gobernantes, que hagan de Colombia un país reconciliado, con paz y justicia social. Bien podría  este acuerdo ser parte muy importante de varios programas de gobierno.

 

Los ocho mínimos

 

 

Vayamos entonces ya a los 8 mínimos que, para lograr la paz y la reconciliación propone la Comisión de Conciliación Nacional:

 

 

El primer punto de los 8 mínimos, – no el único, – se refiere a la necesidad de una Política de reconciliación y de paz que conduzca a la negociación. Debemos tener en Colombia una Política de reconciliación y de paz que conduzca a la negociación.

Los altos índices de violencia en Colombia durante décadas, motiva a plantear la necesidad de adoptar una política de Estado que busque la reconciliación y la paz. Es decir, no es suficiente un programa o una política de un gobierno. Una política de Estado no cambia con el advenimiento de los nuevos gobiernos, cada  4 años. Hay que partir entonces, de una evaluación de las experiencias anteriores y de un análisis profundo de las causas y consecuencias de estos años de violencia, para adoptar una política de Estado.

 

Una de las primeras medidas para encaminarnos a la paz y la reconciliación debe ser la liberación inmediata de todos los secuestrados y conseguir el compromiso de la insurgencia para poner definitivamente fin al secuestro.

 

Otras  implicaciones del primer mínimo son:

 

      La generación de una cultura de paz que defienda la vida, la verdad, la solidaridad, la equidad, la tolerancia, la no discriminación y el respeto por la diferencia.

      Una cultura de paz no se crea por decreto; es necesario el compromiso activo de toda la sociedad: por ejemplo, los colegios y universidades deberán funcionar en una cultura en la cual se defienda la vida, la verdad, la solidaridad, la equidad, la tolerancia, la no discriminación y el respeto por la diferencia.

      Los medios de comunicación se deberían comprometer a promover la cultura de paz. Hoy, si los juzgamos por el amarillismo de algunos noticieros y programas de TV, pareciera que más bien fomentaran una cultura de violencia y desintegración social.

      Se necesita un proceso de formación ciudadana en el perdón y la reconciliación, un sistema de sanción moral y social contra los generadores de violencia. Una sanción social contra los medios que fomentan la violencia, podría ser, por ej., el que no los viéramos ni escucháramos, se bajaría así su índice de oyentes o televidentes y con ello sus ganancias por publicidad. Los que pagan la publicidad deberían ser los primeros en sancionar el amarillismo y la violencia de los medios.

      El retorno de los desplazados a sus lugares de origen en condiciones de seguridad, sería otra acción indispensable.

      Igualmente el cumplimiento de los compromisos del Estado para el logro de la verdad, la justicia y reparación de las víctimas.

Como podemos ver, cada uno de los mínimos propuestos abre un panorama inmenso de actividades que hay que desarrollar, en los más diversos ámbitos locales, regionales y nacionales, en los cuales todos tendríamos lugar como obreros de la paz.

 

Como no es posible agotar todo el tema de cada uno de los 8 mínimos, continuemos de manera más resumida con cada uno.

 

El segundo mínimo que propone la Comisión de Conciliación Nacional es el de Equidad en el acceso a los derechos / para garantizar una vida digna

Poder vivir una vida digna es ciertamente lo mínimo a que se puede aspirar. Es indispensable trabajar para disminuir y eliminar  los actuales niveles de pobreza y de indigencia. No es aceptable, que por lo menos la mitad de nuestros compatriotas tengan que vivir en la pobreza o la indigencia.

La superación de la pobreza y de la exclusión dependen básicamente del acceso a un empleo digno. Exigen los participantes en el proceso del Acuerdo Nacional, un salario que permita satisfacer las necesidades básicas y la urgencia de derogar las políticas de flexibilización laboral, para garantizar la estabilidad y condiciones de trabajo dignas.

 

Demandan también los participantes el acceso universal a la salud, con la consiguiente reforma de la Ley 100 y el acceso a una vivienda digna y a los servicios públicos esenciales.

 

El tercer mínimo para la paz y la reconciliación es una reforma agraria amplia e integral.

En opinión de los participantes en los foros y conversatorios por el Acuerdo Nacional, un factor que tiene gran peso en la permanencia y extensión de la violencia en Colombia, es la ausencia de una política agraria equitativa. Algunos participantes señalan la paradoja existente en Colombia, un país que posee grandes extensiones de tierra fértil y que  todavía requiera importar alimentos. Plantean por eso la necesidad de garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria.

 

Sabemos que en Colombia hay tierra para todos. Sabemos que  en algunas regiones, criminales de la guerrilla y del narcotráfico arrebataron de manera fraudulenta sus tierras a los campesinos o los obligaron a abandonarlas, convirtiéndolos así en desplazados por la violencia. Esas tierras deben volver a sus legítimos dueños.

 

El cuarto mínimo para la paz y reconciliación es la educación con calidad y cobertura para todos.

 Una educación de calidad, que llegue a todos. Se aspira que la educación contribuya a la formación en valores y principios y a la construcción del país a partir de la educación en derechos humanos, democracia, paz, resolución de conflictos. Se plantea así mismo la necesidad de garantizar a toda la población, el acceso a educación de calidad, que es un derecho fundamental para el logro de una vida plena. No es suficiente que se ofrezcan unas horas de instrucción sin calidad.

Lograr la cobertura universal con una educación de calidad, en los niveles de educación básica, media, tecnológica y superior y teniendo además en cuenta la diversidad étnica y cultural, exige un esfuerzo que deben continuar varios gobiernos. Esperar que todo esto se consiga en un período presidencial es imposible. Por eso se necesita que estos mínimos se conviertan en políticas de Estado y no sólo en programas de un presidente.

 

En este momento, los estudiantes de los colegios públicos tienen acceso sólo a medio tiempo de estudio, pues la insuficiencia de aulas ha llevado a la solución, – a medias, – de atender a dos grupos de estudiantes que comparten las instalaciones del Colegio, media día cada grupo. Para que tengan una educación completa habría que duplicar el número de aulas y preparar otros tantos maestros.

 

 El quinto mínimo se refiere a la consolidación del Estado Social de Derecho

 

Consolidación del Estado Social de Derecho es lo mismo que consolidación de una democracia real, y  transparencia en el uso de los recursos públicos. El artículo 1° de nuestra Constitición de 1991dice:

Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.   

 

Para que el país se consolide como un estado social de derecho y logremos la paz y la reconciliación, hay que trabajar en los frentes que se refieren a la atención de los derechos fundamentales de los colombianos. Es indispensable superar los altos índices de corrupción en el manejo turbio de los recursos públicos, como se manifiesta en los altos niveles de impunidad  y de  corrupción en la celebración de contratos y en el uso de los recursos públicos.

 

También se requiere mayor eficiencia en la administración de justicia y superar los métodos ilegales que se emplean para llegar a la administración pública.

 

La reforma a la justicia debe conseguir la celeridad en los procesos para evitar su caducidad, conseguir que de verdad se haga justicia a la gente y así se transmita confianza en las instituciones. Hoy se escuchan comentarios que indican la desconfianza en los jueces y la desesperanza de quienes se ven obligados a “esperar contra toda esperanza”.

 

 El sexto mínimo expresa la necesidad de Alternativas productivas sostenibles.

 

No se trata sólo del derecho y responsabilidad en el manejo de las riquezas naturales, con énfasis en la protección del agua, de los recursos minerales y del medio ambiente, sino también a invertir y promover el empleo de cobertura y calidad; que llegue a todos un trabajo de calidad. A la necesidad de ingresos y condiciones laborales dignas, justas y estables. Plantean los participantes, por un lado la necesidad de garantizar la formación humana y tecnológica, para acceder al trabajo y por otra, el que se ofrezcan incentivos al sector empresarial para que se comprometan a la creación de nuevos empleos formales y sostenibles.

Los participantes en los foros solicitan que se cumplan las normas de la OIT sobre el trabajo digno y decente, y añaden que todo trabajador del Estado debe tener un contrato laboral. Es triste, pero cuando las entidades gubernamentales deberían dar ejemplo en el cumplimiento de la ley, suelen ser las que menos cumplen las leyes laborales. Hoy, después de la ley de flexibilización laboral, las entidades del gobierno, para aparentar que tienen nóminas pequeñas, camuflan el número de empleados a su servicio, con la figura de los contratistas, mal pagados y sin ninguna estabilidad.

 

El séptimo mínimo es la Construcción de país desde la diversidad regional

 Expresaron los participantes en los foros en que participaron más de 15.000 personas de todas las regiones, que se requiere mayor análisis sobre la realidad de sus regiones, en cuanto a las expresiones de la violencia, la dinámica de las organizaciones sociales, la cultura y sus recursos naturales. Hicieron énfasis en la importancia de partir desde lo local y regional hacia lo nacional. No hay duda de que hay un clamor nacional porque se oiga la voz de las regiones y se fortalezca la descentralización política. Que no todas las decisiones que afectan a las regiones, se tomen desde un escritorio en la capital.

 

El octavo mínimo pide Participación ciudadana en la construcción de los destinos colectivos.

En la mayoría de las mesas de trabajo por el Acuerdo Nacional  hubo clara conciencia de la debilidad de las organizaciones de la sociedad civil, para avanzar de manera sostenida hacia la reconciliación y la paz. Sin embargo, expresan la necesidad de utilizar los mecanismos de participación, lograr un mayor fortalecimiento de las organizaciones sociales y la construcción de redes entre los distintos actores sociales. Los participantes destacan el papel de las veedurías ciudadanas para el seguimiento de los planes del gobierno, la fiscalización del manejo de los recursos públicos y la exigencia de los mínimos de paz y reconciliación.

 

 El  Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconcilición en Colombia es una tarea bien hecha

 

Sin duda esas más de 15.000 personas que participaron en las mesas de trabajo, para construir el Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconcilición en Colombia, hicieron una extraordinaria tarea, que merece todo nuestro reconocimiento. Por eso es extraño que a este documento no le hayan dado mayor divulgación los medios y que los candidatos a la presidencia de la república no le hayan prestado mayor atención.

 

Se debe quizás a que es de tal envergadura la tarea que se propone, que exigiría un compromiso que puede asustar, si se toma en serio. No basta un gobierno para llevarla a cabo y cada candidato quiere realizar su propio programa, no el que le plantean los demás. Ojalá la Comisión de Conciliación Nacional no desmaye e insista en su clamor por la paz, que es el clamor de la gente que más siente el azote de la violencia, de la pobreza y de la injusticia.

 

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Sobre las elecciones presidenciales y nuestro deber ciudadano y cristiano

 

Vamos a decidir qué colombiano queremos que rija los destinos de nuestra nación. No es cualquier momento; es un momento histórico, en el que la economía va bien, pero como dicen, el país va mal: la guerrilla arrecia sus ataques a la población civil y sigue utilizando las proscritas minas antipersona; los presidentes vecinos quieren dirigir nuestra política a control remoto, según su conveniencia ideológica, la crisis mundial de los mercados amenaza con extenderse y no cede la pobreza, contagiada por el virus del desempleo.

 

No podemos ceder a otros la decisión de marcar nuestro destino. Es nuestro deber ciudadano y cristiano votar en conciencia. No por intereses personales ni de partido, sino por el bien común. El color de la camiseta que vista el candidato no lo hace mejor ni peor.

 

Hemos aprendido en Caritas in veritate que el amor cristiano es un amor activo, no un amor sensible y pasivo. Se manifiesta en hechos de amor. Si amamos a alguien preguntémonos: ¿qué he hecho por él o por ella? No es suficiente decir: “te quiero mucho”.

 

Benedicto XVI nos dice que amar es querer el bien de  la otra persona y trabajar eficazmente por ella. Amar a Colombia es querer su bien y trabajar eficazmente por ella. ¿Cómo? Queriendo su bien y trabajando eficazmente porque nuestra patria consiga el bien para todos. Estamos frente a un deber de amor y de justicia.

 

Benedicto XVI nos propone un modo concreto de amar a la sociedad, a la patria, y consiste en cuidar a las instituciones que la conforman en lo social, en lo político,  en lo jurídico y lo cultural. Somos nosotros los que conformamos las instituciones con las personas que elegimos, para que hagan de ellas lo que la Constitución dice que deben ser y lo que Dios quiere que Colombia sea. No podemos elegir a personas que persiguen sus intereses personales, utilizando el bien común en su beneficio propio, y no les importa mancharse de corrupción e injusticia. 

 

Pidamos al Espíritu Santo que nos oriente para depositar nuestro voto con sabiduría y con amor y justicia por Colombia. Amar a Colombia es amarnos a nosotros mismos y a nuestras familias. No vamos a votar por la reina ni un personaje del Carnaval. Los creyentes tenemos que contribuir a la edificación de la ciudad de Dios, hacia la cual avanza la historia de la familia humana. Es responsabilidad de los gobernantes creyentes, dar forma de unidad y de paz a  la ciudad del hombre y hacerla anticipación de la ciudad de Dios. ¿Quién nos podrá conducir mejor por ese camino?

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

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Reflexión 172 – Caritas in veritate (10)

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El amor tiene su origen en Dios. Es un regalo divino

 

 

Continuemos con el estudio del N° 5 de la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad o Amor en la verdad, de Benedicto XVI. Repasemos lo que alcanzamos a ver en la  reflexión anterior.

 

Nos dice Benedicto XVI en el N° 5, que La caridad es amor recibido y ofrecido. La caridad, el amor, es un don que nos viene de Dios y que debemos difundir a los demás. Leamos la primera parte del N° 5:

La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (xáris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

No sobra ninguna palabra: La caridad es amor recibido y ofrecido. La caridad es el amor de doble vía: lo recibimos de Dios y lo ofrecemos a los demás. Dios nos amó primero.

 

La encíclica nos describe las características de la caridad o amor cristiano: nos dice que el amor es un don que recibimos, es una gracia, y para mayor abundancia en su explicación añade la palabra xaris en griego, que quiere decir gracia, regalo de Dios. Es «gracia» (xáris), dice y enseguida añade que Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo.

 

 Como decíamos en la Reflexión 165, el amor cristiano viene de Dios,  es un don de Dios, no lo alcanzamos por nuestra voluntad, su origen es Dios y a Él se lo pedimos: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”   Recibimos de Dios el amor; con ese amor que él nos da, lo amamos y lo comunicamos a nuestros prójimos.

 

De manera que el amor cristiano no lo conseguimos con nuestro esfuerzo / ni se origina en nuestra naturaleza humana; no es una característica o virtud de nuestra personalidad; el amor se origina en Dios. Ya en el N° 1 de Caritas in veritate nos enseña Benedicto XVI que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.  Dios, el Amor eterno, se nos comunica ya cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza.

 

 

Si no difundimos el amor las redes sociales se rompen

 

 

En el N° 5, la encíclica profundiza en lo que  significa el amor, que se origina en Dios y que como instrumentos debemos difundirlo entre los demás, en redes de caridad. Entre todos formamos una red y por ella debe circular el amor que es fuerza y es vida. Podemos recordar aquí como ayuda, la figura de la viña. Si no amamos de verdad, – si no estamos unidos por el amor, – esa parte de la red, o de la planta de la cual somos parte, tiende a romperse o a secarse.

 

Dinámica de la fuerza del amor en la Trinidad

 

Veamos la dinámica, es decir la forma como se mueve esa fuerza que viene de Dios y se llama amor. No vamos a profundizar en la explicación de cómo funciona la dinámica del amor de Dios en la Trinidad, porque sería pretender entrar en el Misterio. Dejemos esa profundidad a los teólogos, que tienen elementos para bucear en ella. Los grandes teólogos, como San Agustín, lo han intentado, tomando analogías de la filosofía y de la experiencia humana, pero sería una pretensión mía entrar en ese campo. Sin embargo, si logramos comprender siquiera un poquito el amor de Dios, nuestra fe se va a fortificar, la vamos a amar más, la vamos a  vivir con entusiasmo y alegría. Utilicemos las enseñanzas del Magisterio.

 

Tomemos la palabras de Benedicto XVI en el N° 5 de Caritas in veritate que acabamos de leer y que nos señalan las manifestaciones del amor infinito de Dios. Nos enseña el Papa que el origen del amor que recibimos como regalo

 

(…) es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5).

 

Tomemos la primera frase: es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Allí empieza el amor; su primer movimiento brota del Padre hacia el Hijo. En un segundo paso, el amor desciende sobre nosotros.

 

Cuando estudiamos los números 30 y 31 del Compendio de la DSI, nos habíamos encontrado con que es fundamental en nuestra vida cristiana llegar a tener consciencia del amor de Dios por sus creaturas y comprender que las relaciones de amor entre nosotros, los seres humanos, se basan en el modelo de la relación de Dios en su vida trinitaria, – es decir en el modelo de la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es un buen momento para repasar este bellísimo tema que corresponde a los fundamentos de la DSI.

 

La Trinidad fundamento de la DSI

 

Los invito a repasar el primer capítulo del Compendio de la DSI, que tiene como título El Designio de Amor de Dios para la Humanidad, desde el N° 20 en adelante (Ese libro lo encuentran entre los enlaces de este blog). Allí la Iglesia nos explica cómo se ha manifestado el amor de Dios en la historia de la salvación. Nos enseña que en Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres; cómo el Amor Trinitario es el origen y la meta de la persona humana. En los  N° 34ss del Compendio de la DSI comprendemos la íntima relación de la encíclica Caritas in veritate con la DSI. Dice:

 La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario  está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor (De manera que cuando Dios nos reveló el misterio de la Trinidad, al mismo tiempo nos reveló que al crear al ser humano, lo marcó con la vocación al amor). Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: « Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta… existir en relación con otro “yo” »,36 porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Es una bellísima doctrina: es de nuestra naturaleza, como Dios la creó, el ser sociables, el tender a relacionarnos con los demás, porque somos imagen de Dios que es relación, comunión, comunicación de las tres divinas personas).

El ser humano es sociable porque su naturaleza se asemeja a Dios

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia. Los Padres Conciliares, en la Constitución pastoral «Gaudium et spes», enseñan que

« el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás (cf. Lc 17,33) ».[1]

En los números 30 y siguientes del Compendio de la DSI encontramos bellamente explicada la revelación del Amor Trinitario y cómo Jesús vino a comunicarnos la experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo y nos enseñó que estamos llamados como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, a una relación con la Trinidad y a una vida de amor entre nosotros.

 

Volvamos a las palabras de Caritas in veritate que estamos considerando, donde dice que el origen del amor que recibimos como regalo

 

(…) es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5).

 

 

El amor creador, por el que nosotros somos

 

 

De manera que el amor de Dios por nosotros se manifiesta desde la creación: Es amor creador, por el que nosotros somos. El amor de Dios se manifiesta en nuestra existencia. El solo hecho de que nos haya llamado Dios a la existencia es una manifestación de amor.  Cuando no éramos nada Él pensó en nosotros, nos quiso, nos creó. Somos obra de sus manos.

 

Volvamos una vez más al Compendio de la DSI, donde estudiamos el amor de Dios, el amor de las Tres divinas Personas, como origen y meta de la persona humana. [2]

 

Llamados a ser cultivadores y guardianes de los bienes de la creación 

 

Al llamar Dios al hombre a la vida gratuitamente, además lo rodeó, – también gratuitamente,- de la naturaleza rica y llena de belleza, y nos puso como cultivadores y guardianes de los bienes de la creación. Pero no se quedó allí el amor de Dios; en Jesucristo se cumplió el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres: Jesús manifestó tangiblemente y de modo definitivo / quién es Dios y cómo se comporta con los hombres.

 

Jesucristo, el Verbo, la Palabra, es la Expresión de Dios

Él nos dio a conocer algo maravilloso, inimaginable: el Misterio que, antes de su venida, sólo se vislumbraba en el Antiguo Testamento: nos dio a conocer que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Esta consideración es fundamental, para comprender las raíces de la Doctrina Social de Iglesia. Por eso es conveniente volver una vez más sobre ella.

El Hijo de Dios hecho hombre nos revela, – hasta donde nuestra inteligencia tiene capacidad de entender, – algo del misterio de Dios en sí mismo, es decir, nos da a conocer algo de la vida íntima de Dios. El Verbo, la Palabra, es decir Jesucristo, nos dio a conocer cómo es Dios, al descubrirnos el misterio de la Trinidad; al darnos a conocer al Padre y al Espíritu Santo. Y en esa revelación sobre cómo es Dios, se nos revela que la Trinidad es una expresión de Amor.

Al hablarnos del Padre, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), al enseñarnos a orar a su Padre-, en el Padre Nuestro-, nos reveló que la vida íntima de Dios es una relación de amor de las Tres Personas. Jesús vino a comunicarnos esa experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, y nos enseñó que también nosotros estamos llamados, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza,- por una parte, – a una relación con la Trinidad y, – además, – por otra, a una vida de amor entre nosotros, en nuestra comunidad de hermanos, de familia, como hijos de Dios. No sólo entonces como imágenes de Dios / estamos llamados al amor fraterno, sino como hijos que somos de Dios.

La vida trinitaria de Dios que es Uno y Trino,  una expresión de vida de amor

 

El modo de vida de Dios, es decir la vida trinitaria de Dios que es Uno y Trino, es una expresión de vida de amor. Eso nos expresan los nombres mismos de la Trinidad que Jesús nos reveló: los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de relación de Amor: amor de Padre, amor filial. La Escritura en el Antiguo Testamento nos había ido preparando para comprender el amor de Dios Padre. Por eso el salmista, por ejemplo en el Salmo 103 canta: Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh.

Cuando Jesús hablaba del Padre, nos revelaba que había una relación especial entre Dios Padre y Él. Jesús hablaba del Padre en forma cariñosa, tan familiar como cualquiera de nosotros habla de su papá, a quien ama y respeta; lo llamaba Abba, que es la forma cariñosa con que el niño judío llama a su papá; pero al mismo tiempo, Jesús nos revelaba que su relación con Dios Padre, era distinta a la de Dios Padre con nosotros. Él habló de ser ‘el’ Hijo, no de ser un hijo de Dios. Eso en cuanto a los nombres del Padre y del Hijo, que nos indican que la vida de Dios es una vida de amorosa relación.

El Espíritu Santo es persona-amor

Como la encíclica Caritas in veritate nos enseña que el amor que recibimos de Dios Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm  5,5), repasemos también lo que nos enseña la Iglesia acerca del Espíritu Santo en la Vida Trinitaria. Nos dice la Iglesia que lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo II nos enseñó en su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del Espíritu Santo. Y añade que Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas. En esta misma encíclica, el Papa Juan Pablo II afirma que el Espíritu Santo, como amor, es “el eterno don increado”, es decir que recibimos al Espíritu Santo, amor, que es un regalo. Y agrega que “el don del Espíritu’ significa una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ‘profundidades de Dios’ están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre”.

De manera que, al darnos su amistad, Dios nos da la posibilidad de conocerlo y de vivir, en cierto modo, su misma vida, una vida de amor. Sabemos que por el Bautismo nos es posible participar de la vida divina. Las siguientes palabras son de Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem, Señor y dador de vida, sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo:

En el marco de la ” Imagen y semejanza ” de Dios, ” el don del Espíritu ” significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ” profundidades de Dios ” están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: “Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía.”

Vamos a añadir una enseñanza más, ésta de Benedicto XVI en la audiencia general del 15 de noviembre de 2006. Ese día dedicó su catequesis el Papa a la presencia del Espíritu Santo en nosotros según San Pablo. La frase que vamos a leer sigue la misma línea de las enseñanzas de Juan Pablo II, que acabamos de leer. Dijo Benedicto XVI:

(…) el otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña san Pablo es su conexión con el Amor. El Espíritu es aquella potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como los ama Él”. El fruto del Espíritu es por tanto: amor, alegría y paz.

 

El amor, eje de la DSI

 

Ya tenemos suficientes elementos para comprender mejor por qué el Amor es tan importante en la vida del cristiano y es el eje de la DSI. Leamos el último párrafo del Nº 31 del Compendio de la D.S.I., porque sintetiza, de la mejor manera posible, nuestra reflexión sobre la Trinidad y lo que ella significa en nuestra relación con Dios y entre nosotros. Nos completa también la explicación de Caritas in veritate, sobre  cómo  se manifiesta el amor de Dios por nosotros, no sólo en la creación y en el don inefable del Espíritu Santo, sino en Jesucristo que se nos dio como Redentor. Recordemos las palabras de la encíclica, que leímos antes: (…) es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5).

Ahora  volvamos al Nº 31 del Compendio de la DSI:

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección, Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”.

Recordemos que estas últimas palabras están tomadas de la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, al final de la exposición preliminar, que trata sobre la Situación del Hombre en el Mundo de Hoy”.

El dogma de la Trinidad, de Dios Uno y Trino: tres personas divinas y un solo Dios, tiene unas profundas implicaciones en nuestra vida de fe. El Compendio de la DSI nos enseña que, la práctica del mandamiento del amor de hermanos, traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia / hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

 

Nuestra vida será como la vida de la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos

En otras palabras: la manera de vivir nosotros en la tierra, – una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos a vivir la vida con Dios, plenamente, en el cielo, – es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo de vida. Nuestra vida será como la vida de Dios, en la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos. Eso sí transformaría el mundo. ¿No sería grandioso vivir plenamente el Evangelio?

Benedicto XVI nos dice en Caritas in veritate, que el amor es el principio y criterio supremo y universal de la ética social. Para los creyentes, que formamos el pueblo de Dios, la ley del amor constituye la ley de vida, es la esencia de la ética cristiana, y su práctica debe distinguir al pueblo de Dios. En el Pueblo de Dios tenemos una ley de vida, una ley fundamental, que es la ley del amor. Eso quiere decir, que la ley del amor debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política. No sólo en nuestra vida privada debe guiarnos la ley del amor, sino también en la vida social y política (Compendio de la DSI  N° 33).

Volvamos al final del N° 5 de Caritas in veritate que hemos estudiado hoy. Ahora podemos comprender mejor el mensaje de Benedicto XVI. Tengamos presente que el Papa se refiere al amor de Dios por nosotros:

Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5)). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Gaudium et spes 24

[2] Estas consideraciones se encuentran en las Reflexiones  15 y 16 en este blog